Por: Juan Diego García – mayo 6 de 2008
Frente a la ola nacionalista que barre Latinoamérica, los Estados Unidos han desplegado una política agresiva, mitigada tan sólo por el mayor énfasis que le exigen sus guerras en Asia. La crisis energética es, sin duda, la mayor urgencia en la formulación de las estrategias gringas, pero no tienen menor peso otras consideraciones relativas al agua, las materias primas en general y el control territorial, y no faltan esfuerzos por ampliar mercados para sus excedentes agrícolas e industriales mediante tratados de libre comercio.
Las armas de esta política imperialista son múltiples y no por conocidas menos eficaces: sabotaje económico, presiones diplomáticas, campañas mediáticas, fomento de desórdenes públicos, promoción del descontento alimentando rumores y medias verdades, actividades subversivas, atentados terroristas y, cuando todo esto falla o las condiciones están maduras, el clásico golpe militar.
Si antes se intentaba legitimar el intervencionismo mediante la excusa de la ‘lucha contra el comunismo’, ahora se arguye una supuesta ‘lucha contra el terrorismo’, la ‘guerra contra el tráfico de drogas’ o, si nada de esto cuadra, el gobierno en cuestión será acusado de practicar un populismo irresponsable, que convierte al país en ‘un peligro para la estabilidad regional’.
De tales estrategias no deben descartarse los movimientos separatistas que pretenden romper la unidad nacional, precisamente de las naciones que se convierten en ‘problema’ para los Estados Unidos. No es casual que ahora, cuando el nacionalismo reverdece en Latinoamérica, los movimientos separatistas aparezcan precisamente en las naciones que más han avanzado en la defensa de su soberanía nacional. En Venezuela, la llamada ‘República del Zulia’; en Ecuador, los rumores de separatismo de la región de Guayaquil; y en Bolivia, el independentismo de las provincias del oriente. Zulia es uno de los departamentos más ricos, un verdadero mar de petróleo, decisivo para la economía nacional. Guayaquil es el centro de mayor desarrollo económico y las provincias del oriente boliviano constituyen grandes reservas de gas y petróleo.
Las banderas del separatismo son muy similares: pretenden indefectiblemente que el centralismo de Caracas, Quito o La Paz ahogen su pujanza, sin que quepa más salida que reivindicar lo propio, así sea llevando el proceso hasta las últimas consecuencias, es decir, la separación. En todos los casos se trata de iniciativas de las oligarquías locales, por lo general bien vinculadas con multinacionales del petróleo o del gas. Aparecen, entonces, organizaciones internacionales generosamente financiadas que sustentan a las ONG locales y dan las orientaciones pertinentes. No falta el seminario con intelectuales liberales y especialistas de la moderna administración, que se rasgarán las vestiduras ante la supuesta falta de descentralización y la rigidez burocrática que impide a las regiones hacer un uso ‘más racional de sus recursos’, ahora malgastados por un centralismo asfixiante y premoderno. Y tras todos ellos, el omnipresente embajador de marras que interviene groseramente y garantiza a los separatistas el apoyo incondicional al movimiento por parte de los Estados Unidos.
El separatismo del Zulia está, por ahora, en letargo, aunque sería ingenuo pensar que se haya olvidado por completo. Tampoco debe descartarse que vuelvan a sonar voces separatistas en Guayaquil. Pero el peligro más inminente está en Bolivia. Allí, el 4 de mayo se realizó un referendo de ‘autonomía’ en la provincia de Santa Cruz, a pesar de haber sido declarado ilegal por la Corte Nacional Electoral y fracasar en el intento de conseguir algún tipo de apoyo de la OEA. En realidad, ninguna institución representativa a nivel internacional ha aceptado servir de testigo en ese evento y todos han dado su respaldo al gobierno legítimo de Evo Morales, que ha denunciado no sólo su naturaleza ilegal sino los verdaderos intereses separatistas que se esconden tras ese referendo.
