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Por: Marco A. Gandásegui, hijo* – abirl 9 de 2008

En la campaña política norteamericana se destaca el hecho de que los candidatos no presentan programas y no analizan los problemas de su país en sus discursos o en los debates. Los problemas económicos no son tratados y las guerras en que se encuentra involucrado EEUU no son objeto de análisis.

Por otro lado, son muy pocos los ciudadanos de ese país que le piden a los candidatos que analicen los problemas nacionales. Generalmente, los medios concentran su interés en aspectos marginales: en la campaña de 2008 ha jugado un papel importante el género de la senadora Clinton, la etnicidad del senador Obama y la experiencia bélica del senador McCain.

Pero no hay que dejarse engañar: los candidatos tienen programas y están muy comprometidos en hacerlos cumplir. Sin embargo, las reglas políticas en EEUU no contemplan que los planes de gobierno sean compartidos con el electorado. Según el sociólogo norteamericano más importante del siglo XX, Talcott Parsons, la clase dominante no debe confiar en el sistema partidista. El sistema partidista debe limitarse a sólo escoger líderes y legitimar políticas. Según Parsons, le corresponde a la cúpula económica-empresarial, con intereses nacionales –e internacionales–, estudiar los problemas y proponer las soluciones.

Si la legitimidad de los partidos experimenta una crisis, es necesario establecer una segunda línea de defensa consistente en el “consenso super-partidario” capaz de reemplazar los mecanismos correspondientes al “consenso bipartidista”. Es la noción del “buen gobierno”, que plantea la necesidad de contar con extensos acuerdos negociados independientemente de los partidos y, además, con lealtades transversales.  En este sentido, las asociaciones ‘voluntarias’ –tanto en EEUU como en el resto del mundo– deben incorporar todos los miembros de la clase dominante al sistema sin perjuicio de su inclinación partidista.

En opinión de Parsons, lo singular del sistema político norteamericano es, por un lado, su sistema de votación y, por el otro, el bipartidismo que crea un equilibrio permanente entre fuerzas nuevas y las viejas. El sistema de votación contribuye a la movilización de los representados y el bipartidismo asegura la alternabilidad que contribuye al consenso.

Los discípulos de Parsons desarrollaron el concepto de pluralismo que camina de la mano con la noción de “buen gobierno”. El pluralismo consiste en la flexibilidad que deben tener las múltiples “elites” para llegar a entendimientos e introducir cambios. El pluralismo tiene como objetivo reducir –enfriar– la participación –militancia– política.

La función que se cree que es de los partidos políticos, en buenas cuentas, es reemplazada por un conjunto de elites que pondrían orden sobre la base de ciertas reglas del juego no escritas, pero respetadas. Quienes no son de las elites se convierten en simples espectadores. El sistema los margina políticamente y minimiza la participación electoral.

Para Parsons, los partidos políticos y las elecciones, en buenas cuentas, son un mal necesario. Para mantener cierto nivel de legitimidad y la estabilidad necesaria para gobernar hay que controlar los movimientos sociales. Los discursos electorales de los candidatos en la actual campaña presidencial de EEUU, que se decidirá en las elecciones de noviembre de 2008 –que no analizan la economía ni las guerras–, siguen al pie de la letra las recomendaciones del “buen gobierno” y del pluralismo.

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– Marco A. Gandásegui, hijo, es Profesor de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA).

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