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Por: Carlos Angulo y Rossih Martínez – julio 20 de 2007

En medio de la celebración por una independencia a medias, vamos a desempolvar la memoria histórica de Colombia, que muchos prefieren no contar o borrar para no reconocer méritos de aquellos que, a través de la diversidad, aportan a la construcción de naciones. Hoy, más que nunca, queda clara la hipocresía de este país con los afrocolombianos. Deberíamos saber que los denominados ‘gobernantes’ sólo muestran interés por nuestros territorios cuando sus intereses se encuentran amenazados por cualquier suspiro de organización, entonces acuden de inmediato con paños de agua tibia a tratar de controlar la situación antes de que se les salga de control, algo que es inevitable en las condiciones de vida en que nos encontramos los afrocolombianos y afrocolombianas.

Hoy la burguesía criolla cumple 197 años de una independencia que fue forjada desde sus inicios por nuestros ancestros: desde Benkos, Barule, Padilla, Rondón y Petión, este último en nombre de Haití -la primera república independiente de América- decidió colaborar a la lucha independentista de los países liberados por Bolívar.

Alexander Petión fue un hombre de ancestría africana, quien fue decisorio en esta mal llamada independencia, contribuyendo con una de las más grandes ayudas militares que una nación le pueda aportar a otra. Algunos documentos de la época narran que, en 1816, Petión le entregó a Bolívar 6.000 fusiles, 15.000 libras de pólvora, aproximadamente 30.000 libras de plomo, una imprenta, 30 oficiales haitianos y 600 voluntarios. Le recomendó que integrara a los africanos y sus descendientes al proyecto revolucionario, porque no encontraría hombres que amaran más la libertad que un esclavizado, y que en todos los estados que liberara aboliera la esclavitud de inmediato. Bolívar partió con ese compromiso, pero cuando se dio el glorioso grito de independencia, Bolívar se conformó con unas cuantas palabras al viento en sus discursos, proclamando una liberación que jamás concretó. Es entonces cuando sale a flote la hipocresía de este país con nosotros, pues la sangre derramada por nuestros ancestros era un precio muy bajo por nuestra libertad. Muy seguramente así pensaban los herederos de la corona española en América, los descendientes de europeos, los criollos que junto a Bolívar se pensaron una América integrada, pero a la vez dominada por un grupo humano: los criollos blanco-mestizos. Nos obligaron a 41 años y 5 meses más de esclavización, hasta un 1 de Enero de 1852, cuando se da cumplimiento a la Ley de abolición de la esclavitud del 21 de mayo de 1851, en la Nueva Granada.

Libertad de los esclavizados que no cambió para nada las condiciones, pues el Estado de la Nueva Granada les pagó a esclavistas por perder sus esclavizados y esclavizadas, sin reconocer ningún tipo de derechos a nuestros ancestros: sin territorios y sin dinero tuvimos que continuar trabajándole al esclavista.

Es por eso que hasta 1991 ocupábamos el mismo lugar que ocupaban los caballos y las vacas en la Constitución colombiana: se sabe que existen y producen, pero no tienen derechos como grupos, ni como seres humanos, porque es así como desde sus inicios fuimos considerados.

La lucha constante del pueblo afrodescendiente en Colombia produjo un gran movimiento, a finales del siglo XX, por el reconocimiento y la garantía de los derechos humanos y colectivos de los grupos étnicos en este país, por la visibilización la diversidad étnica, por el respeto a los territorios ancestrales y por la cosmovisión de la herencia africana en Colombia. Esta gran movilización, que llegó hasta los 90, trajo consigo la ley 70, que por cierto no plasma todo lo que con organización y sacrificio pedían los afrocolombianos. El residuo que el gobierno colombiano decidió poner en letras juridicas no ha redundado, de manera efectiva, sobre nuestras comunidades de ascendencia africana: la negligencia, la falta de voluntad política, el racismo estructural no ha posibilitado la reglamentación completa de esta Ley, lo cual nos muestra que en Colombia la justicia es una palabra vacía y hasta inexistente.

La ley 70 no sirvió de mucho, para la muestra un botón:

  • Seg ún el DANE y las Naciones Unidas, los departamentos que integran el pacifico colombiano, en vez de mejorar sus condiciones de vida, cada día empeoran. La brecha de la desigualdad, en lugar de cerrarse se expande, con indicadores tales como 21,6% de analfabetismo, mientras que en el resto del país es del 7%.
  • Con casos tan desastrosos como el municipio del Bajo Baudó (Chocó) donde el porcentaje de analfabetismo es del 62%.
  • Con la vergonzosa alta tasa de mortalidad por violencia en Buenaventura.
  • La desnutrición y pésimos servicios públicos en todo el Andén Pacífico llegan hasta el punto en que nuestra esperanza de vida no llega al promedio de lo que era hace 15 años para el resto del país.
  • La mortalidad infantil es el doble del promedio nacional, 100 niños de cada 1.000 mueren por ausencia del Estado. Podríamos decir, entonces, que tener muchos hijos en el Pacífico es un método de supervivencia y de conservación de la familia.
  • La violación constante de los derechos colectivos al territorio a través de las intensas fumigaciones y las invasiones arbitrarias de los grupos armados, legales e ilegales, en nuestros territorios, etc.

Sólo cuando el desespero se hace escuchar, el gobierno se hace presente para preguntar qué pasa, como si no lo supiera. Los únicos cambios en el Pacífico los produjo el pueblo organizado en unas huelgas como el ‘tumacaso’, el paro nacional del Chocó, lo mismo en Guapi y en Buenaventura, con lo que se consiguieron algunas cosas que no vale la pena mencionar por lo insignificantes que son, comparadas con las inmensas necesidades de nuestra gente.

El reciente <em>boom</em> noticioso sobre la corrupción del Chocó, es tan grande que la bienestarina se la dan de comer a los cerdos porque al gobierno no le conviene preguntarse si los chocoanos no están asqueados de comer bienestarina -y eso que viene en deliciosos sabores-. Pero aún así, haciendo un balance del abandono estatal hacia ese departamento, se podría entonces definir quiénes han sido los más corruptos en este país, quiénes le han robado al pueblo chocoano la posibilidad de salir del rezago histórico en el que le han mantenido. La corrupción no se puede justificar y debe condenarse, pero no se puede seguir estigmatizando a un grupo humano que le ha estado aportando muchas riquezas a este país, sin antes revisar donde está la mayor capa de impunidad, de injusticia y de concentración exhaustiva de la riqueza que nos pertenece a todos y todas.

Recientemente, los raizales de San Andrés, ante el abandono del estado colombiano, están creando un movimiento de independencia y de inmediato acudió el gobierno con el show de Uribe para intentar apagar el movimiento independentista y legitimar su soberanía sobre San Andrés, ya que Nicaragua se lo está peleando en los tribunales Internacionales.

Esperamos que nuestros hermanos afros, negros y negras, raizales o como quieran denominarse -con la inmensa herencia africana presente en sus venas, pieles, pensamientos, costumbres e ideales- resistan por la soberanía de su palenque o de esos territorios donde estamos presentes, creemos que sólo si estamos dispuestos a resistir organizadamente tendremos la consolidación de nuestros proyectos políticos, la diversidad es nuestra bandera, el cimarronismo -nuestra arma- y la transformación social del mundo nuestra tarea, por nuestros ancestros, en la Diáspora Africana de las Américas y en el mundo conseguiremos lo que reclamaremos por todos los medios que sean necesarios, la existencia real y verídica de la libertad.

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