Militares de Estados Unidos pasan revista a las fuerzas armadas de Malí - Foto: Ken Bergmann

Militares de Estados Unidos pasan revista a las fuerzas armadas de Malí - Foto: Ken Bergmann

Por: Mohamed Hassan – enero 29 de 2014

Desde los años 70, el capitalismo está en crisis. La reacción de los dirigentes mundiales del capitalismo en los años 80 consistió en una política ultraliberal y una ofensiva ideológica encarnizada contra el comunismo. En África, en Asia y en América Latina esta política fue formulada en los famosos programas de adaptación estructural, que debilitaron enormemente a los Estados y barrieron todo lo que todavía quedaba de las infraestructuras y de los servicios sociales. En el mundo capitalista, todas las reglas fueron suprimidas, sobre todo –y de la forma más radical– en el mundo bancario. La legislación laboral, la seguridad social y los derechos sindicales fueron igualmente cuestionados.

En 1990, cuando el socialismo se desmoronó en la Unión Soviética, la euforia se apoderó de Occidente: se habló del fin de la historia y de la victoria definitiva del capitalismo. La sigla de cuatro letras TINA (para ‘There Is No Alternative’, es decir, ‘no hay alternativa’) estuvo muy en boga. Pero, hacia la mitad de los 90, esta euforia se atenuó un poco y el capitalismo en crisis se puso a la búsqueda de una nueva imagen de enemigo. Con este objetivo, la teoría del ‘choque de civilizaciones’, de Samuel Huntington, se reveló útil. Y, ya en aquella época, el Islam fue definido como el enemigo.

Desde el punto de vista estratégico, hubo la influencia del libro de un americano de origen polaco, Zbigniew Brzezinski, “El gran tablero mundial”, con el subtitulo “American Primacy and It’s Geostrategic Imperatives” (literalmente, “La hegemonía americana y sus imperativos estratégicos”, que en su versión francesa se convirtió en “América y el resto del mundo”). Para Brzezinski, los Estados Unidos debían apoyarse en la Unión Europea y en los grandes países del Este europeos, como Polonia y Ucrania, con el objetivo de controlar la totalidad de Eurasia, la extensión de territorio emergido más vasta del mundo, compuesta por Europa y el continente asiático.

En el último periodo de la presidencia de Clinton llegó el “Project for a New American Century” (“Proyecto para un nuevo siglo americano”), a través del cual los neoconservadores preconizaban la remodelación del gran Oriente Medio. Ésta iba a ser la política del siguiente presidente americano, George Bush Jr.

Consecuencia: la primera década de este siglo fue quebrantada por las guerras en Iraq y Afganistán.

Un error de cálculo garrafal

Por violenta e impresionante que haya sido la guerra en Iraq, cuando empezó hace más de diez años, hoy en día no podemos sino constatar que los Estados Unidos perdieron esa guerra. Tras una década de ocupación americana, el control político del país está en manos de un gobierno que escucha más al país vecino, Irán –el sempiterno enemigo de Washington– que a los propios amos americanos. Si con la ocupación de Iraq, los Estados Unidos pretendían controlar la producción de petróleo a escala mundial, eso también ha sido un fracaso: una parte importante del petróleo iraquí se encamina actualmente hacia China. Y los aumentos del precio del oro negro han enriquecido igualmente a los países productores de petróleo que no están en buenos términos con los Estados Unidos: Argelia, Venezuela, Libia y Rusia. Esos países han podido, de ese modo, hacerse con importantes reservas monetarias, lo que ha acrecentado sus posibilidades de tomar un curso independiente.

En lo que se refiere a Rusia, en los años 90 Washington apoyó a los islamistas radicales en Chechenia con el objetivo de debilitar aún más el país. En el curso de una lucha sangrienta, la capital Grozni fue reducida a los escombros y tuvimos que deplorar, además, el drama de los rehenes en la escuela de Beslan. Pero Rusia se mantuvo firme y, bajo Putin, se convirtió de nuevo en un país rotundamente autónomo e independiente, beneficiándose además de un fuerte crecimiento económico.

Pero es sobre todo en China donde los Estados Unidos se equivocaron. Su intención era contemplar cómo la búsqueda de la aplicación del libre mercado conducía por fin al desmoronamiento del sistema de Estado socialista, como fue el caso antes en la Unión Soviética. Pero eso no sucedió y la economía china continuó creciendo. China ha superado, uno tras otro, a los grandes países capitalistas y se ha convertido hoy en día en la segunda economía mundial tras los Estados Unidos, así como en la mayor potencia comercial. Si esta evolución prosigue, sólo es una cuestión de tiempo para que China supere también a los Estados Unidos.

