Por: Natalia Margarita Parada – febrero 5 de 2012
Fuertes choques entre la Policía y manifestantes se han presentado en los últimos cuatro días en la capital egipcia. Los enfrentamientos detonaron tras las manifestaciones por lo ocurrido la noche del 1 de febrero en el estadio de la ciudad de Port Said, cuando, durante un partido entre el equipo local Al-Masry y el Al-Ahly de El Cairo, varias personas ingresaron desde la tribuna de Al-Masry en el campo de juego, embistiendo a los jugadores de Al-Ahly, acción que rápidamente pasaría a convertirse en un sangriento ataque contra la fanaticada que dejó como saldo 74 muertos y más de 1.000 heridos.
El hecho, ahora conocido como la masacre de Port Said, ha generado rechazo no sólo por parte de los fans del equipo sino por parte de varios sectores, incluidos partidos políticos que han señalado a la Policía y a las Fuerzas de Seguridad Central como los responsables por lo ocurrido. La falta de control, que permitió el ingreso de armas al estadio; la escasa presencia de fuerzas de seguridad; la débil reacción de la Policía en el momento que los atacantes asaltaban el campo de juego; el corte de luz en las tribunas y el cierre de puertas, que impidió que los aficionados evacuaran el estadio, son los indicios que sugieren que el hecho se trató de un acto propiciado.
Por otro lado, la hipótesis de una retaliación contra los ultras, nombre que reciben los miembros de las barras de fútbol, no es para anda despreciable si se considera el destacado papel que éstos han jugado durante las movilizaciones del último año en Egipto. En medio de su pasión por el balompié, los ultras han demostrado no ser indiferentes a la situación política de su país y, desde el primer día, se unieron a las movilizaciones que sacaron al expresidente Hosni Mubarak del poder. Durante este año de intensas luchas sociales en Egipto, han sido principalmente ellos quienes han asumido la labor de defender las primeras líneas de combate callejero cada vez que se presentan enfrentamientos con la Policía. De ahí que sean ampliamente vistos como los defensores y protectores de los manifestantes.
El respeto y la simpatía hacia los ultras se ha visto reflejado en la presencia en las calles de cientos de manifestantes que, durante cuatro días, se han tomado las calles en solidaridad con el club Al-Ahly, sus seguidores y las familias de las víctimas de Port Said. Lo cierto es que el hecho está lejos de ser visto como un enfrentamiento entre fanaticadas de fútbol y de ahí que las arengas de estos días no estén dirigidas contra los ultras de uno u otro equipo sino contra la Junta Militar, la Policía y el ministro del Interior, Mohamed Ibrahim, a quien incluso se le ha pedido la renuncia por lo ocurrido, mientras el jefe de las Fuerzas de Seguridad Central y el gobernador de Port Said ya han dimitido a causa de los hechos.
Entre tanto, los choques con la Policía en El Cairo se han producido cuando los manifestantes han intetado llevar las protestas a las instalaciones del Ministerio del Interior, las cuales están siendo fuertemente custodiadas por los uniformados. Tras un mes libre de enfrentamientos, las ambulancias, los hospitales de campaña y los gases lacrimógenos han vuelto a las calles del centro de El Cairo, recordando los días de noviembre en los que la calle Mohamed Mahmoud fue escenario de fuertes confrontaciones que, a lo largo de seis días, dejaron como saldo no menos de 40 muertos y más de 1.500 heridos, y en los que fueron justamente los ultras quienes estuvieron en la línea del frente, evitando que la Policía llegara a la Plaza Tahrir a dispersar al resto de manifestantes.
Mientras los recientes enfrentamientos continuaban, el ministro de Salud egipcio, Hisham Shiha, ha confirmado 12 víctimas fatales: 5 en la capital egipcia y 7 en la ciudad de Suez, donde también se han presentado fuertes protestas en rechazo a los hechos del estadio en Port Said, que ha pasado a ser considerado como el más sangriento incidente en la historia del fútbol egipcio e, incluso, ha sido catalogado por el presidente de la FIFA, Joseph Blatter, como un “día negro para el fútbol mundial”.
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