Por: Luis Fernando García Núñez – junio 29 de 2018
Otra vez y desde los mismos lugares. Otra vez contra lo que sea, con tal de apagar los incendios que los acosan por dentro, con tal de tender una cortina de humo para no responder por sus indecencias, por sus crímenes, por sus dislates. Otra vez bombardean y otra vez utilizan el artificio de las armas químicas que ellos venden con el mismo cinismo que las combaten.
También buscan disculpas con espías envenenados y guerrilleros narcotraficantes para que la juerga siga sin que nadie se dé cuenta o para que estos actores sigan rumiando sus desafueros con la misma sorna con que hablan de democracia, de libertad, de respeto. Y ahí están y estarán por los siglos de los siglos, catequizando a sus adláteres.
Aunque haya pruebas de sus infamias, de sus vergüenzas; aunque se prueben cientos de veces sus incapacidades intelectuales y morales, siempre tendrán vergonzantes que los aplaudan, que los animen, que los impulsen; y tendrán el respaldo de millones de ignaros que gritarán sus odios y sus mezquindades con la misma pasión con que luego se arrodillan para recibir el beneplácito de sus amados tiranos.
Crimen horrendo del que en unos años nadie hablará, como casi nadie lo hace ahora, apenas unos años después de la incursión mafiosa y mentirosa contra Iraq, o contra Afganistán, o contra Libia, o contra Palestina o contra el mundo entero. Estos déspotas serán héroes y les harán monumentos, y a sus funerales asistirá el mundo compungido y pávido. De contera, querrán que los vuelvan a elegir y habrá quienes los elijan, precisamente, porque matan, porque no les tiembla la mano para cometer sus violaciones.
¡Que lástima que tengamos que dedicarles horas enteras a estos demagógicos puteros, a estos autócratas, a estos multimillonarios que han hecho invivible el planeta, a estos parlanchines que desangran el mundo con sus mentiras, con sus retóricas y sus odios! Sí, ¡y que vergüenza considerarlos miembros del género humano!
Estos criminales, amparados por la ley internacional –aunque la violan todos los días–, van por el mundo gozando de sus privilegios y de su impunidad. Van de cumbre en cumbre y por las noches, en sus travesuras, violan todos los principios de la honestidad y luego pagan sumas ínfimas por sus traiciones y sus desmanes. Luego, con el cinismo más cobarde, en un tuit despotrican contra sus enemigos. A veces sus mejores amigos.
Locos que son, ignorantes, pervertidos, poderosos y ricos. Con todos esos defectos, estos crápulas cabalgan su ignominia por el mundo y les abren las puertas para que descertifiquen, para que digan qué hacer y cómo hacerlo, al acomodo de sus avarientas mañas, de sus disposiciones más arteras. Desde luego, ávidos consumidores de dinero y vendedores de armas los van catapultando a las cimas de sus complejos para que luego, enloquecidos por su afán de notoriedad, nos lancen a las simas del horror, de la guerra, de la desesperanza. Poco nos queda a los que hemos optado por la razón y la paz, por la felicidad.
Poco queda, sí. Estamos raspando la olla del planeta mientras unos pocos insaciables líderes del mundo –así se hacen llamar– van hilando con demoledora infamia el final, que será también, aunque no lo crean, el final de ellos. Un final patético. No alcanzarán sus millones para saciar la sed que los acosará, como final condigno de su fatal destino de abusadores, de verdugos del mundo. Sus miles de ultrajes, sus infinitas guerras, sus crímenes serán descubiertos en un juicio de la historia que no podrá leerse ni conocerse por los siglos de los siglos, pues las estirpes que viven en estas tierras desaparecerán para siempre y por siempre, embutidos en la tragedia del holocausto final al que va este género humano tan imprevisible y tormentoso.
Acabarán las francachelas de estos multimillonarias en los fríos desiertos en que se convertirá el planeta apenas sean lanzadas las bombas atómicas que la genialidad envilecida de unos ha convertido en la amenaza más lamentable de que se tenga noticia. Ese será el fin, el tortuoso fin del género humano, del zoon politikon. Vale la pena tomar nota, así no sea leída al final, de quiénes son los verdaderos culpables de ese apocalíptico fin: no son muchos, pero son poderosos y ahora lo tienen todo. El anuncio del fin se está haciendo desde hace unos siglos, con un silencio cómplice que vale la pena tener en cuenta.
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