Por: Heidi Tamayo Ortiz – abril 14 de 2014
Después de pasar toda una vida como empleada doméstica, de recibir malos tratos y discriminación por cuenta de su humilde oficio y el color negro de su piel, Flora Perea decidió trabajar por la defensa de los derechos de otras mujeres que padecen condiciones similares a las que ella vivió. Hoy, es la vicepresidenta de la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico (Utrasd), sindicato compuesto casi íntegramente por trabajadoras afrocolombianas, en su mayoría oriundas del Chocó, departamento donde Flora nació.
Flora fue la penúltima de diez hijos criados por un padre agricultor y una madre que vendía alimentos. Aunque ambos eran muy trabajadores, nunca les alcanzó el dinero para darles a sus hijos todo lo que necesitaban. Por eso, en 1975, cuando Flora tenía nueve años, su mamá la envió desde Istmina (Chocó) a la casa de su hermana mayor en Medellín (Antioquia), con la intención de que a esa temprana edad empezara a trabajar. Pero, a su hermana le pareció que aún estaba muy niña para desempeñarse en un oficio tan duro, por eso la dejó en su casa mientras crecía.
A los doce años Flora consiguió su primer trabajo como empleada doméstica en una residencia del municipio de Bello (Antioquia), empleo al que pronto renunció porque su patrona no le dio permiso para estudiar los sábados. Entonces, Flora Perea decidió regresar a la casa de sus padres en Itsmina a terminar la primaria.
A la edad de dieciséis años regresó a Medellín a trabajar como empleada doméstica y esta vez la patrona sí le permitió estudiar, pero de poco le sirvió porque se enamoró, tuvo su primer hijo y ello la obligó a dejar el colegio. Desde entonces, no paró de barrer, limpiar, cocinar, lavar y planchar para varios patrones, pero siempre con la sensación de ser discriminada, no sólo por ser la ‘muchacha del servicio’ sino también, y en mayor medida, por ser de raza negra. “El racismo era tan marcado que muchas señoras llamaban a las agencias de empleo a pedir niñas del servicio, pero dejaban claro que no querían que fueran negras”, dice Flora.
Recuerda que una vez trabajó en una casa junto con otra empleada, una niña mestiza a quien le prodigaban un trato diferente al que le daban a ella. “Hasta en su habitación esa niña tenía más comodidades que yo y siempre la llamaron por su nombre. En cambio, a mí siempre me llamaron ‘negra’ en forma despectiva, sobre todo cuando se enojaban conmigo”, agrega.
Y a eso se suma la ingratitud. Muchas empleadas del servicio doméstico, asegura Flora, se pasan días enteros trabajando y nunca reciben un agradecimiento o un gesto amable. “De diez patrones habrá dos que piensan que nosotras realizamos un trabajo digno, que merecemos respeto y buenas condiciones. Recuerdo que en una casa donde trabajé nunca me dijeron buenos días, buenas tardes, gracias, ni me preguntaron cómo estaba. Yo, en cambio, sí saludaba, pero la respuesta era una mirada extraña, por encima del hombro. Como que les molestaba tratarme como una persona común y corriente”, anota.
Tratamiento de esclavas
No son pocas las lágrimas que las posturas discriminatorias de los patrones han hecho rodar por las mejillas negras y tersas de cientos de empleadas domésticas. “Es muy duro cuando a una la humillan y le dan tratamiento casi que de esclava, como me ocurrió en otra casa en que trabajé, donde me separaban el plato, el vaso y la cuchara porque me tenían asco”, recuerda la ahora líder sindical.
Flora cuenta que en una casa de familia tuvo que dormir en el mismo cuarto de los perros, como una mascota más. Además, tenía que trabajar de 7:00 am a 6:00 pm sin descanso, pues debía hacer aseo general, lavar tres baños, limpiar ventanales, planchar, barrer, trapear, sacudir, asear la nevera, lavar y planchar ropa, todo en un mismo día.
En otra casa tuvo que acostumbrarse a levantarse a las 4:00 de la mañana y pasarse el día entero pendiente del servicio porque cada miembro de la familia llegaba a una hora diferente a desayunar, almorzar y cenar, y cada uno pedía que le prepararan algo diferente.
“Uno aguanta por la necesidad, pero llega un momento en que dice: ¡ya no más!”, sostiene Flora, recordando a una de sus patronas en especial, quien, en vista de que se estaban perdiendo cosas de la casa, la culpaba a ella y le requisaba el bolso cada vez que salía, cuando era el esposo alcohólico de la patrona quien robaba objetos para venderlos y tomar licor. Tampoco olvida a aquel patrón que regresaba a la casa temprano con la firme intención de acosarla sexualmente, hasta que la hizo renunciar.
Si bien Flora habla de estas injusticias y tristezas en tiempo pasado, el caso es que hoy muchas trabajadoras domésticas, en especial las de origen afrocolombiano, siguen trabajando en condiciones similares. Su propia hermana fue obligada a comer las sobras de las comidas, pues no le permitían alimentarse con lo que ella misma preparaba.
Ausencia de garantías laborales
A los tratos denigrantes que sufren estas mujeres se suma la ausencia de garantías laborales y la vulneración de sus derechos. Asegura Flora que muchas de sus conocidas y amigas nunca gozaron de seguridad social, ni del pago de horas extras ni de un salario mínimo legal. Trabajaban por lo que les ofrecieran los dueños de la casa y muchos de ellos no respetaban el acuerdo que hacían antes de empezar labores.
