Por: Shirley Muñoz – abril 29 de 2013
Una de las realidades que marcan a Colombia en el concierto mundial, es su alto índice de violencia antisindical. Las cifras son tozudas: 2.932 asesinatos desde 1986 hasta hoy, 5.915 amenazas y 298 atentados. Esas son apenas las frías estadísticas del fenómeno, porque detrás de ellas hay rostros, historias desgarradoras, sindicatos desarticulados, rabia y dolor humano.
En agosto de 2009, María Victoria Jiménez, bacterióloga del Hospital San Juan de Dios de Santafé de Antioquia, y presidenta de la subdirectiva en ese municipio de la Asociación Nacional Sindical de Trabajadores y Servidores Públicos de la Salud (Anthoc), al regresar de vacaciones se encontró con la sorpresa de que durante su ausencia el cuadro de sus turnos había sido llenado con disponibilidades, hecho éste que le disgustó pero que ignoró, toda vez que ya era algo de común ocurrencia en el hospital. En general, el ambiente que encontró fue el mismo que había antes de tomar sus vacaciones.
Pero algo había cambiado, algo comenzaba a tramarse de manera soterrada, algo que ella no supo leer o no asoció con su situación. Fue el caso de dos hombres que en dos ocasiones vio en una moto merodeando en la ruta que ella usaba para ir al trabajo.
Así, llegó el 24 de septiembre, fecha en que, a eso de las 7:40 de la noche, recibió una llamada del hospital. La solicitaban para que cubriera una disponibilidad, solicitud que la extrañó porque a esa hora era inusual. Al llegar, advirtió que su compañero de laboratorio, Jorge Macías, hacía pocos minutos se había ido, detalle también extraño, pues no era normal que a esa hora estuviese en el hospital, más aún cuando encontró varias muestras de sangre pendientes de analizar.
A las 9:15 pm regresó a su casa, ubicada en una finca de las afueras del municipio, y observó que el portón estaba a oscuras. Seguramente, pensó, su mamá había apagado todas las luces, creyendo que esa noche ella se iba a quedar en casa de su tía. Pero cuando introdujo la llave en la cerradura sintió una mano sobre su boca y el cuerpo de un hombre que la retenía desde detrás y la golpeaba en diferentes partes. Cuando pudo liberarse de la mano que le oprimía la boca, con todas sus fuerzas gritó varias veces. De inmediato las luces de la casa se encendieron.
Sujeta por los brazos de su atacante, María Victoria se movió desesperada hasta que cayó al piso, momento en que advirtió que eran dos los hombres que la atacaban. Intentó levantar la cabeza para mirarles sus rostros, pero antes de lograrlo un último golpe impactó su cara. Asustados por la luz, los gritos de su mamá y los ladridos de los perros vecinos, los dos hombres huyeron, dejándola tirada en el suelo. Ella, aterrorizada, se llevó las manos a la cara y se dio cuenta de que la nariz no estaba en su lugar. Miró su cuerpo y descubrió su ropa llena de sangre. En ese momento se percató de que no eran golpes lo que había recibido, eran heridas penetrantes, hechas con el cuchillo que su atacante había dejado abandonado en el piso.
La llevaron de urgencia al hospital, de donde apenas 15 minutos antes había salido. Llegó herida de 7 puñaladas y con la nariz destrozada por el último golpe que recibió en el suelo, razón por la cual esa misma noche fue trasladada en ambulancia a la Clínica Medellín. Allí le examinaron sus heridas y le hicieron las primeras intervenciones de reconstrucción de su cuerpo, en especial de su nariz. En total serían 12 las operaciones que finalmente le practicaron.
Pero es necesario remitirse al pasado para poder entender cómo y por qué María Victoria llegó a ser víctima de una esa agresión tan brutal.
Denuncias y acoso laboral como telón de fondo
Es indudable que todo el drama que ha vivido María Victoria es fruto de su actividad como dirigente sindical y se puede decir que comenzó después de que el alcalde del municipio nombrara a Liliana García como gerente del hospital, tras un breve período de interinidad. María Victoria, en su condición de líder sindical y representante de los trabajadores en la junta directiva del hospital, denunció este nombramiento porque fue hecho a dedo, sin el debido concurso de méritos entre más aspirantes. Sin embargo, fue la única de la junta que la protestó, así que desde ese momento su situación cambió: empezó a ser blanco de acoso laboral.
Empezó a sentir la presión de los miembros de la junta directiva, quienes le plantearon que si quería seguir siendo parte de ésta debía renunciar al sindicato, al tiempo que se generalizó una presión desde la administración en contra de las y los trabajadores de planta. Las labores administrativas de éstos fueron asignadas a contratistas y las horas de trabajo comenzaron a reducirse. Ante esto, los derechos de petición y las tutelas que entabló el sindicato de poco sirvieron.
Paralelamente, otro hecho anómalo comenzaba a evidenciarse: por ciertos indicios, María Victoria se dio cuenta de que posiblemente se estaban presentando robos por parte de los contratistas y se dio a la tarea de investigarlos. Fue grande su sorpresa al enterarse de que los robos ocurrían en su propio espacio de trabajo, el laboratorio, y que el bacteriólogo Jorge Macías era el responsable, tal como lo logró demostrar con las pruebas que recogió y que presentó a la junta directiva. La respuesta a su denuncia fue el silencio de la directora del hospital y la promesa de una investigación, que en realidad no se hizo.
