Amazonas - Foto: Neil Palmer

Por: Alberto Mendoza Morales – octubre 14 de 2011

Selva amazónica, corazón verde de Sudamérica, océano vegetal, región del misterio, ignoto escenario equinoccial, diversidad botánica hecha flora, mar de esmeralda “donde el hombre es aún un intruso”. Vista desde el aire simula motoso tapete verde; vista desde adentro simula palio o dosel inmenso, húmedo, vaporante. Selva, heterogénea masa de árboles, umbrosa formación, intrincada, a veces inexpugnable, pulmón del mundo, parque del Universo hendido por ríos que la escasa pendiente hace lentos y sinuosos. Jungla, habitáculo de vida, pródiga en plantas y animales. Selva, se adorna con lagunas, ciénagas, espejos de agua, cochas sin número.

Tejen la selva dos formaciones típicas amazónicas: bosque húmedo tropical y bosque muy húmedo tropical. Las componen árboles gigantes, que alcanzan loa cuarenta metros de altura y cuentan con troncos de tres a cuatro metros de diámetro, organizados en estratos de gran complejidad. Árboles amalgamados y ligados, entre vahos y vapores, por bejucos, enredaderas, parásitas, musgos. Las hojas caídas forman en el suelo colchón parejo e impermeable. En ese medio, la vegetación vive de intercambios con el aire y de la capa de hojas que caen y cierran el ciclo biogénico.

Selva, biomecanismo comunitario especializado en atraer, almacenar y consumir nutrientes. La unidad de aire, árbol, suelo y microorganismos conforma un mundo dedicado, desde adentro, a producir alimentos captar dióxido de carbono y oxígeno. Su vigor vital se concentra en cuatro acciones: proteger el ambiente con una cúpula vegetal densa y continua; conservar los nutrientes de los que vive el conjunto; recircular los nutrientes y mantener el equilibrio ecológico como productora de oxígeno y procesadora de dióxido de carbono.

La cúpula vegetal, como una sombrilla, ampara el suelo de la erosión y el ambiente de los efectos negativos de la lluvia, el sol y las temperaturas altas. La protección contra la radiación solar fomenta la acumulación de humus en el suelo y evita que se evaporen los elementos nutrientes que quedan, de esa manera, a disposición de la clientela zoológica y vegetal. Los depósitos de hojas y materia orgánica forman un colchón que protege el suelo y alimenta las plantas. La diversidad de la vegetación garantiza la utilización máxima de los nutrientes disponibles. La lluvia, retenida por las hojas de los árboles, cae luego en forma de fino rocío que activa los procesos químicos y biológicos del sistema selvático. Selva, “catedral gótica de la naturaleza”, como la llamó en su tiempo José Eustacio Rivera.

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