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Por: Luz Edith Cometa L. – agosto 7 de 2007

El popular 20 de julio, fecha conocida como el Día de la Independencia, no fue en realidad el momento cúspide que permitió a los habitantes de nuestro país apartarse del dominio de la corona española. En medio de la turba, como se conoce a esa manifestación multitudinaria que representaba por lo menos la tercera parte de los 27.000 habitantes con que contaba Santa Fe de Bogotá en 1810, se vislumbraron dos propuestas para resolver las exigencias y reclamos que hacía el pueblo cansado del poder y del abuso.

Igual que en la actualidad, los poseedores del poder ofrecían la realización de una junta extraordinaria a puerta cerrada con algunos representantes o voceros de la manifestación. El pueblo guiado por sus propios líderes, como José María Carbonell, proponía la realización de un Cabildo Abierto. La lucha iniciada el 20 de julio de 1810 tuvo un viraje al día siguiente, cuando los criollos –que se consideraban a sí mismos de la aristocracia– firmaron un acta en la que intercambiaron poderes y repartieron prebendas con el virreinato. El documento, el mismo que la mayoría de colombianos conocemos en la escuela como prueba real de la independencia –que, por cierto, incluía sólo abstractamente al pueblo y más adelante lo excluía–, no acalló los alcances de un movimiento popular que, en realidad, se extendió hasta mediados de agosto de ese año, debido a que sus miembros no se sintieron recogidos en ese acuerdo y continuaron su lucha hasta exigir la detención del virrey y de la virreina. Es en esa fecha cuando realmente se debería celebrar el Día de la Independencia o dar mayor relevancia a hechos como los de Cartagena, que determinaron contundentemente la victoria sobre la corona española.

Nombres como Raimunda, Rosalía Contreras o Juana Prieto son desconocidos en la historia oficial, a pesar de ser mujeres que jugaron un papel importante en la lucha decisiva para derrocar a la corona.

Con una descripción mucho más profunda que este pequeño fragmento inició, el pasado viernes 3 de agosto en el auditorio de la Unión Nacional de Empleados Bancarios (UNEB), el ciclo de conferencias “Dos siglos de protesta urbana en Bogotá”, que organizan la Revista Viento del Sur, la UNEB, el Instituto Nacional Sindical (CED-INS) y el Taller de Jormación Estudiantil Raíces (TJER). El evento, que se extenderá hasta mediados de septiembre, tiene como fin conmemorar el trigésimo aniversario de la realización del primer Paro Cívico Nacional, que en la capital dejó aproximadamente 20 personas asesinadas en medio de la masacre autorizada por el ex presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen.

Es una forma de mostrar de forma continua, cada miércoles y viernes a las 6 de la tarde, cómo la historia oficial impuesta desde la educación primaria y fortalecida por los grandes medios de comunicación puede ser desmitificada con base en investigaciones serías y profundas de profesionales, analistas y críticos que se han tomado el trabajo de indagar, comparar, releer y dar claridad a otras hipótesis, propuestas para explicar lo que sucedió y sucede en este país, las cuales no han tenido tanta acogida o credibilidad.

Exponiendo los principales momentos de la lucha urbana en Bogotá desde 1810 hasta mediados del siglo XX, “se pretende rescatar la memoria histórica de los luchadores de todas esas protestas populares, a través de una visión histórica retrospectiva”, afirmó el profesor Renán Vega Cantor, uno de los conferencistas y organizadores.

Eventos como el primer Paro Cívico Nacional, que el próximo 14 de septiembre cumple 30 años de haberse realizado, tiene varias interpretaciones: entre ellas que fue algo pasajero o repentino. Sin embargo, el profesor Vega asegura que ese importante hecho “se inscribe dentro de una dinámica mucho más amplia”. Sobre ese mismo tema hay otro mito, que se conserva incluso entre varios sectores alejados del oficialismo, al respecto el profesor Frank Molano, otro de los organizadores, afirma: “pretendemos discutir la tesis tradicional que han expuesto los historiadores del partido comunista, sin demeritar pero discutiendo académicamente, que han mirado el paro como una movilización obrera, y lo fue, claro, pero también fue una movilización popular en la que se hicieron evidentes clases que antes no se veían o que fueron desconocidas, la ciudad no solamente es la ciudad de los obreros, también es la del semiproletariado urbano, los vendedores ambulantes, los jóvenes de barrios populares, esas son las nuevas clases subalternas que van a tener presencia”.

No se habla mucho en la historia oficial de hechos como el “pequeño Bogotazo”, donde se atacaron todas las comisarías de Bogotá, ni se formulan inquietudes como: ¿cuál es el contenido, la capacidad, la beligerancia de los actores sociales de las protestas? ¿cómo el pueblo ha sido protagonista de las transformaciones? ¿cuáles son las razones que llevan a la gente a movilizarse? ¿cuáles son las formas de la movilización? ¿cuáles son los escenarios o repertorios de la protesta? ¿cuáles son las clases sociales de la protesta, cuáles se van transformando y cuáles van apareciendo?

Estas preguntas son importantes, primero, porque la educación y la historia oficial no dan muchas pautas para que surjan por si mismas en los estudiantes o los ciudadanos; segundo, porque, como dice el profesor Molano, “hacer memoria no es sólo hacer un ejercicio de corte descriptivo, una narración aséptica para contar lo que pasó, sino que también implica pensar en el hoy y el hoy es un presente necesitado de la movilización popular y con una actuación cada vez más presente del pueblo en la calle. La calle es un escenario de participación y de transformación social. Pensar que la ciudad hoy cobra, en el contexto colombiano, una importancia fundamental para las transformaciones en una sociedad principalmente urbana con unas dinámicas poblacionales y con unas tensiones sociales que atraviesan el fenómeno urbano, obviamente sin desconectarlo de los problemas regionales”. Y es que algunas características del escenario de la protesta urbana en Bogotá en esa época aún se conservan, según el profesor Renán Vega: “no hay una sola ciudad, sino dos o más ciudades: una Bogotá de la élite, una Bogotá de las clases dominantes y una de los sectores pobres; una Bogotá que vivía en el siglo XIX como vivían los ricos de París o de Londres y otros habitantes que vivían en condiciones infrahumanas. Eso mismo se reproduce en el día de hoy: una ciudad muy contradictoria, una clase dominante minoritaria que, sin embargo, tiene acceso a los mejores servicios, a las mejores condiciones de vida, y la mayor parte de la población es excluida”. Estas realidades, que coinciden casi 200 años después, son puntos de vital importancia para aprender de la experiencia y se hacen fundamentales para entender las dinámicas de las luchas sociales en el presente.

Se pretende que, al finalizar el ciclo de conferencias, los asistentes hayan recorrido desde otra perspectiva la historia que las clases dominantes han contado a su manera.

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