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Por: Hipólito – octubre 23 de 2007

¿A quién no se le ha pasado por la mente ese dicho de la sabiduría popular que aconseja que, al llegar tarde a la casa, uno se debe poner bravo, como para ponerle freno a la situación que se le viene encima, al igual que con aquel aforismo que reza: ‘la mejor defensa es el ataque’? Pues bien, parece que esto es lo que nos está pasando permanentemente con nuestro goloso presidente, goloso porque las quiere todas para él.

Y es que no es para más, desde cuando se decía que pasos de animal grande iban acercándose a Palacio y que los ruidos parapolíticos eran cada vez más vecinos a la Casa de Nariño. De un tiempo para acá, cuando se rumora con mayor intensidad que la guardia pretoriana de la parapolítica presidencial se está desmoronando, entonces afloran los procedimientos de las defensas a priori, de llegar bravo para que no pregunten de dónde viene, de atacar primero y averiguar después. En fin, está dándose aquello de que la mejor defensa es el ataque.

Y esto es necesario verlo con la lupa de Melquiades, el de Macondo, porque solamente pude suceder aquí, en esta tan bella como jodida Colombia. ¿Acaso es imposible recordar hoy los ataques a las Cortes que desde los comienzos del uribiano gobierno parapolítico se dieron contra la justicia? ¿Será imposible recordar que el ministro estrella –Interior y Justicia– de la marrulla, además de implicado en el bombazo al Club El Nogal, fue el abanderado de estas contra reformas, que no son otra cosa que el recorte de libertades y posibilidad democráticas, al igual que atacaron y atacan la tutela, la defensa de las minorías, etc.? Quiere decir esto que nada nuevo está pasando: ya estaba cantada la jugada, como dijo el billarista de Gualanday, nos acercamos entonces a un enfrentamiento político en donde la justicia, otra vez, siendo un poder de rango constitucional, es atacada por otro poder con rasgos parapolíticos. ¡Qué vergüenza de país! Qué pena de sociedad ésta, la nuestra, al ponerse de rodillas ante la impunidad y ante el descaro de esos parapoderes que, al verse circundados por la justicia que de alguna forma lucha denodadamente por salvar algo de la dignidad patria, hacen uso de la marrulla, la manipulación y la maquinación, para entonces atacarla, vituperearla, y ponerla contra la pared, buscando con ello que más adelante se sienta cohibida o inhabilitada para hacer el llamado a indagatoria, ya no a los más cercanos guardias pretorianos de la parapolítica sino al propio, al que sale lanza en ristre al ataque virulento contra la Corte y sus magistrados, en la estrategia laureanista de ‘calumnien, calumnien que algo queda’.

Es otra cortina de humo –¡y qué humo– ésta que estamos viendo, algunos atónitos y otros atontados. ¡Qué pena de país!

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