Por: Mohamed Hassan – enero 31 de 2014
Cuando los colonialistas franceses conquistaron Mali, el territorio formaba parte de una vasta zona económica que se extendía a lo largo y ancho del Sahel. Las caravanas partían de una ciudad oasis hacia otra, en línea recta a través del desierto. En aquella economía original reinaba una armonía entre los campesinos y los nómadas: los campesinos necesitaban a los nómadas para poder comprarles mercancías provenientes de otras regiones y constituían de ese modo su clientela. Toda la población de esa región era musulmana.
Esa zona económica era muy próspera en aquella época. El año pasado, la página de Internet celebritynetworth.com clasificó a un maliense en la primera posición de la clasificación de los veinticinco individuos más ricos que jamás hayan pisado la tierra. Eso fue posible al convertir los bienes, teniendo en cuenta el precio actual del oro y la inflación a lo largo de los siglos, del rey Mansa Moussa I, que dirigió de 1312 a 1337 un reino situado en el interior del Malí de nuestros días. Ese hombre, hoy en día, valdría unos 400.000 millones de dólares.
La región disfrutaba, además, de una vida intelectual riquísima: se llegó a conocer a Tombuctú como a uno de los primeros y principales centros intelectuales del mundo. En su apogeo, el reino maliense se extendía hasta la costa de Senegal. El árabe era la lengua vehicular. Pero el colonialismo francés destruyó por completo ese sistema: para eliminar toda capacidad intelectual fueron asesinados miles de profesores.
Al igual que sucede con la casi totalidad de los países africanos, las fronteras del Malí que conocemos hoy son artificiales. La región formaba parte de lo que por aquel entonces se llamaba el Sudán francés. En 1960 se volvió independiente, primero a través de una federación con Senegal, pero, tras un lapso de apenas dos meses, Senegal abandonó aquella federación. El Malí actual es el cuarto país africano por su superficie. Después del golpe de Estado contra el primer presidente nacionalista de Malí, Modibo Keita (1960-1968), el país se convirtió en un Estado neocolonial.
Un Estado semejante no puede constituir una nación ni puede desarrollarse de manera autónoma. El norte, una región desértica, está abandonada a su suerte y sus habitantes están discriminados. Existen tensiones étnicas entre los tuaregs (nómadas) y los demás grupos de la población. El comercio a gran escala de antaño ha conocido un total declive. ¿Qué les queda al gran número de nómadas que surcan la región con sus caravanas? Contrabando, raptos a cambio de un rescate, tráfico de personas.
Una parte importante de esos tuaregs se convirtieron en soldados en Libia, en el ejército de Gadafi. Tras su vuelta al norte de Malí, iniciaron una guerra por la independencia de lo que ellos llaman Azawad, una lucha que, desde algunas décadas, se anima de manera brusca y luego se calma nuevamente. El 24 de enero de 2012, se apoderaron de la ciudad de Aguelhok y mataron a un centenar de soldados del ejército maliense. En el transcurso de los meses que siguieron continuaron atacando otras ciudades del norte.
La masacre de Aguelhok suscitó un enorme descontento en el seno del ejército y en las familias de los soldados, pues éstos, armados de manera muy precaria, tuvieron que combatir a insurgentes bien equipados y entrenados. El 22 de marzo, el presidente maliense, Amadou Toumani Touré (apodado ‘ATT’) fue derrocado por un golpe de Estado de militares descontentos y de oficiales subalternos, bajo la dirección de Amadou Sanogo.
Para los países vecinos de Mali que, tras el derrocamiento del presidente marfileño Gbagbo, sufren intensamente la influencia de Francia, aquello fue un pretexto para anunciar un embargo de armas contra el ejército maliense quien, de esa forma, no tenía ninguna probabilidad de hacer frente a los insurgentes que acudían de forma masiva. Los meses siguientes, el Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA) se apoderó de todo el norte del país. A continuación, el MNLA fue expulsado a su vez por tres grupos yihadistas: Ansar Dine, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y Mujao, grupos que reciben armas y dinero de Qatar y de Arabia Saudita. Y así se rizó el rizo.
Cuando parecía, entonces, que aquellos yihadistas iban a precipitarse hacia Bamako, la capital maliense, el presidente en funciones Dioncounda Traoré habría pedido intervenir militarmente al presidente francés, François Hollande, lo que imposibilitaba definitivamente el plan elaborado con dificultad y esmero por Naciones Unidas y la Unión Africana.
Conclusión
¿Cómo debería evolucionar la situación? A cualquier solución para el conflicto de Malí se le oponen tres problemas importantes.
Primero. Nadie está permitiendo a los malienses que resuelvan ellos mismos sus diferencias y problemas mutuos. La injerencia extranjera lo convierte en algo imposible. La guerra sólo exacerbará las tensiones mutuas en todo el país. Si usted tiene la piel más clara que el resto y se le confunde con alguien del norte, se arriesga hoy en día a no poder atravesar fácilmente las calles de Bamako.
Segundo. Los Estados africanos son muy débiles, especialmente cuando vemos que un país como Malí no puede ni tan siquiera acabar con una rebelión bien organizada de unos 500 yihadistas. La Unión Africana (UA) también es débil. Los países de la Southern African Development Community (SADC) intentan cambiar el curso de las cosas y estaban en el primer plano de la oposición de la UA a la guerra de Libia, pero todavía hay demasiados jefes de Estado africanos que piensan antes en sus propios intereses y en las órdenes que reciben de sus amos en Europa y en los Estados Unidos que en la unidad africana.
Tercero. Si, desde 2008, año en que se agravó la crisis del capitalismo mundial, Francia no quiere convertirse en una nueva España, Italia o Grecia, va a tener que defender su hegemonía en la ‘Françafrique’ y alrededor del Mediterráneo. Pero las cosas no se anuncian muy bien para Francia, ya que en África las contradicciones con los Estados Unidos se incrementan. En Costa de Marfil el ejército francés intervino para instalar a Ouatarra en el poder. Ahora bien, en realidad éste último es sobre todo un peón de los Estados Unidos y éstos han sacado partido de la guerra en Malí para instalar una base para sus drones en el país vecino, Nigeria. En otras palabras, podemos prepararnos para un periodo durante el cual Malí y toda la región que le rodea van a encontrarse en un conflicto permanente, como aquel que conoció Somalia en el transcurso de los años 90.
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