“El pago queda a criterio de los patrones. Hay unos que no le pagan a uno en las fechas pactadas o le reducen el salario con argumentos como que en determinado mes casi no hubo trabajo o que uno es muy eficiente y se desocupa rápido”, dice Flora.
Un trabajo así sólo les sirve a estas mujeres para ir llevando la vida en el día a día, pero no para cuando llegan a la tercera edad, porque la gran mayoría no tienen asegurado el derecho a una vejez digna y deben sufrir las consecuencias de que sus patrones no les cotizaron para una pensión.
“Conozco el caso de una señora que trabajó veinte años para una familia y en este momento se está muriendo, y le toca pedir limosna para poder comer. Cuando le digo que hable con los patrones para que la apoyen en algo, ella se niega. A mí eso me parece una injusticia, matarse toda la vida para nada”, comenta Flora, quien también vivió en carne propia la negligencia de las patronas para afiliarla a una EPS. Siempre tuvo que costearse las consultas médicas y los medicamentos para controlar la migraña de la que sufre desde joven, y para colmo no le pagaban los días que no podía asistir al trabajo a causa de su enfermedad. Ésa fue una de las razones que la llevaron a darle un nuevo giro a su vida.
La última vez que Flora trabajó como doméstica fue hace 5 años, cuando los malos tratos, la explotación y las agresiones de una de sus patronas la hicieron renunciar, momento que además coincidió con el asesinato de uno de sus hijos en el barrio Caicedo de Medellín, donde vivía en ese entonces y de donde los integrantes de un grupo armado ilegal la sacaron a fuerza de amenazas. Pero fue el invierno el que terminó dándole el golpe de gracia para que se fuera: se le inundó la casa y la debió evacuar.
Nace el sindicato
Fue también en el barrio Caicedo donde conoció a María Roa, otra mujer afro, desplazada y ex empleada doméstica que sufrió condiciones similares a la suyas. Juntas empezaron a pensar la manera de ayudar a las mujeres que trabajaban en casas de familia, a fin de que no les siguieran vulnerando sus derechos.
A finales de 2012 se reunían con otras empleadas domésticas, unas veinte, todas de raza negra, empezaron a compartir experiencias y anécdotas, dolorosas todas. Entonces, buscaron ayuda de la Escuela Nacional Sindical para crear un sindicato que las agrupara.
Así fue como el 1 de marzo de 2013, con 28 afiliadas, nació la Unión de Trabajadoras del Servicio Doméstico (Utrasd), organización que preside María Roa y que desde el principio se planteó como bandera la defensa de derechos básicos, como el pago del salario mínimo legal, el reconocimiento de horas extras, la afiliación a seguridad social integral y el reconocimiento de su labor como un trabajo digno.
“En el sindicato velamos por el bienestar de las empleadas del servicio doméstico. Cuando puedo invito a las mujeres y no hay una sola que haya dicho que no vuelve. A todas les gusta y van llegando con otras nuevas, multiplican la información, cuentan experiencias diferentes que viven en las casas de familia y eso nos sirve mucho para actuar. Con el apoyo de la ENS brindamos asesoría a quienes la requieren, realizamos encuentros y talleres para tratar temas que nos interesan”, explica Flora, quien hoy funge como vicepresidenta de la nueva organización.
Gracias al trabajo de Utrasd, muchas empleadas del servicio doméstico han logrado que sus patrones les brinden condiciones laborales adecuadas y esos éxitos han posibilitado el aumento de la membrecía del sindicato, que hoy tiene 110 afiliadas.
“Muchas mujeres siguen trabajando en condiciones inadecuadas y ven en el sindicato una forma de solucionarlas. Aunque algunas ya no seamos empleadas domésticas, no queremos que a otras les suceda lo mismo que tuvimos que experimentar nosotras. Todas le apostamos a un futuro sin maltrato, sin discriminación y con mejores garantías laborales”, dice.
Flora asegura que nunca volvería a trabajar como empleada doméstica, pues no quiere vivir de nuevo episodios desagradables, pero, de tener que hacerlo, está segura de que ahora, que conoce sus derechos y los mecanismos para hacerlos defender, no se dejaría tratar como una esclava.
Ahora Flora vive con su nieto y sus dos sobrinas en una casa que le paga el Municipio de Medellín mientras la reubican en otra vivienda. Ya tuvo una experiencia laboral en otra actividad distinta al servicio doméstico: en una empresa de útiles escolares, en la cual se le terminó el contrato. Ahora, para subsistir prepara y vende tamales.
Ya también terminó su bachillerato y, pese a que algunos conocidos la tratan de loca por desear graduarse como profesional a sus cuarenta y siete años de edad, nunca ha quitado de su mente la idea de estudiar derecho.
Y, por supuesto, seguirá al frente del sindicato defendiendo los derechos de sus compañeras. “Hasta nos han llamado del exterior a felicitarnos por nuestra labor, y eso es algo que nos impulsa a seguir luchando”, concluye Flora.
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.
interesante historia, cuantas ancianas padecen hoy por injusticias del pasado, y sufren en silencio, porque les enseñaron a callar, hasta desde la iglesia, protestar es ser insurgente con los que ademas la mantuvieron. Mi solidaridad, al menos espiritual con todas aquellas que van sufriendo por esta y muchas más injusticias.
Animo compañeras. Me encanta la foto