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Octubre 9 de 2007

Las manifestaciones de los monjes budistas y de la población civil en Birmania, actualmente conocida como Myanmar, iniciaron hace dos semanas como acciones pacíficas que rechazaban el alza del Diesel, del gas natural y, por tanto, del transporte público. A la vez, pedían la destitución del régimen militar que ha gobernado casi por cuarenta y cinco años. Sin embargo, la única respuesta que se dio fue un brutal ataque contra aproximadamente cincuenta mil monjes y civiles, empleando armas de fuego contra los manifestantes, con la supuesta intención de dispersarlos, y pasando por encima de las normas internacionales, tratando así de evitar toda clase de protestas o rechazos contra la autoridad, encabezada por el general Than Shwe.

Dar cifras reales sobre el número de desaparecidos y muertos es realmente difícil, en tanto se ha restringido la información. Según algunos medios, se calcula que hasta el momento pueden ser más de seis mil arrestos arbitrarios y doscientos cincuenta muertos. La represión ha llegado a tal límite que muchos de los opositores al régimen han sido detenidos o se les han cortado los servicios telefónicos y el acceso a Internet. Esta masacre se puede asimilar a la de 1988, cuando el ejército de Myanmar mató a miles de personas durante una protesta, en uno de los crímenes de Estado más sangrientos de la época.

Este país asiático, uno de los grandes poseedores de petróleo y piedras preciosas, es uno de los más pobres del mundo, debido a la corrupta Junta Militar que lo gobierna, y posee un ejército de aproximadamente medio millón de soldados, encargados de someter a toda la población a las disposiciones de los altos mandos de la dictadura.

Hasta el momento, la represión ha sido recrudecida especialmente contra los opositores de la Liga Nacional para la Democracia (LND), entre los cuales se encuentra Aung San Suu Kyi, hija del general Aung San, fundador del ejército durante el periodo socialista. Esta mujer, premio Nobel de paz en 1991 y ganadora de las primeras elecciones que se celebraron en 1990, fue derrocada por la Junta Militar antes de que subiera al poder y actualmente vive bajo arresto domiciliario, siendo considerada por el régimen como uno de sus mayores enemigos.


China y su disfraz de protector

China es uno de los países más cercanos a Birmania y, por tanto, a su dictadura. Sus negocios giran en torno al gas birmano que cruza la extensa frontera entre los dos países, del cual China se ha apropiado sin importar los perjuicios que causa a la población y desconociendo las violaciones a los derechos humanos, los atropellos laborales y los ingresos miserables de campesinos y trabajadores en este país del sudeste asiático. China es, hasta el momento, el primer socio comercial de Birmania, garantizándole apoyos militares a cambio de recursos naturales, especialmente hidrocarburos, en medio de pésimas condiciones económicas, que ubican a este país en el tercer lugar en los índices de pobreza de la región y que llevan a miles de birmanos a trabajar para las grandes multinacionales por muy poco dinero, incrementando la emigración de gran parte de la población a países como Tailandia.

Sin embargo, muy poco afecta a los ‘gloriosos’ militares birmanos que desde hace once años la Unión Europea venga embargándoles armas y materiales que se emplean para reprimir o que las relaciones comerciales entre Europa y Myanmar hayan cambiado y estén afectadas, ya que tienen a su lado a China, quien ha servido para que la Junta Militar se muestre aún imperante y voluntariosa, pues las normas y la explotación de los birmanos por parte de China y el robo de sus recursos naturales primarios es lo que los mantiene bajo su cobijo.

Las sanciones de la Unión Europea no han sido realmente atendidas por los altos funcionarios militares, pues su interéses, por el momento, es controlar cualquier tipo de confrontación que arriesgue su poder y todo tipo de reivindicación que mejore las condiciones de quienes, en condiciones cercanas a la esclavitud, incrementan con su trabajo sus fortunas y capitales personales.


¿Y la ONU, y los medios de comunicación?

Hasta el momento, la Organización de las Naciones Unidas, reconocida a nivel mundial por mantener la seguridad, la paz y promover el respeto a los derechos humanos, sólo ha encomendado a uno de sus enviados, Ibrahim Gambari, mantener un encuentro con los gobernantes de este país para mostrar el desacuerdo internacional por la forma sistemática y violenta como ha actuado la Junta Militar, pero no se han obtenido soluciones ni arreglos y, aunque algunos medios de comunicación muestren normalidad en las calles birmanas, las tropas siguen reprimiendo todo acto de protesta u oposición.

El control a los medios de comunicación ha sido totalmente intransigente: se bloqueó la Internet y se censuró a la prensa, evitando que se lograran difundir datos e imágenes hacia el exterior, violando totalmente la libertad de prensa y expresión, pues era pertinente no comprometer a la Junta Militar en estos delitos. Fue tal la desmedida agresión hacía todos aquellos que estaban en las manifestaciones que fue asesinado el fotoreportero japonés Kenji Nagai, mientras cubría estos acontecimientos.

Obviando la presencia del enviado por la ONU, las autoridades han arrestado selectivamente a centenares de supuestos sospechosos, que fueron fotografiados y filmados durante las protestas, aumentando el número de agresiones violentas hacia quienes se atreven a defender la libertad y los derechos del pueblo. Y si para algunos estas manifestaciones han sido vistas como una provocación a la Junta Militar birmana, para otros es una forma sútil de enfrentar al gobierno represor, tan temido por la población, para ellos es muy gande el riesgo de perder la vida, pero es necesario, pues aún hay quienes creen que existe oportunidad de cambiar el orden imperante en Myanmar.

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