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Por: Claudia Sandoval G. – junio 30 de 2008

Siendo Bogotá una de las veinte ciudades más grandes de América Latina y la más importante de Colombia, se ve compuesta por dos escenarios: la zona plana, donde se concentran las edificaciones de grandes empresas financieras, centros comerciales y conjuntos cerrados; y las enormes laderas construidas, donde habitan millones de personas, aquellas que han comprado su lote con los ahorros ganados trabajando en servicios generales, en vigilancia o como obreros de la construcción, así como las que se han visto obligadas a invadir un trozo de tierra después de perderlo todo en su tierra de origen por el fenómeno de desplazamiento.

En esas laderas se observan miles de viviendas construidas con ladrillos y cambuches levantados con latas, tablas, palos y cartón; viviendas que no soportan las inclemencias de las lluvias y se mueven –o se caen– al ritmo de los deslizamientos. Tampoco es  extraño encontrarse con viejos armarios, neumáticos y demás desechos flotando o estancados en las quebradas que bajan desde la cima de las montañas y que, en otra época, fueron fuente de consumo y aseo para los habitantes de la montañas. En 2007, según fuentes oficiales, se presentaron unos 84 fenómenos por remoción en masa y 130 en lo que va corrido de este año. Se han presentado, en estos mismos periodos, 27 y 11 inundaciones en las zonas de ladera.

En este contexto, en el año 2004 se presentó un desastre que afectó a unas dos mil familias habitantes del barrio Nueva Esperanza, ubicado en las laderas del sur oriente de la ciudad. A partir de ese momento, se reubicaron a zonas seguras varias de las familias afectadas, quedando muchas de las zonas desocupadas pero susceptibles a ser invadidas nuevamente. Otros problemas también se evidenciaron: el mal uso de la tierra, la contaminación de fuentes hídricas, el mal estado de las construcciones y de la infraestructura urbana, las condiciones de pobreza de la población y, sobre todo, un tejido social desarticulado. Precisamente de allí surge la necesidad de realizar acciones encaminadas a rehabilitar las zonas y darles usos más adecuados, de manera que se organizó la iniciativa de involucrar a las comunidades en el mejoramiento del sector y en la prevención de nuevas emergencias. Es así que nace el proyecto Vigías Ambientales.

Según comentan, Iván y Leonardo, supervisores del proyecto en la localidad de Ciudad Bolívar, la iniciativa de formar y poner a trabajar a los vigías ambientales surge de las entidades bogotanas del nivel local que son conscientes de la necesidad de la recuperación ambiental, prevención del riesgo, y mitigación de impactos antrópicos, iniciativa que, a la vez, contribuye a la generación de ingresos por parte de la población vulnerable de estratos 1 y 2 de la ciudad, madres y padres cabeza de hogar, reinsertados y exhabitantes de la calle.

Intervención en tres zonas de riesgo en Bogotá

Desde 2006 hasta hoy se han desarrollado por lo menos 4 convenios para la intervención de Altos de la Estancia, la cuenca de la Quebrada Limas y Nueva Esperanza, en relación a la prevención de nuevos desastres en dichas zonas. Estos convenios de cooperación se han desarrollado en dos etapas: la primera etapa es de capacitación en temas medioambientales y en gestión del riesgo, y la segunda etapa es de práctica, donde se desarrollan las actividades de campo.

Dentro de la capacitación se encuentran temas como preservación del medio ambiente, salud ocupacional y protección laboral, manejo adecuado de herramientas de mano, mantenimiento de material vegetal, atención básica en emergencias, planes familiares y comunitarios de emergencia,lo cual se complementa con instrucción en habilidades productivas –agricultura urbana y compostaje, manualidades y culinaria, convivencia ciudadana y solución de conflictos.

Entre las actividades prácticas que desarrollan los vigías ambientales se encuentran: la adecuación de drenajes, por medio de la limpieza y poda de vegetación; la adecuación de viviendas y predios evacuados, demoliéndolos, limpiándolos y re vegetalizándolos; la limpieza y recolección de residuos sólidos; la adecuación y rehabilitación de senderos; el apoyo en la atención de emergencias en la localidad; el mantenimiento del arbolado; el monitoreo y las alarmas tempranas.

Uno de los vigías recuerda como, en un día lluvioso típico del mes de noviembre, se realizó una campaña de aseo en la quebrada Limas, a la altura del barrio Villas el Diamante, donde participó activamente la comunidad y que, en esa ocasión, se hizo énfasis en la conservación de la euebrada y en el manejo de residuos sólidos, con los niños integrantes de la Fundación Motitas.

Otra de las labores que han desarrollado los vigías es el apoyo en la atención de las emergencias. Ellos apoyan esta labor en caso de deslizamientos, inundaciones e incendios. Ricardo Rojas recuerda como, antes de ser vigía, una avalancha de la Quebrada Limas afectó las viviendas del sector, cuando sus aguas se hicieron barro y arrasaron con las pertenencias de sus habitantes, y que ahora, al presentarse situaciones parecidas, ellos acuden a los puntos afectados, recogiendo materiales que dificulten el paso de la quebrada, destapando alcantarillas o ayudando a evacuar las familias cuando ellas los necesiten.

Iván Velandia, uno de los supervisores, recuerda como, el 23 de diciembre a las 11 de la noche en el barrio Villa Gloria, se presentó un deslizamiento producto de los malos manejos de aguas negras, colapsando una vivienda sobre otra. En esa oportunidad, los vigías ayudaron a recuperar algunas pertenencias de una señora, madre cabeza de hogar de cuatro niñas, que lo perdió casi todo en medio de las festividades decembrinas.

Según informes oficiales, el impacto esperado del proyecto vigías ambientales es convertirse en un instrumento de construcción social del territorio, abriendo espacios para que la población vulnerable sea incluida en la ejecución de acciones de prevención del riesgo, fortaleciendo la identidad y aumentando los niveles de apropiación y corresponsabilidad con relación a la protección de las zonas de alta amenaza y a la recuperación de los suelos de protección por alto riesgo no mitigable, con un enfoque de desarrollo humano sostenible.

Este impacto se ha hecho visible para don Ubaldino, líder comunal del barrio Marandú, quien reconoce la recuperación y mejoramiento del entorno con la descontaminación, la poda del césped y árboles, porque, además de la renovación ambiental, se mejoró la seguridad y se redujo la proliferación de consumidores de droga en el sector.

Según declaraciones de Sergio Camargo, coordinador de campo del proyecto desde hace dos años, las habilidades y conocimientos adquiridos por las personas que han trabajado en el proyecto les han servido para vincularse a otros programas, como la recuperación del Parque Entre Nubes y el humedal de Santa María del Lago, ambas estructuras ecológicas de la ciudad.

Como lo han expresado los mismos vigías y supervisores del proyecto, la sostenibilidad del mismo se realiza por el impacto que ha generado en las comunidades y en las zonas, y por el aporte de las instituciones distritales que, de diferentes formas, han sumado sus esfuerzos a todo el proceso.

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