Tras la estela de China se encuentran, por otra parte, cierto número de grandes países del tercer mundo, como India o Brasil, mientras que algunos grandes países africanos se han transformado igualmente en países emergentes: Sudáfrica, Angola y Nigeria. Juntos, los principales países emergentes (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) constituyen lo que se ha dado en llamar los BRICS.

A medida que se desarrollaba esta evolución, cada vez más en Occidente se desesperaban por esa ‘primavera china’ pro occidental que se hacía de rogar y la idea de considerar abiertamente a China como a un adversario estratégico se abría camino, a través de una segunda Guerra Fría y de una política de cerco, contención y confrontación.

Cuando, en noviembre de 2011, el presidente americano Obama realizó un vasto periplo por Asia, declaró que los Estados Unidos eran y continuaban siendo una “potencia pacífica”, haciendo referencia al océano Pacífico que separa a los Estados Unidos de Asia. “Asia es, de ahora en adelante, la prioridad número uno de los Estados Unidos”, añadía. No es por casualidad que el primer viaje al extranjero de Obama tras las elecciones presidenciales de 2012 no haya tenido como destino a Europa o América Latina, sino a Birmania, un país clave para el cerco político de China.


La creciente importancia estratégica de África

Es en ese nuevo marco político como Africom fue creada en 2008. Se trata de una importante reforma estratégica de los centros de mando supremos del ejército norteamericano. Africom reúne, de ahora en adelante, a todas las operaciones del ejército estadounidense en África bajo un mando único –cuyo cuartel general se encuentra en Stuttgart–, mientras que antaño dependían de tres mandos diferentes. No se trata de una operación de cirugía estética: esta reforma refleja la gran importancia estratégica del continente africano en la política americana de confrontación con China.

Los rápidos progresos de la tecnología hacen que cada vez más las materias primas sean necesarias para la industria de los países capitalistas, pero también para la de China y de las otras economías emergentes. En el subsuelo africano se encuentran importantes reservas aun intactas de petróleo, gas y de metales ordinarios o raros. Se estima que el continente posee 40% de las materias primas minerales del mundo, lo cual le confiere una gran importancia estratégica.

El crecimiento espectacular de China y de las otras economías emergentes requiere efectivamente de enormes cantidades de materias primas. Además, los BRICS necesitan muchas posibilidades de exportación y para ellos también África representa un mercado de salida muy prometedor. Si los Estados Unidos quieren frenar el ascenso de China –la política de contención–, África constituye un elemento clave para la década por venir. Mientras tanto, desde hace algunos años, China es el principal socio comercial de África. Los Estados Unidos vienen en segundo lugar y entre los dos han superado a las antiguas metrópolis coloniales que eran Francia y Gran Bretaña.

Tomar el control de África se hace urgente para Washington y eso no puede realizarse únicamente por la competición de los actores económicos en el seno de un mercado ‘libre’. Para el bloque imperialista, se trata por esa misma razón de un asunto militar, de donde se deduce el papel decisivo jugado por los ejércitos de los Estados Unidos y de los países europeos en las guerras de Costa de Marfil, Libia y hoy en Malí. Lo que sorprende en este caso, es que los Estados Unidos se perfilan quizás de manera más discreta a los ojos del mundo exterior, mientras que, al mismo tiempo, a través de Africom y de su enorme red política y diplomática tienen firmemente las riendas en la mano.

Esta intervención directa de los ejércitos de los Estados miembros de la Otan en las guerras africanas, con un papel clave de Africom, no podrá sino acrecentarse en los años venideros. Por otra parte, Africom está implicada igualmente en un número creciente e impresionante de programas de colaboración militar con los ejércitos africanos, bajo la forma de formación y de ejercicios conjuntos. El objetivo es instalarse en el seno de esos ejércitos y, siempre que sea posible, hacer que sean los ejércitos africanos quienes dirijan las guerras que tendrán lugar, pero, naturalmente, siempre en función de los intereses de los Estados Unidos.

Esta estrategia Washington la aplica ya desde hace años en dos países que son muy importantes en el plano estratégico: Somalia y la Republica Democrática del Congo. Los ejércitos, respectivamente, de Etiopía, Uganda y de Ruanda se ocupan del trabajo en el terreno. Hoy en día, los Estados Unidos aprietan el acelerador en el trabajo preparatorio de ese tipo de intervenciones. En 2012, una brigada del ejército estadounidense recibió la misión de dirigir actividades en nada menos que 35 países africanos, un número récord.

Esta tentativa de someter militarmente a África con el objetivo de controlar la influencia económica de China y de las otras economías emergentes se efectúa bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo y es así como llegamos al movimiento integrista islámico y a lo que los medios llamaron la ‘primavera árabe’.

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Mohamed Hassan es especialista del Oriente Medio y de África.

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