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Por: Chu Teh – septiembre 28 de 2007

La muerte, el pasado 8 de septiembre, del joven Julián Prieto, integrante de la banda Pitbull y reconocido personaje de la escena hardcore bogotana, ha suscitado un fuerte debate en la opinión pública sobre los grupos de jóvenes que se reúnen en torno al movimiento skinhead. Diversas hipótesis circulan por los medios y las responsabilidades por este asesinato han pasado de las manos del individuo embriagado que lo atacó con un arma punzante durante un riña a las de toda una serie de movimientos juveniles existentes en la capital. Ser joven y usar un cierto tipo de ropa o de peinado se convirtieron, por obra y gracia de los monopolios de la comunicación, en un delito castigado con una constante persecución.

Repetidamente, se ha señalado a los ‘cabezas rapadas’ de la ciudad por una agresión cometida, a título personal, por un adolescente ebrio, quien es responsable de la muerte de este músico bogotano. Mientras, policías y grupos neonazis han multiplicado las agresiones injustificadas contra punks, rudeboys, skinheads, hardcoreros y demás ‘pintas raras’ en algunos lugares de la ciudad. El desconocimiento sobre la realidad de estos grupos y las actuaciones irresponsables de algunos de sus miembros ha llevado a que se legitime, de parte de un sector importante de la opinión pública, la criminalización hacia los jóvenes en general.


Los hechos

Como es sabido, el sábado 8 de septiembre, hacia las once de la noche y luego de un concierto de hardcore en el que participaba la banda Pitbull, Julián y algunos de sus amigos se encontraban en un establecimiento ubicado en la carrera 11 con calle 79, cuando fueron abordados por un grupo de skins, vestidos con símbolos del SHARP –una de las corrientes skinhead–, con quienes se inició una pelea en la que terminó involucrándose un número de skins, punks y hardcoreros que se llegó a calcular en casi 50 personas, de acuerdo con testigos consultados por El Turbión. En esta riña, uno de los agresores atacó a Julián con un cuchillo, provocándole heridas que le causarían la muerte horas más tarde.

Sin analizar los hechos cuidadosamente, autoridades, periodistas y alguno que otro malintencionado han puesto el grito en el cielo sobre algunos movimientos culturales juveniles, a los que tachan de basarse en la violencia y la drogadicción.


Un poco de historia

El movimiento skinhead no es, como se ha pretendido hacer ver, una corriente racista o xenófoba. Por el contrario, sus orígenes se remontan a los inmigrantes jamaiquinos que llegaban a los barrios obreros de Londres a finales de los años 60. Muchos de estos jóvenes afrodescendientes se hacían llamar rude boys, dado que conformaban bandas para proteger a sus vecinos, en ciudades como Kingston, de la policía racista, los ladrones y los burócratas de todo cuño. Por ser grupos surgidos al margen de la cultura rastafari, se cortaban el cabello al rape, con el fin de diferenciarse de los rastas, quienes usan dreadlocks en su cabello, y de los hippies.

Al relacionarse con la cultura de los mods –jóvenes agresivos, muy elegantes y seguidores de grupos como The Who– surgieron, en 1969, los primeros skinheads, conformados indistintamente por jóvenes negros y blancos. Con el apogeo del movimiento punk en 1977, los skinheads y rudeboys se dedicaron a la música ska y a un subgénero llamado street punk, que después daría identidad definitiva al Oi!, música característica de estos grupos hasta el momento.

La muerte de Sid Vicious, emblemático líder de los Sex Pistols, ocurrida el 2 de febrero de 1979, originó una fuerte división del movimiento punk que, junto con la comercialización de su estética en la llamada new wave, abrió una fuerte brecha entre las corrientes que optaban por la politización del movimiento y quienes preferían mantener su ideología en las palabras y no comprometerse. Los skinheads empezaron a vivir la misma escisión y se presentaron tres corrientes bien diferenciadas: la de izquierda radical, conformada por los skins comunistas y anarquistas; la de ultraderecha, representada por los skins que servían de fuerza de seguridad al National Front inglés –organización ultranacionalista que impulsaba la expulsión de los inmigrantes y la represión a los jóvenes–, quienes terminaron convertidos en neonazis y con el mote de boneheads (‘cabezas de hueso’ o ‘cabezas huecas’), y grupos que se autoproclamaron apolíticos, quienes terminaron disgregándose por la influencia de las drogas y de los fascistas.

