Por: Guillermo Nova – noviembre 4 de 2007
No lo pensaron como un símbolo, no lo pensaron como algo que perdurase en el tiempo, sino simplemente como una manera de reconocerse entre ellas, en unos tiempos en los que solamente saber un nombre de pila era poner en riesgo la vida de una compañera.
Ese pañuelo blanco en la cabeza, vistoso una vez caído el sol y que se utilizó por primera vez un 7 de octubre de 1977 en Luján, sirvió para reconocerse entre ellas, pero sobre todo sirvió para reconocer una realidad que estaba silenciada: la de la desaparición de sus hijos revolucionarios, víctimas de la dictadura militar en el país.
Ese pañal de gasa blanco se convirtió en abrazo con lo más sagrado de sus vidas: sus hijos, a los que alguna vez con esta tela acunaron y protegieron, por los que pedían justicia, por los que entendieron que resistir y luchar era un sí a la dignidad, un sí a la vida.
Madres paridas por sus hijos, mujeres que se negaron a aceptar la amnesia oficial, luchadoras contra el silencio y la burla, en tiempos de una dictadura militar que se autodenominó ‘Proceso de Reorganización Nacional’.
En un país convertido por los generales en un cuartel y por los ministros en un negocio, los violadores de mujeres atadas, los verdugos de obreros desarmados, se rindieron sin disparar un solo tiro a los ingleses en la guerra de las Malvinas.
Guerra patria que por un rato unió a los argentinos pisados por los argentinos que pateaban. Causa justa en manos injustas, que envió al matadero a muchachos que, ante el abandono, más sufrieron de frío que de fuego.
No les tembló el pulso para firmar la rendición de una guerra declarada por unos militares que no estuvieron allí ni de visita, bastante ocupados estaban torturando en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Madres que tienen como hijos a todos los que en el mundo sufren las injusticias y luchan contra ellas. Su pañuelo blanco: símbolo de vida frente a la muerte, blanco transparente en una etapa oscura y negra. Treinta años después, aunque no lo pensaron, su gesto de dignidad se ha hecho símbolo y perdura en el tiempo rompiendo fronteras.
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* Redactor para América Latina de LaRepública.es
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