La crisis cafetera ha desatado una lucha sin precedentes en Colombia por la dignidad campesina - Foto: CGFan

La crisis cafetera ha desatado una lucha sin precedentes en Colombia por la dignidad campesina - Foto: CGFan

Por: Omar Alejandro Gutierrez R. – marzo 22 de 2013

Hace algunos meses, después de tomarme un café con un viejo amigo en una tienda de Juan Valdés y luego de observar la factura de la compra, me di cuenta de que ésta fue emitida por una empresa llamada Procafecol. Al investigar, encuentro que esta marca, orgullo nacional y con la cual más de uno en el extranjero saca pecho, es una firma privada de la cual son accionistas, entre otros, Alejandro Santodomingo y Gabriel Silva, expresidente de la Federación de Cafeteros de Colombia (Fedecafé). Por lo tanto, es falsa la frase que tiene impresa el uniforme que portan quienes trabajan en esas tiendas: “trabajo en la tienda de los caficultores colombianos”. La marca, desde hace algún tiempo, ha dejado de ser de las más de 500.000 familias colombianas que viven de la producción de café.

El menor de los males

En estos días de paro cafetero, tal vez, la propiedad sobre las tiendas de café colombiano en el mundo sea el menor de los males de este gremio, conformado en su mayoría por pequeños y medianos campesinos que, desde el siglo XVII, llenaron de orgullo los Andes colombianos con su cultivo.

La producción de café llego a ser un símbolo de poder en el campo durante el siglo XIX y principios del siglo XX, junto con el cacao y el tabaco, a tal punto que sólo podía ser cultivado por los propietarios de grandes haciendas, como los Holguín en Cundinamarca y el Valle del Cauca, y los Uribe en Antioquia. Los capataces y trabajadores agrícolas de esas grandes explotaciones, eran premiados por sus patronos con la posibilidad de trabajar en pequeñas áreas de los cultivos en mención. Con el paso de los años, los dividendos obtenidos de estos cultivos de alta rentabilidad iban siendo utilizados por el peonaje para comprar dichas tierras y así, en muchos lugares, las grandes haciendas fueron dándole área y recursos económicos a las fincas cafeteras que conocemos hoy en día.

La real bonanza se vio en los años 70 y 80 del siglo XX, cuando la libra de café excelso en mercados internacionales se cotizó cerca de los 3 USD la libra, generando inmensas ganancias a los caficultores colombianos. De estos dividendos, el 65% se utilizaba para engrosar el Fondo Nacional del Café y el 35% para pagar a los productores. El lucro fue utilizado para comprar parte de la Flota Mercante Grancolombiana, potenciar el anteriormente formado Banco de Cafeteros y la inusual compra y capitalización de Avianca. Además, los cafeteros poseían una empresa de logística entregada de lleno al café, conocida como Almacafé, y toda una flota de camiones y tractomulas destinadas para el transporte del grano desde las zonas de producción hasta los puertos.

El papel del café llego a ser tan importante que durante décadas fue el producto principal de exportación y el más importante generador de divisas. La palabra ‘café’ era considerada en muchas latitudes sinónimo de Colombia, llegando el Fondo Nacional del Café a solventar los proyectos de ayuda humanitaria y reubicación de los habitantes de Armero, posterior a la tragedia de 1985, casi en su totalidad.

La crisis

En 1989, las empresas trasnacionales dedicadas a tostar y procesar el grano, como Nestlé, lograron que los gobiernos de ciertos países, como Estados Unidos, rompieran una figura de equidad entre productores y consumidores conocida como el Pacto Internacional Del Café. Desde ese momento, los monopolios internacionales hacen, literalmente, lo que les viene en gana con el mercado internacional de este producto.

Colombia reaccionó tardíamente a los efectos de la caída del pacto y, con el paso del tiempo, empezó a perder terreno y a ser el segundo productor mundial de café, detrás de Brasil. Para los años 90, a pesar de la incidencia de la roya como enfermedad principal y la reciente aparición de la broca como insecto plaga, en Colombia se producían cerca de 22 millones de sacos de 60 kilogramos cada uno al año, mientras Brasil producía cerca de 25 millones.

Con el paso de los años y de las malas administraciones por la Federación de Cafeteros, se llegaron a perder cientos de miles de hectáreas de producción por los bajos precios internacionales, generalmente cercanos a 1 USD, llegando a producirse en 2012 un consolidado de poco menos de 8 millones de sacos, mientras que Brasil, con un efectivo plan de optimización de la producción, llego a producir el año pasado 55 millones de sacos, seguido de Vietnam con 21 millones de sacos.

Durante la ultima década del siglo XX y la primera del presente los caficultores colombianos han perdido todas sus propiedades e inversiones generadas por el trabajo de cientos de miles de familias cafeteras durante décadas: Almacafé aún funciona, pero con menos del 30% de la capacidad de bodegaje y transporte de otras épocas; el grupo Davivienda compró Bancafé; la Flota Mercante Grancolombiana se liquidó, dejando a los cafeteros el lastre del pago de las pensiones de sus trabajadores; Avianca fue vendida primero a la familia Santodomingo, por porcentajes de inversión, y luego se vendió el ultimo 25% de propiedad al empresario brasilero Germán Efromovich, todo con la promesa de que se apagaría la crisis cafetera con un precio de sustentación a la compra interna, dado por la Fedecafé, y con un plan de asistencia técnica supremamente costoso, el cual nunca ha brindado los resultados esperados.