En realidad, quienes lo propician buscan un enfrentamiento directo con La Paz y, si es posible, hasta una guerra civil para derrocar al gobierno progresista. Les molesta mucho la ley de Reforma Agraria, que afecta a la gran propiedad improductiva; les resulta muy incómodo que se afecten las ganancias fabulosas de las multinacionales del gas y del petróleo; les inquieta en extremo que el gobierno promueva los derechos de la población indígena, mayoritaria en el país, y denuncian como un ‘atentado contra la producción’ que las autoridades intenten liberar a los jornaleros guaraníes, sometidos a condiciones de atroz explotación: en realidad, modernos esclavos que, como en ciertas zonas de Brasil, laboran en grandes haciendas a cambio de ocupar ranchos miserables y recibir una alimentación más miserable aún.
El gobierno de Evo Morales será sometido a una prueba de fuego. A los promotores del referendo parece importarles poco no tener apoyo de ningún gobierno o autoridad internacional. Su conducta permanente, después de haber sido desalojados democráticamente del poder por las masas indígenas, no ha sido otra que la obstrucción, el sabotaje y la amenaza. Mientras, el embajador de los Estados Unidos se distingue como un padrino diligente y acucioso, y no sería extraño que Washington esté a la espera del menor incidente para justificar la partición del país y el surgimiento de un nuevo Kosovo en los Andes. En los Balcanes, los gringos y los europeos no han tenido inconveniente en apoyarse en un llamado ‘movimiento de liberación nacional de Kosovo’, en realidad una banda de delincuentes comunes dedicados al tráfico de drogas, armas y personas, y, según denuncia la antigua fiscal para Yugoslavia, la señora Carla Di Ponte, implicados igualmente en el tráfico de órganos humanos utilizando a prisioneros serbios.
En Bolivia se dan coincidencias muy curiosas. El actual embajador gringo viene directamente de los Balcanes, en cuyas guerras separatistas ha tenido destacado papel. Los dirigentes separatistas de Santa Cruz y otras provincias no sólo son de un racismo extremo sino que su principal dirigente, Marinkovic, es por casualidad un inmigrante croata. Su discurso se sustenta en teorías ‘científicas’ de una supuesta pureza de raza –la blanca, o ‘nación camba’– frente a la ‘decadente e inferior’ naturaleza del indígena del altiplano –de eso a la ‘limpieza étnica’ no hay más que un paso–. Para terminar, una foto reciente muestra al embajador de los Estados Unidos departiendo distendidamente con dos sujetos: el jefe de los separatistas y un peligroso jefe paramilitar colombiano
que tiene orden internacional de búsqueda y captura por múltiples crímenes. ¿De qué hablarían tan distinguidas personas?
Defender la integridad nacional es, entonces, una urgencia en Latinoamérica. En la anterior reunión de la OEA y en la siguiente del llamado Grupo de Río, por unanimidad, se condenó la incursión de Colombia en Ecuador y se reafirmó el principio de la no intervención y el respeto a la soberanía nacional –Bogotá sólo recibió el apoyo de Washington–. La OEA tampoco avala el referendo de Santa Cruz, ni la Unión Europea aceptó supervisarlo. Todas ellas son victorias destacables de Latinoamérica frente al intervencionismo. La nota más reciente la ha puesto Brasil: de ahora en adelante, todo extranjero que desee entrar en su territorio amazónico debe obtener antes una autorización expresa de las autoridades, de suerte que se impida la piratería científica, el expolio y el saqueo de especies y conocimientos. No se puede ser ingenuo en asunto tan delicado.
El 4 de mayo se juega mucho en Santa Cruz. Por ahora, el gobierno de Bolivia ha obrado con enorme prudencia y se ha llenado de razones. Pero la provocación a la guerra civil es permanente y existen intereses nacionales y extranjeros empeñados en provocarla. Evo Morales tiene el apoyo de las Fuerzas Armadas y –lo más importante– mantiene la reserva inagotable de las masas indígenas, movilizadas y dispuestas a defender la integridad territorial de su país, sostener el proceso de reformas y lanzarse a la lucha, si se da el caso. Los Cien Mil Ponchos Rojos, aunque muy mal armados, están alerta, si es que se confirman los peores augurios y la sangre vuelve a correr en Bolivia.
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