Por: Francisco Javier Bergaño – junio 29 de 2014
A las tres y treinta de la tarde del 4 de marzo de 2004, Celina Martínez, compañera de Luis José Torres y madre de sus seis hijos, recibió una llamada de su cuñada informándole que Luis José estaba en el Hospital de Barranquilla; no a causa del dolor en las piernas con el que había amanecido, había sido baleado y fallecido en ese centro asistencial. Le tocó, entonces, acudir a la morgue para identificar el cadáver.
Gisela, una de sus hijas, recuerda que ese día, ella y su hermana Katherine fueron sacadas del aula de clase mientras les explicaban que había ocurrido una tragedia familiar: “Recuerdo que, cuando llegamos a la casa, un tío mío, hermano de mi mamá, salió y nos dijo: ‘mataron a tu papá’”
El asesinato se produjo en horas de la tarde y fue perpetrado por dos sujetos armados que se presentaron al Hospital General de Barranquilla, donde Luis José trabajaba. En el momento en que abría uno de los portones de acceso recibió un disparo en la cabeza que le provocó la muerte inmediata. Los homicidas emprendieron la fuga en una moto.
Gisela y Katherine eran muy pequeñas por ese entonces, pero tienen en su mente grabado el momento en que le pidieron a su madre que las llevara al lugar donde estaba el cadáver de su padre. “No, tú estás muy pequeñita”, fue la respuesta de su madre.
El crimen ocurrió pocos días después de que el viceministro del Interior de entonces, Juan Carlos Vives Menotti, dijera con cinismo que las alarmas sobre el riesgo de los sindicalistas en Atlántico eran innecesarias; en 2004, diez sindicalistas de la Asociación Nacional de Trabajadores de Hospitales y Clínicas (Anthoc) habían sido víctimas de hechos violentos: dos resultaron asesinados y ocho fueron amenazados.
Una verdad bien guardada
Tras el asesinato de Luis José, a su esposa Celina le fue imposible seguir ocultando a sus hijos quién fue realmente su padre, qué hacía, qué soñaba, por qué luchaba. Hasta entonces les había ocultado esa información para no afectar la dinámica de la familia, en la que el tema sindical era un asunto de difícil tratamiento y sobre el cual había que guardar una distancia prudente, sobre todo en presencia de los hijos e hijas menores.
Sin embargo, ellas, por las conversaciones que escuchaban, algo intuían acerca de los riesgos que corría su papá por su actividad en el sindicato de Anthoc, al que pertenecía como operario de servicios en el Hospital General de Barranquilla. Incluso, alguna vez fue detenido por la fuerza pública, pero dejado posteriormente en libertad al no encontrarse mérito para mantenerlo privado de ella.
Lo que sí desconocían era que en la familia consideraban la posibilidad de mudarse a Venezuela o a Suiza, países que les ofrecían oportunidades de asilo, oferta que su padre rechazó; decía que si la muerte lo alcanzaba, que fuera en su propia tierra, cerca de su familia.
Era, además, muy difícil que los niños no se dieran cuenta de las amenazas que se cernían sobre su padre. La presencia de desconocidos merodeando en las cercanías de su casa era suficiente para alterar la rutina familiar.
—Tú no puedes estar más aquí —le reclamó Celina a Luis un día en que ambos, desde la ventana de su casa, miraban fijamente un carro que se había cuadrado en la calle, donde llevaba un largo tiempo detenido.
—Yo me tengo que quedar — respondió él.
—¿Qué pasó, mami? —intervino Gisela.
—Nada, ¡váyase para adentro! —replicó Celina, preocupada por la posibilidad de que la niña se enterara de algo.
El ocultamiento de la información empezó a generar dudas en Gisela, en quien nació la curiosidad de enterarse de lo que hacía su papá. En una ocasión en que él viajó a Bogotá para participar de una huelga de hambre promovida por el sindicato, Gisela rompió en llanto cuando lo vio en un noticiero de televisión y se enteró de que no estaba comiendo nada y que se sostenía sólo con suero.
Más allá de estas situaciones, ella y su hermana recuerdan a su padre de ‘puertas para adentro’. Era un gran ebanista y le gustaba hacer todo tipo de cosas para la casa, además de ser un gran admirador de la música de Diomedes Díaz y de dedicar gran parte del tiempo libre a jugar con su esposa y sus hijos. Celina también cuenta que a Luis José le gustaba dedicarse a las labores del campo, a la lectura y a prepararles la comida los fines de semana.
Los juegos fueron otra manera de paliar el estrés y la tensión que se vivía en casa por las amenazas contra su padre. “Éramos seis: tres jugaban en el equipo de mi mamá y tres en el de mi papá. Él escondía un balón en la casa, pero nunca encontrábamos los escondites. Compartíamos bastante tiempo jugando”, recuerda Gisela.
Un hombre servicial
Una característica visible del carácter de Luis José era su preocupación por las necesidades de los demás, particularmente de los usuarios que diariamente acudían en busca de atención médica al hospital donde él trabajaba o que lo buscaban en su casa para que les ayudara a agilizar las citas médicas. Incluso les ayudaba a sus propios compañeros en las ocasiones en que se les retrasaba el pago de sus salarios.
Celina cuenta que en una ocasión una mujer que estaba en labores de parto acudió al hospital en busca de atención. Luis José decidió hacerla pasar por su compañera para agilizar los trámites ante los médicos y enfermeras de turno.
También fue conocido por su activismo como integrante de la Junta de Acción Comunal del barrio San Vicente del municipio de Soledad (Atlántico). A finales de la década de los 90, la lucha emprendida para lograr la construcción de un acueducto que proveyera de agua potable a los habitantes del barrio tuvo en Luis José a uno de los líderes más destacados.
A Celina Martínez, esposa de Luis José, la muerte de éste la dejó desamparada. Viuda y con 6 hijos las dificultades económicas se multiplicaron, más aún cuando los auxilios que recibió resultaron bastante escasos. A lo que se suman los interminables trámites burocráticos que ha debido hacer a lo largo de los últimos años para recibir la indemnización, en el marco de la reparación individual a las víctimas, prometida por el gobierno. Hasta ahora no han recibido un peso.
Por el crimen de Luis José, en noviembre de 2007, fue condenado a 12 años de prisión Édgar Fierro, alias ‘Don Antonio’, comandante del Frente José Pablo Díaz del Bloque Norte de las AUC, quien confesó su autoría.
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