Con el paso de los años, la actuación de las pandillas neonazis desdibujaría el origen multirracial del movimiento, vinculándolo a ataques xenófobos y a organizaciones armadas de la ultraderecha en varios países, lo cual llevó a la radicalización de otras facciones antifascistas, que conformaron sus propias organizaciones para defenderse de aquellos y para demostrar que tenían una propuesta política diferente e incluyente.


Los skins bogotanos

A finales de la década de 1980 se dieron las primeras manifestaciones de un movimiento skinhead en Colombia. Medellín y Bogotá, las ciudades con mayor cantidad de jóvenes punks, vieron aparecer a los primeros rapados en sus barrios populares. Surge inicialmente la organización Rapados Unidos (RU) y se forman numerosas bandas de ska, oi! y hardcore que trataban de imitar la estética del movimiento y adaptarla a Colombia, con fuertes influencias del punk y del hardcore de Nueva York.

Sin embargo, la influencia de una ideología que reivindica la ultraviolencia y el nihilismo como factores de identidad terminó generando profundos sectarismos que fueron degenerando en el enfrentamiento de tendencias. RU se disuelve y surgen otros grupos, como Rechazo a la Explotación Animal (REA), muy influenciados por el movimiento de liberación animal, y la Resistencia Redskin, comunistas con fuertes vínculos con la Unión Patriótica y otras organizaciones y partidos de izquierda. Por otra parte, surgen los primeros supuestos nacional socialistas: Grupo de Rapados Anti Extrajeros (GRAE), conformado por jóvenes de familias acomodadas y antiguos punks y skinheads que habían sido marginados de otras tendencias por su consumo de drogas o por su absoluta carencia de ideales.

Del enfrentamiento contra la “alianza anticomunista” que intentó liderar GRAE, se disolvieron la mayoría de ‘parches’ y sólo se mantuvieron la Resistencia RedSkin y un sector antifascista de RAE. Estos grupos decidieron conformar, en 1994, la sección colombiana de los SHARP (Skinheads contra los prejuicios raciales), que fue abandonada por los comunistas en 1996 por la ausencia de un activismo social en esta organización. Posteriormente, grupos de anarcoskins, redskins, algunos punks y hardcoreros conformaron la sección bogotana de la organización internacional RASH (Skinheads rojos y anarquistas). Por su parte, la ideología ultraviolenta que, supuestamente, le da su identidad al movimiento de los cabezas rapadas, se fue incrustando fuertemente en algunos miembros de SHARP que llegaron, incluso, a intentar cambiarse el nombre, en 1999, para llamarse Skinheads contra los prejuicios radicales, agrediendo a otros skins, punks comunistas y anarquistas, rastas, rudeboys y raperos por mantener una postura ideológica clara y diferir de su actitud pandillesca.

Este enfrentamiento sólo logró que los grupos de ultraderecha se recompusieran y tratasen de conformar nuevas agrupaciones, esta vez, con relaciones políticas con los grupos paramilitares y con una actitud mucho más agresiva y territorializada. Ante esta realidad, las dos mayores agrupaciones, SHARP y RASH, y algunos grupos más pequeños conformaron la alianza Skinhead Bogotá, de forma que pudieran defenderse de las bandas neonazis.


Los neofascistas

La lógica pandillesca que generaron las tendencias ultraviolentas en el movimiento skinhead bogotano fue, desde aquellos años, el caldo de cultivo para que los grupos fascistas se alimentaran de renegados que habían sido aislados de los grupos de izquierda, del movimiento punk y hasta de la escena del metal. En alianzas con mafiosos y paramilitares locales, se han dedicado a cooptar a conocidos expendedores de narcóticos del centro de la ciudad y de la localidad de Chapinero, con el objetivo de convertirlos en reclutadores. El resultado de esta política ha sido el crecimiento de las dos principales organizaciones de ultraderecha: Tercera Fuerza Nacional Socialista (TF) y Juventud Nacional Socialista de Colombia (JNSC), ésta última con fuertes nexos con los jefes paramilitares de Ralito, el Bloque Capital de las AUC y las Águilas Negras.

