Hugo Chávez - Foto: Bernardo Londoy

Hugo Chávez - Foto: Bernardo Londoy

Por: Fabricio Lombardo – enero 15 de 2013

La construcción del socialismo no es precisamente tarea sencilla. No hay planos de antemano que expliquen cómo construirlo. No hay libros sagrados e intemporales que vayan advirtiendo equivocaciones. Por muy trillado que pueda sonar, el socialismo es una construcción que se va inventando en el camino. No obstante, es cierto que algunas ideas previas se tienen: cualquier poder que se pretenda socialista debe asegurar las necesidades básicas al pueblo, la gente tiene que vivir. Es decir, hay que atacar la desnutrición y la mortalidad infantil. El alimento debe estar, al igual que la salud, al alcance de todos. El techo, fundamental. Y la educación, por supuesto, pública y de acceso popular genuino.

Estos primeros pasos son fundamentales y es evidente que Chávez los dio. No se puede tapar el sol con la mano, no se puede ser tan obtuso. ¿O habrá que recordar los miles de médicos cubanos que arribaron a Venezuela para curar ahí donde los médicos venezolanos no llegaban? ¿Será necesario explicar, una vez más, la Misión Alimenticia destinada a garantizar el derecho al alimento a partir de la instalación de mercados populares a bajo costo?

Se podría escribir un libro entero sobre el desarrollo y los alcances de las misiones revolucionarias del gobierno de Chávez y la CNN no se ocupará en difundir la Misión Robinson ni la Misión Sucre, con las cuales aprendieron a leer y escribir más de un millón de venezolanos y otros tantos accedieron a la educación terciaria y universitaria. Tampoco la cadena O Globo de Brasil le dará importancia al cuidado especial de los niños en situación de calle que desarrolló el gobierno revolucionario.

El Mercurio de Chile, así como El Universo y El Comercio de Ecuador no informaron absolutamente nada sobre el progresivo avance de los derechos indígenas en Venezuela, tampoco sobre el fomento de la música en los niños que por suerte pudieron resistir el embate de las políticas liberales y mantenerse en sus hogares con sus padres. Los grandes mentirosos de la información mundial sienten arcadas ante las políticas populares del gobierno de Venezuela y se han ocupado de esconderlas cuidadosamente durante todo este tiempo. En Argentina, Clarín y La Nación se empeñaron en todos estos años en mostrar una república insegura e inflacionaria en vez de un país inclusivo y en crecimiento, como realmente lo es Venezuela hoy. Por eso, en Bolivia El Deber y Los Tiempos no han hecho otra cosa que diseñar un Evo Morales bisoño y títere de un Chávez dictador y entrometido en los asuntos internos.

Sólo en este último año se construyeron en Venezuela 200.000 viviendas. No son 20 ó 30: son 200.000. Es histórico. Busquemos si algún otro gobierno en el mundo ha logrado algún objetivo semejante en el último medio siglo. Sin embargo, esto no parece ser noticia para ningún periódico grande de Latinoamérica. Y eso que hasta aquí no he nombrado las grandes cadenas de comunicación de Chile y Colombia, países donde el antichavismo proyankee y neoliberal se hacen sentir en sus medios más que en ninguna otra parte.

Sin embargo, nada de esto ha logrado derribar a Chávez. Ni siquiera el golpe de estado cívico militar que sufrió en 2002, poco tiempo después de iniciada la Misión Zamora, destinada a erradicar el latifundio improductivo. Paradójicamente, pareciera que en estos vergonzosos tiempos de concentración y globalización mediática se reaviva la esperanza del pueblo llano. Por suerte la realidad política sigue prevaleciendo sobre la ficción inventada de los poderosos.

Sin embargo, la política también tiene sus límites. Se ha dicho que es el arte de lo posible, y es cierto. No obstante, la política es también la imaginación de lo imposible y ahí también aparecen los cerebros revolucionarios capaces de plantear desafíos más allá del cubrimiento de las necesidades básicas. Las misiones Che Guevara y 13 de Abril van en esa dirección porque se ocupan de la formación política y la creación de comunas socialistas en cerca de 100 municipios y 200 pueblos. El desafío es crear estructuras socioterritoriales autosustentables, en las que trabajo manual y cualificado se entrelacen mejorando la calidad de vida de la población, tomando las decisiones de manera democrática y participativa. Es decir, producir con otra lógica, decidir entre todos, vivir de otra manera. Tan sencillo y tan difícil como eso. Tan maravilloso.

Entonces, ¿podría Chávez haber dado más pasos en la construcción del socialismo? Quizás sí, pero difícilmente. Ningún presidente del mundo hace lo que quiere. Obama, por ejemplo, no puede prohibir que en Estados Unidos se vendan armas al público como si fueran caramelos, y eso después de la masacre de Connecticut y otras balaceras terribles aunque menos recordadas. En su afición por mantenerse intactas en el poder, las cadenas multinacionales informan banalidades, esconden lo verdaderamente importante y mandan al olvido lo que la memoria colectiva no debiera olvidar.

Venezuela no es Cuba, ni los años 60 son el siglo XXI. No se llega al poder y se hace lo que se quiere, ésa es una errónea lectura del proceso cubano. Las revoluciones no se hacen de un día para otro y el que tiene el gobierno no siempre tiene el poder. Son un punto de inflexión en la historia en que fuerzas contradictorias explotan y el que pueda subirse al caballo que se suba. Pero también es cierto que al potro de la revolución no se sube cualquiera, se sube el que puede y hace mientras pueda, si lo dejan hacer. Porque después de todo no hay que olvidarse que ese potro es el pueblo.

Chávez ha hecho lo que ha podido y yo pienso que más. No era necesario hablar de socialismo para sacar adelante a la destruida Venezuela de los años 90. No hacía falta tanto empeño en la integración latinoamericana ni esos geniales discursos internacionales que horrorizaron a los bienpensantes y maravillaron a la juventud en lucha. No hacía falta gritar con toda la jeta: “¡Váyanse al carajo, yankees de mierda!”. Esas cosas no se olvidan, porque es precisamente lo innecesario aquello que vuelve a la política una pasión y un arte por el que algunas mujeres y hombres de esta tierra se graban para siempre en la memoria de los pueblos.

Chávez va a morir, es cierto. Hoy, mañana o dentro de 20 años, ¿qué importa? Al fin y al cabo, todos vamos a morir algún día. Sin embargo, tengo la certeza de que él se llevará a la tumba la imagen de una sonrisa que trascenderá su tiempo y las fronteras de su Venezuela natal, una sonrisa cordillerana que irá desde Ushuaia hasta el río Bravo y que estará poblada de rostros multicolores y valles fértiles. Nosotros nos conformamos con ser parte de esa sonrisa final e imaginaria, popular e infinita, que el huracán Hugo se llevará a la tumba.

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