Sin presentir las consecuencias que su erguida actitud le traería, María Victoria continuó atenta a todos los movimientos del hospital y siguió levantando su voz cada vez que fue necesario. En consecuencia, el acoso laboral no cesó, las presiones continuaron y el clima laboral se deterioró tanto que decidió denunciar la situación ante el Ministerio de Trabajo, al que envió un documento en el que describía la situación laboral en el hospital e informaba del acoso al que estaban siendo sometidos los trabajadores. Diez días después de que formulara esas denuncias ante el Ministerio, le ocurrió lo que ya se contó atrás: fue víctima del atentado que por poco le cuesta la vida.
Los vericuetos de la Fiscalía
Una vez recuperada de sus heridas y terminado su tiempo de incapacidad, María Victoria regresó a su puesto de trabajo en el hospital, a compartir el mismo espacio con Jorge Macías, la persona que ella sospechaba que algo tenía que ver con el atentado del que fue víctima. Para entonces, por gestión de Anthoc, el gobierno le había asignado un esquema de seguridad.
En esas estaba cuando fue nombrada vicepresidenta de Anthoc a nivel departamental, y eso determinó su traslado a Medellín con permiso sindical, tiempo que también aprovechó para someterse a las intervenciones quirúrgicas de reconstrucción de su nariz y de uno de sus senos.
Pero, al poco tiempo la situación tomó un giro inesperado: la zozobra se desplazó hacia su familia en Santafé de Antioquia, que empezó a recibir insistentes llamadas intimidantes y amenazas de parte de uno de los sicarios que atentó contra la vida de María Victoria. La solución que una de sus primas encontró para que las dejaran en paz fue ofrecerle dinero al hombre que las estaba amenazando, quien aceptó entrar en esa negociación.
Entonces todo cambió. El hombre no sólo dejó de amenazar a su familia sino que, a cambio de dinero, les envió pruebas y nombres de las personas que estuvieron detrás del atentado a María Victoria. Les envió una grabación en la que señalaba quién les dio la orden, quién los llevó hasta la finca, por qué no utilizaron arma de fuego, etc. Y mencionó al bacteriólogo Jorge Macías como la persona que dio la orden, hecho que se confirmó al revisar la cuenta bancaria que el hombre les dio para que le consignaran el dinero: fue la misma en la que Macías hizo su consignación por el ‘servicio’ prestado.
A pesar de que María Victoria le entregó esta prueba a la Fiscalía y de que el investigador designado, Jaime Henao, logró identificar a 6 personas implicadas en el intento de homicidio del que fue víctima –entre ellas algunas del mismo hospital–, poco ha avanzado la investigación, entre otras cosas, porque de manera misteriosa desaparecieron 4 órdenes de captura que se libraron en contra de los implicados y porque el investigador Henao, quien había mostrado especial interés en resolver el caso, fue asesinado en Medellín.
Lo curioso es que en este caso la Fiscalía llegó a plantear móviles pasionales, argumento éste que no es nuevo ni extraño dentro de las investigaciones por homicidios y violencia antisindical en el país, en las que son comunes las apelaciones y condicionamientos a móviles amorosos, no exentos de una fuerte carga de discriminación de género. En el caso de María Victoria, según ella misma lo admite, el ingrediente de género ha tenido un fuerte peso, tanto en las presiones que la administración del hospital ha ejercido sobre ella como en el supuesto móvil pasional que argumentó la Fiscalía. “Si hubiera sido un hombre el que estuviera en mi situación, las cosas habrían ocurrido de otra manera”, concluye.
María Victoria sabe que hace pocas semanas la investigación de su caso se reactivó, en el mismo punto donde la dejó el investigador Henao, pero eso no logra disolver su escepticismo. Teme que la agresión de la que fue víctima, aún con las pruebas que se han recogido, quede en la impunidad.
Levantar la voz para sobreponerse al miedo
A María Victoria las cicatrices no sólo le han quedado en el cuerpo: se han trasladado a su familia y a la organización que preside. Tanto así que, después de tres años, sus compañeros de la subdirectiva de Anthoc en Santafé de Antioquia siguen con miedo y nadie se ha atrevido a reemplazarla en la presidencia del sindicato.
Además, en los últimos meses ha tenido que lidiar con nuevas situaciones de acosos e intentos de amedrentamiento contra ella y su familia. Por ejemplo, recibió una llamada con la que pretendieron intimidarla para que no regresara a su pueblo.
Sin embargo, cada una de las situaciones y angustias que ha experimentado, en vez de doblegarla, la han fortalecido, le han dado la resistencia necesaria para seguir con su trabajo sindical. No sólo regresó a Santafé de Antioquia y retomó la presidencia de la subdirectiva de Anthoc allí sino que continúa como vicepresidenta del sindicato a nivel departamental. Dice que sus convicciones se han reforzado.
Tampoco quiere guardar silencio ni dejar de secundar a sus compañeros en la defensa de sus derechos. Todo lo contrario: sigue dispuesta a imponer su voz sobre aquellos que quieren silenciarla. Es una mujer valiente, no hay duda.
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