La guera civil en Sudán del Sur ha cobrado la vida de cientos de miles de civiles y amenaza al país más jovend el mundo.Foto: Steve Evans.
Sudán del Sur arde en una guerra civil, tan olvidada como indiferente para la comunidad internacional, desde 2013.
La guera civil en Sudán del Sur ha cobrado la vida de cientos de miles de civiles y amenaza al país más jovend el mundo.Foto: Steve Evans.
La guera civil en Sudán del Sur ha cobrado la vida de cientos de miles de civiles y amenaza al país más jovend el mundo.Foto: Steve Evans.

Por: Guadi Calvo – agosto 29 de 2018

Sudán del Sur arde en una guerra civil, tan olvidada como indiferente para la comunidad internacional, desde 2013.

Al nuevo país, que se convirtió en independiente en 2011 y con ese reconocimiento en la nación más joven del mundo, dando por terminado un largo conflicto que incluyó dos sangrientas guerras civiles que dejaron 2,5 millones de muertos con las fuerzas centralistas de Jartum, de poco le han servido su nuevo estatus. A mediados de diciembre de 2013 eclosiona un larvado enfrentamiento entre el presidente Salva Kiir y su vicepresidente Reik Machar, pertenecientes a dos etnias milenariamente rivales: el presidente a la Dinka, mientras Machar a la Nuer.

El conflicto político rápidamente derivó a un conflicto armado que desde entonces ha sumergido a los casi 13 millones de sudsudaneses en una nueva guerra que hasta ahora ha provocado la muerte de civiles que no bajaría de las 320.000, mientras que los desplazados se aproximan a los 4 millones, la mitad de ellos refugiados fuera del país.

Tanto refugiados como desplazados se hacinan en campamentos desbordados, carentes de alimentos y asistencia sanitaria, que permanentemente son hostigados por los bandos en conflicto. Mientras tanto, muchos sudsudaneses siguen cruzando las fronteras hacia a Uganda e incluso rumbo a su antiguo enemigo: Sudán en el norte.

El campo de Bidi-Bidi, en el norte de Uganda, es el mayor centro de refugiados del mundo, con 250.000 personas mal alimentadas y peor asistidas sanitariamente, mientras que miles de pobladores de la capital Juba, se vieron obligados a improvisar sus viviendas entre las tumbas del cementerio a orillas del Nilo.

La guerra, despojada de cualquier postura ideológica, incluso étnica o religiosa, a pesar de que el país está claramente dividido entre un norte musulmán y un sur cristiano, se ha convertido en una espiral de violencia que dirimen líderes tribales y grupos políticos por ambiciones absolutamente sectoriales, cuando no personales. Algunos sociólogos entienden que la irresolución política del conflicto se fundamenta en las tres décadas de una guerra que, más allá de sus millones de muertos y la crueldad inusitada de los grupos involucrados, ha creado una clase dirigente dependiente de su propio poder militar, lo cual le permite comprender otra manera de sostenerse en el poder, más allá de la conservación de sus privilegios y el sometimiento de sus enemigos.

A pesar de las constantes e inútiles sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU, la situación humanitaria se degrada día tras día. Para la agencia de las Naciones Unidas para los refugiados es la mayor crisis de refugiados del continente y la tercera a nivel global, después de Siria y Afganistán. La ONU declaró, en febrero de 2017, que más de un millón de personas están en peligro de hambruna, mientras cerca de otros 8 millones se encuentran cada vez más cerca de esa situación. Mientras tanto, las enfermedades infeccionas y las muertes violentas le alivianan el trabajo al hambre.

Las tres mesas de negociación por la paz, la última desarrollada la semana pasada y protagonizada personalmente por Kiir y Machar en Addis Abeba, capital de Etiopía, lejos de aproximar posiciones las han endurecido. El mes pasado, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó una resolución que daba hasta fin de este mes para llegar a un acuerdo de paz o enfrentar sanciones, lo que además podría significar una intervención militar por parte de la organización internacional.

Los civiles, fundamentalmente las mujeres, se han convertido en un botín de guerra. Muchas mujeres, incluyendo niñas y ancianas, son sometidas a violaciones masivas, mientras que en las aldeas se ha incinerado a familias enteras en el interior de sus viviendas. Los ejércitos operan contra la población con fusilamientos, torturas, violaciones, saqueos generalizados y robo de ganado, prácticamente la única fuente de subsistencia. Mientras el país se debate con una inflación desenfrenada y una economía extinguida, la población vive sin agua corriente, sin energía eléctrica ni infraestructuras civiles, ni siquiera servicio de correos.

Las organizaciones armadas que disputan pequeños territorios, ya más de cincuenta, virtualmente son la única fuente laboral. La expansión de estos grupos armados amenaza con nuevas fragmentaciones del joven país, que cuenta con unos 60 grupos étnicos. La formación militar más reciente es el Frente Unido de Sudán del Sur (SSUF), creada en abril último por el exjefe del ejército de Sudán del Sur, el general Paul Malong Awan,  amenaza en convertirse en la más poderosa después del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA), del presidente Kirr, y el grupo que apoya a Reik Machar, el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán en la Oposición (SPLM-IO).

La mayoría de la población se alimenta a base de posho (maíz seco triturado) y porotos, mientras otros ya apelan a las raíces. En los grandes poblados y la capital, donde la comida también escasea, las personas son abastecidas por el Programa Mundial de Alimentos, ya que los centros de abastecimientos, como el principal mercado de Juba, prácticamente han desaparecido. En medio de semejante crisis, casi la totalidad de los recursos del país son destinados al gasto militar por el Ejecutivo, en tanto que en muchas regiones del país los campesinos se ven obligados a arar con las manos. Las vacas siguen siendo moneda de cambio y el trueque el medio habitual de intercambio comercial. Más de la mitad de los casi 13 millones de sudaneses son menores, de los que menos de un 25% acceden a las escasas escuelas.

Sudán del Sur, junto a Burundi, según un informe del Fondo Monetario Internacional de 2017, son los dos países más pobres del mundo. La esperanza de vida en Sudán del Sur es de menos de 57 años, una de las más bajas del mundo.

 

La guerra como modo de subsistencia

Las terribles guerras contra Jartum han dejado una huella imborrable en el inconsciente de la joven nación, donde la mayoría de la población está conformada por mujeres y niños, ya que la mayoría de los hombres adultos han muerto en ellas. Sus mujeres fueron vendidas como esclavas en lotes, estipulando un ‘descuento por cantidad’ en el norte del antiguo Sudán y en otros países árabes para emplearlas como prostitutas o en el servicio doméstico, mientras que los niños eran descoyuntados para evitar que escaparan y se incorporaran a las filas separatistas.

El 22 de junio ha fracasado el último intento de poner fin a una guerra civil que ya lleva cinco años desangrando a Sudán del Sur. El último acuerdo del cese al fuego fue inmediatamente violado en diciembre pasado y las partes se acusan mutuamente tanto de incumplir los acuerdos como de violar los derechos humanos de la población civil, como ha sucedido desde que en 2016 Machar se refugió en Sudáfrica.

El conflicto sigue beneficiando a los líderes de ambos bandos, mientras muchas empresas petroleras extranjeras radicadas en el país y con intenciones de expandirse intentan congraciarse con el vencedor final del conflicto. No obstante, el letal conflicto de Sudán del Sur amenaza con seguir extendiéndose en el tiempo, empantanando a la nación más joven del mundo entre el olvido y el fuego.

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* Escritor y periodista argentino especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. Publicado originalmente por ALAI.

 

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