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Votaciones en las asambleas de Plaza Catalunya - Foto: Sara Wiederkehr

Por: InaZafràn* – Barcelona, 27 de mayo de 2011

Durante diez días, en todo el Estado Español miles de personas ha salido a las principales plazas a resistir y manifestar su indignación. Sin embargo, el pasado viernes a las 7 de la mañana, la policía barcelonesa (Mossos d’esquadra) y la guardia urbana irrumpieron en la Plaza Cataluña con el objetivo de dispersar a la fuerza a las cuatrocientas personas que acamparon allí la noche del jueves 26.

Decenas de personas fueron golpeadas por la policía, de ellas 121 resultaron heridas por las balas de caucho y los bolillazos con que los uniformados arremetieron contra la concentración pacífica, interrumpiendo un proceso legítimo de participación ciudadana.

Desalojo, partidos de fútbol y limpieza

Después de la brutal arremetida de la Policía, la solidaridad y la indignación se tomaron las calles: los estudiantes de la Universidad de Barcelona cortaron el tráfico de entrada a la ciudad; a las 5pm hubo una concentración multitudinaria en la estatua de Colón, frente a una de las principales avenidas de la ciudad Barcelonesa y centro de las actividades políticas; por las vías se escuchaban silbidos, pitos de los carros y consignas rabiosas pidiendo la la renuncia inmediata de Felip Puig, consejero del interior de Catalunya y responsable de la represión, a lo cual se unen las firmas de más de 40.000 ciudadanos; y, finalmente, ha aumentado la cantidad de gente que se ha unido a los ‘indignados’ –como se ha ido conociendo al movimiento– de Plaza Catalunya, que desde las 7pm del viernes 27 han vuelto a levantar sus campamentos y siguen sesionando, a pesar de los temores a nuevos operativos policiales y de la realización del juego entre el Barça y el Manchester United, que se esgrimió como excusa para la acción policial, señalando la necesidad de limpiar la Plaza Catalunya para los festejos relacionados con la final de la Liga de Campeones, pues los hinchas del club deportivo suelen celebrar las victorias de su equipo en la Rambla de Catalunya, justo al lado de donde se realizan las acampadas.

A pesar de la intención de un desalojo pacífico por parte de los manifestantes, las fuerzas policiales, siguiendo órdenes del consejero Puig, además de cargar violentamente contra los allí presentes, confiscaron toda la infraestructura con la que contaban los asambleístas, construida por ellos mismos o donada por personas que se han solidarizado con el movimiento –computadores, alimentos, páneles solares, material de oficina y miles de euros en material cedido–, embarcándola en 35 camiones y llevándosela lejos del acceso de la ciudadanía. Aún así, nuevas donaciones solidarias y aportes de los participantes en el movimiento han permitido que se vuelvan a levantar las acampadas y, desde las 9pm del viernes, se hayan retomado las dinámicas asamblearias.

Indignación creciente

Mas allá de los análisis divergentes que estas movilizaciones permiten hacer, la certeza es que la situación es grave y la indignación entre la población es creciente.

Después de los resultados de las elecciones del domingo 22 de mayo, en las que la derecha arrasó en todo el Estado Español –menos en el País Vasco, donde Bildu, la nueva fuerza política de la izquierda independentista, tuvo un triunfo histórico–, la situación se plantea bastante contradictoria y el miedo hacia el futuro, tanto político como económico, se toma la vida cotidiana de la mayoría de los españoles.

Recogiendo la antorcha encendida en Islandia, donde las protestas civiles impidieron que la crisis financiera fuera pagada con el dinero de los contribuyentes, y proyectándose como una fuerza social sin precedentes en los anos de democracia –desde la muerte del dictador Francisco Franco, en 1975–, los manifestantes han venido tomándose el espacio público como sede de sus deliberaciones y reivindicaciones, organizándose en asambleas y comisiones, por reformas sociales y económicas.

Desde el 15 de mayo, los indignados reclaman soluciones a problemáticas tan complejas como el desempleo juvenil –que sobrepasa el 40%–, la corrupción en las altas esferas de los partidos tradicionales, el afianzamiento de la derecha de corte fascista en los escenarios políticos, los recortes en los presupuestos de salud y educación, y el sostenimiento de un alto gasto militar para permitir la intervención española en los conflictos internos de países de Asia y África. Para ello, han venido construyendo un programa básico de reivindicaciones que intenta unificar a un movimiento diverso y aún en construcción, aunque limitado de alcances por las dificultades para darse una identidad propia y por el rechazo de algunos de los indignados hacia partidos y organizaciones políticas, incluidas muchas de izquierda.

El movimiento de los indignados, que se propaga por el mundo, continúa y recupera fuerza luego de la represión en Barcelona, ciudad en la que ya suenan las cacerolas. Los alcances reales y el impacto que pueda tener en la política del gobierno ibérico, justo ad portas de la crisis, están por verse. Mientras tanto, la indignación resiste.

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