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Por: Eduardo Andrés Granada Becerra – febrero 22 de 2008

Se dice que los medios de comunicación son el cuarto poder, además del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. En un país como Colombia, ¿qué tan cierto será dicha afirmación? ¿No serán, por el contrario, los grandes medios unos apéndices del Ejecutivo? ¿Son éstos realmente independientes, objetivos y éticos? ¿Contribuyen efectivamente con la formación política, social y ciudadana de los individuos?

Vicente Romano, autor del libro que da nombre a éste articulo, señala acertadamente que la “fe en la información ha producido la impresión de que la prensa, la radio y la televisión son medios de información o comunicación; si se miden por su volumen de producción sirven sobre todo al reclamo publicitario y al entretenimiento. La prensa del corazón es más numerosa que la de información general –por eso no es raro que la revista TV y Novelas sea la mas leída en Colombia, por encima incluso de la revista Semana– y se utilizan primordialmente no para reducir la ignorancia sino para cubrir, temporal y ficticiamente, los déficit emocionales con la distracción para matar el tiempo”.

Sería injusto incluir en una misma canasta a todos los medios de comunicación. Por fortuna, existen los medios alternativos, quienes, en una quijotesca labor, tratan de resistir a los embates de las multinacionales mediáticas que acuden constantemente a la manipulación, “produciendo –como diría Romano– deliberadamente mensajes que no concuerdan con la realidad social” para crear opiniones en incautos espectadores que creen ingenuamente en la ‘loable’ defensa del bien común por parte de dichos medios, cuando lo cierto es que sólo actúan en defensa de unos intereses particulares e, incluso, de clase. Tan efectivos son esos mensajes que han logrado sumir a la mayoría de los colombianos en una especie de letargo e hipnosis colectiva, en la que es difícil darse cuenta que somos victimas de la imposición de una realidad virtual y, por ende, vivimos de espaldas a la verdadera realidad.

En el siglo XXI, entonces, los medios, los que otrora tumbaran gobiernos y fueran veedores de las practicas gubernamentales, ahora están al servicio de quienes detentan el poder económico, que son los mismos que, en últimas, sustentan el poder político y se dan sus mañas para controlar también el poder del conocimiento. Es decir, el que tiene el oro hace las reglas y las impone. Y el ignorante, creyéndose culto, dócilmente las acepta.

Porque de sumisos es de lo que está lleno este país, de personajes que sólo se nutren de las informaciones oficiales y que no acuden a otras fuentes para contrastar las mentiras que a diario salen de Palacio, se conforman con repetir los mismos y manidos argumentos que no resisten la fuerza del análisis pero que, finalmente, terminan imponiéndose gracias al eco de los grandes medios.

¿Estamos entonces ante una sociedad sumisa? ¿Una sociedad que ha personificado la política y que, en medio de su desespero, ha depositado su suerte en las manos de un individuo que se cree el salvador? ¿Cuál ha sido la responsabilidad de los grandes medios en dicho fenómeno?

Lo cierto es que hay que estar atentos, mantener los ojos abiertos y no creer ciegamente en todo lo que nos bombardean a diario como supuesta información los grandes medios de comunicación: se debe acudir también a otras fuentes, se debe contrastar, sopesar, analizar. Porque en un país tan complejo como el nuestro se corre el riesgo de emitir juicios basados en informaciones prefabricadas y con otras intenciones que nada tienen que ver con la de informar.

En fin, a toda costa se debe evitar tener una mentalidad sumisa.

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