El mas reciente eslabón de la crisis es el propiciado por un plan de renovación de cultivos de café, mal gestionado y enfocado, que en los últimos cinco años ha renovado 390.000 hectáreas, alcanzando tan sólo 120.000 en el 2012. La renovación consiste en  tumbar los viejos cafetales de variedades susceptibles a las plagas y enfermedades, así como los de baja producción, y plantar variedades de más corto periodo de cosecha y mayor producción.

Sin embargo, para ver los resultados de la primera cosecha de los nuevos cafetales pasarán por lo menos cinco años, lo cual es demasiado para los pequeños productores que viven de esta actividad. Aunado a esto está la deslealtad de las empresas tostadoras de café con las marcas tradicionales, puesto que están importando café de Brasil y Vietnam, porque los costos son inferiores al nacional, lesionando gravemente el mercado interno. En este momento nadie tiene certeza de cuanto café importado esta entrando al país y muchos aseguran que hasta el famoso café Juan Valdés esta siendo maquilado mas no producido en Colombia, lo cual es más grave aun.

Para dimensionar un poco la pérdida de los cafeteros es importante fijarnos en algunas cifras: en 2008 la carga de 125 kg llegó a un precio interno de $1’080.000, lo cual generaba un margen de rentabilidad a los cafeteros; a inicios de 2012 la carga había bajado a $800.000 y a finales del mismo año costaba apenas $ 540.000, es decir un 39% menos en tan solo unos meses.

El paro cafetero

Siendo consciente de la inminencia del paro cafetero, el presidente Juan Manuel Santos impulsó la realización, el 2 de febrero pasado, de un consejo para la prosperidad en Chinchiná (Caldas), municipio conocido durante décadas como epicentro de la actividad cafetera del país. La demagógica reunión abordó la crisis, pero, más que un espacio para resolver los problemas, parecía un encuentro de exempleados de la Federación de Nacional de Cafeteros, ya que es de recordar que el presidente Santos, en los años ochenta, gozó de los privilegios propios de la burocracia del gremio y fue su representante en Londres ante la Organización Internacional del Café, figura generada por las consumidores, es decir, por las grandes empresas tostadoras para controlar los mercados y ganancias de los productores. Además, como era de esperar, estuvo presente el ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, quien al igual que Santos vivió de las mieles de la bonanza cafetera y llegó a ser gerente comercial de Fedecafé entre 1986 y 1990, y el actual ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas Santamaría, quien es hijo de Jorge Cárdenas Gutiérrez, presidente de Fedecafé entre 1983 y 2001, al que muchos responsabilizan por el inicio de la crisis del sector.

Lo curioso de la reunión es que los representantes del gobierno y los directivos de la Fedecafé, incluido el gerente Genaro Muñoz, salieron de Chinchiná dejando tras de sí una fuerte silbatina y gritos que los acusaban de “canallas” ante la negativa a la petición de los pequeños cultivadores de subir el precio de sustentación de $60.000 por carga de 125 kg. Ese día, el precio interno de la carga de café fue de $480.000 que, sumado al subsidio estatal, ofrecía a los caficultores apenas $540.000, mientras que los costos de producción oscilan entre $580.000 y $620.000, dependiendo del lugar de producción y de la calidad del grano, es decir, los campesinos estaban perdiendo dinero y solventaban de su bolsillo entre $40.000 y $80.000 por carga.

Por primera vez en sus 86 años de historia, la Federación Nacional de Cafeteros ha sido desconocida por los productores del grano como interlocutor y representante del gremio: los campesinos ven en sus directivos una burocracia causante de la crisis que siempre se pone del lado del gobierno y no vela por sus intereses.

Así, el 25 de febrero, estalló el paro nacional cafetero y en los 17 departamentos donde se reporta actividad cafetera se dieron jornadas de protesta, ceses de actividades en distintos municipios y bloqueos de vías por parte de los caficultores. Todos ellos, desde La Guajira hasta Nariño, pasando por Cesar y Caquetá, coincidían en que vivir del café en Colombia ya no es posible y, por esto, durante once días no cedieron ante la represión estatal: a pesar de las acciones violentas del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) de la Policía Nacional, que dejaron un saldo de varios muertos y cientos de heridos y mutilados, no se desmontaron los cierres de vías de los cafeteros y, de hecho, lograron el apoyo y la unidad con otros sectores campesinos y de trabajadores del transporte, como los cacaoteros y los camioneros.

Finalmente, el 7 de marzo los cafeteros lograron el aumento del subsidio a $145.000 por carga, lo cual apenas es un paliativo, ya que las causas estructurales de los problemas del café aún siguen vigentes y tienden a agravarse, por lo que el regreso de las cosechas a pérdida es algo casi inevitable y serán quienes desde el amanecer trabajan en sus parcelas, esperando que un futuro mejor los cobije, quienes tendrán que pagar las consecuencias o asumir de nuevo la protesta.

Por eso, cada vez que se tome un delicioso café colombiano o piense en sacar pecho orgullosamente cuando hable de la calidad del mismo, por tan solo un momento, recuerde quiénes lo producen y todos los esfuerzos que hacen para que llegue a usted.

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* Ingeniero agrónomo e investigador de la Universidad Nacional de Colombia.

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