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Por: Freddy J. Melo – abril 9 de 2008

Se están cumpliendo cinco años de la invasión a Irak (19/03/03). Lo que la camarilla genocida de la Casa Blanca creyó un hábil movimiento en el proyecto de la ‘nueva centuria americana’ –diseñado por sus impenitentes ideólogos de extrema derecha como continuidad del siglo XX, que fue de USA mediante una combinación de agresividad económica, fuerza, cinismo, bandidaje y rapiña–, presenta signos de ser más bien el comienzo de la decadencia del Imperio. La resistencia imbatible de los iraquíes –cuyas diferencias religiosas ha tratado el invasor de azuzar bajo receta maquiavélica, incluyendo destrucción de lugares sagrados, y utiliza ante el mundo como parte de su coartada inmoral– lo mantiene empantanado de tal manera que no encuentra cómo salir ni cómo permanecer. Esas diferencias religiosas no operan en la medida que él señala, y, como lo sostienen los voceros del patio que logran hacerse oír, ni obstaculizaron la vida nacional antes, ni deterioran su capacidad combativa hoy. De modo que la resistencia es del pueblo en su inmensa mayoría, con la sola e infaltable exclusión de los apátridas.

La herida del Imperio tiene múltiples entradas, pero presenta dos que le dan aspecto mortal: la proveniente de la economía y la que responde a la conciencia creciente de los pueblos, especialmente el suyo propio. La economía ha perdido capacidad productiva, ya no es la suministradora y generadora casi inagotable de manufacturas y empleos; la creciente super especialización en la industria armamentística le ha mermado creatividad útil; la incontinencia en el derroche de recursos exacerba su condición parasitaria del mundo; su sed de petróleo se ensancha en la medida en que el aceite se agota y no hace nada serio por cambiar y racionalizar el modo de vida; la crisis hipotecaria y las dificultades financieras inauguran una recesión; el dólar se enflaquece por inorgánico y ahora enfrenta el reto que parece imparable del euro. En un libro que recientemente leí, “La guerra de los petrodólares” de William R. Clark, se sostiene que la divisa es “el talón de Aquiles” y que ha surgido una nueva contradicción interimperialista hasta hace poco impensable: el dólar contra el euro. El dólar, convertido en moneda universal de las transacciones petroleras gracias al influjo de USA sobre Arabia Saudita y de ésta sobre la OPEP, amén del poderío militar, tenía garantizada su primacía a pesar de la maquinita, pero el ascenso económico de Europa, con el auge de un nuevo signo monetario más orgánico y la necesidad de pugnar por las fuentes energéticas que EEUU pretende monopolizar, ha planteado un conflicto en el que estos “perciben cada vez más a la Unión Europea como la mayor amenaza estratégica”. Clark afirma que la verdadera causa de la invasión a Irak, aún más que para garantizarse los yacimientos, fue el propósito de impedir la mudanza de la OPEP al euro y que Sadam Hussein firmó su sentencia de muerte al dar ese paso. En fin, el país norteño mantiene su desmesurado poderío bélico, con el que pretende “guerra preventiva, unilateralidad y sobrexceso imperial”, los cuales son realmente “signos de debilidad”, pues “económicamente está en declive, menos y menos competitivo, y cada vez más endeudado”. Y el foso tiende a profundizarse.

Por otra parte, los pueblos todos del mundo han descubierto la naturaleza del ‘monstruo’ y lo repudian. Los gobiernos, con excepciones contadísimas, desconfían de él: la soledad es, de manera creciente, su compañía. La acaba de padecer en la OEA, que ya no es y parece que no volverá a ser, el Ministerio de Colonias. El movimiento antimperialista y revolucionario levanta de nuevo y con gran pujanza sus banderas. Y el pueblo norteamericano, que padece el más abusivo filtraje de información, hasta el punto de que en menos de dos décadas las fuentes de noticias –TV, radio y prensa–  han sido reducidas a cinco grandes conglomerados corporativos miembros del complejo dominante global, empieza a reaccionar, a interesarse en las cuestiones públicas, a condenar la guerra y a demandar la restitución de sus garantías constitucionales. El siniestro desgobierno de Bush es rechazado como ningún otro en la historia.

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