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Febrero 27 de 2009

Comenzó el año escolar y, con éste, la preocupación de las secretarías de educación de Pereira y Dosquebradas por la disminución del número de estudiantes matriculados en los colegios oficiales, hecho que, según el Ministerio de Educación Nacional, “va en contravía con los fines del sistema educativo y tiene considerables efectos negativos sobre el desarrollo social del país, pues afecta la competitividad y la calificación de su capital humano”.

En Colombia, la deserción escolar, entendida como la interrupción o no finalización del ciclo escolar, es preocupante. Basta con decir que de cada 100 estudiantes matriculados, sólo 47 terminan el ciclo de educación básica –hasta noveno grado– y que en 2004 los estudiantes que abandonaron el sistema educativo fueron 760.000, la mayoría de departamentos muy pobres como Guainía, Putumayo, Guaviare y Caquetá.

El Eje Cafetero no es la excepción, pues la deserción escolar supera el 40%. No obstante, en Risaralda se espera superar la cifra de 62.368 estudiantes que se matricularon en 2008 y llegar a 65.000. Para ello, el departamento presentó el programa “Caminemos juntos por resultados en la cobertura y calidad en la educación” a la ministra de Educación, en una demostración de voluntad de la región por atacar el fenómeno y procurar mejorar, a partir del próximo año, los estándares de ocupación de las aulas escolares, reducir la deserción y mejorar en la calidad.

Sin embargo, habría que atacar simultáneamente los factores a los que se les puede atribuir esta situación, tales como la violencia, el desplazamiento y la extrema pobreza de las familias. Aunque la Constitución diga que “la educación básica para todo colombiano será gratuita”, la realidad es otra: si bien las instituciones educativas oficiales no cobran la matrícula, los padres deben asumir los gastos de uniformes, útiles escolares, transporte y otros que implican los estudios de un niño o joven. El simple hecho de que esté bien alimentado para que rinda académicamente se hace cada vez más difícil de lograr, especialmente en familias donde hay más de un niño en edad escolar.

El fenómeno de la deserción es más sentido en las zonas rurales, donde a la pobreza se suman los largos trayectos que deben caminar los niños, niñas y jóvenes para ir a la escuela. La vinculación laboral de esta población para aportar económicamente a sus familias, la responsabilidad que muchos han tenido que asumir como cuidadores de sus hermanos menores, el limitado acceso a la educación superior y el imaginario que sembró el narcotráfico con el ‘dinero fácil’, donde no se necesita ser muy educado para obtener una gran fortuna, originan en gran medida este fenómeno. Cada año son más las sillas vacías en los colegios públicos y, con cada niño que abandona la escuela, se acentúan la diferencia entre ricos y pobres, entre educados e ignorantes, entre dueños y desarraigados.

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