Según una fuente que pidió reserva de su identidad, el grupo JNSC conformó un comando paramilitar que se reúne periódicamente en la zona montañosa del Parque Nacional para entrenamientos de tiro, combate cuerpo a cuerpo y rappel. Adicionalmente, este grupo, conformado por unos 35 jóvenes entre hombres y mujeres de alto nivel económico, ha operado militarmente para atentar contra la vida de miembros de movimientos de izquierda y para mantener, mediante amenazas, el control territorial sobre algunos sectores del centro de Bogotá. Se visten usando camuflados norteamericanos, ropa ajustada, camisetas con calaveras y una especie de cruz esvástica de sólo tres puntas. No acostumbran usar distintivos, como parches o botones, en su atuendo y se afeitan la cabeza.

Mientras, el grupo TF, que surge de una división del anterior, agrupa a unas 60 personas que mantienen estrechos lazos con antiguos militantes de las camisas pardas hitlerianas que se refugiaron en Colombia a inicios de los 50. Según reveló una fuente de este mismo movimiento, algunos de sus dirigentes han propuesto pactos a las Águilas Negras para recibir entrenamiento militar y ofreciendo a cambio reclutamiento de adolescentes a través de su organización. Se les ha visto vinculados a las golpizas callejeras a personas LGBT, en los ataques a locales en los que departen sus adversarios, en las riñas callejeras de la Carrera Séptima con calle 60, en pequeños robos y en amenazas a otros jóvenes. Visten de ropa negra ajustada, con parches de las SS hitlerianas, esvásticas y números 88 bien visibles, y se afeitan la cabeza.


La situación actual

Las consecuencias políticas del asesinato de Julián Prieto se han hecho sentir en todas las culturas juveniles de la capital. Los últimos fines de semana, más de 90 personas fueron retenidas sin razón por la policía, sólo en virtud de su vestimenta, y liberadas posteriormente, con algunos casos de maltrato durante las horas de detención preventiva, en localidades como Chapinero, Santa Fe y Candelaria.

Mientras, voceros de SHARP y RASH emitieron sendos comunicados para rechazar el hecho como un acto de violencia injustificada. En particular, los miembros de SHARP aceptaron que algunos de los agresores eran de sus miembros más nuevos y señalaron que sus acciones no correspondían a la decisión de ese colectivo, especialmente cuando no consideran a la comunidad de hardcoreros como enemigos, conminando al culpable –que no es integrante de su colectivo– a entregarse a las autoridades.

Mientras, la derecha se aprovecha de la confusión. En días pasados, un medio televisivo local emitió las declaraciones de un reconocido neonazi en las que señalaba a Julián Prieto como simpatizante de su organización y “amigo personal”, cuando es bien sabido en los círculos de músicos de esta corriente que la ideología de las bandas en las que él había tocado no se ajustaba, para nada, a los planteamientos de los grupos de ultra derecha.

El pasado sábado 22 de septiembre, durante un concierto de hardcore realizado en la localidad de Kennedy, uno de los voceros de Tercera Fuerza hizo aparición en el local en el que se realizaba el espectáculo para ofrecer una alianza a los hardcoreros que les permitiría vengarse de la muerte de Julián, para “acabar con esos hijueputas”. Varios de los más antiguos miembros de la comunidad hardcorera se negaron ante tal oferta, pero es notoria la intención de este grupo de ultraderecha para cooptar miembros de esta corriente en su guerra pandillera contra los skinheads.

Se mantiene, entonces, la gran pregunta: mientras el movimiento skinhead de otros países ha logrado posicionarse y ganarse un alto prestigio por su activismo social y por su férrea oposición al fascismo, en Colombia se ha involucrado en una violenta guerra de pandillas que lo aleja de sus orígenes, ¿podrán estos jóvenes alejarse de una lógica de inclusión de grupo en enfrentamientos de bandas juveniles para plantearse propuestas políticas que los vinculen de otra manera con la población y aporten a la consecución de libertades políticas necesarias para que sean reconocidos?

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