Por: Fernando Dorado – febrero 27 de 2016
Karamakate, el último chamán de un pueblo amazónico, es buscado por Manduka, un indio escapado de la esclavitud. Él estaba a manos de los caucheros y un aventurero alemán lo liberó. El germano de nombre Theodor Van Martius, sufre una extraña enfermedad adquirida durante su aventura exploratoria por el Amazonas. Acuden ante el poderoso y, aún joven, médico tradicional indígena en busca de curación.
El chamán comprende de inmediato que es la selva la que ha enfermado al extranjero. La causa no es otra que la incapacidad del explorador de entender a la naturaleza salvaje. Su concepción depredadora, agresiva, de explotación y aprovechamiento irracional de los recursos naturales, genera automáticamente la reacción defensiva de la selva.
Karamakate descubre un collar de su tribu e interroga al enfermo. Éste le cuenta que tuvo contacto con ellos y que siguen vivos. El chamán les dice a Manduka y a Van Martius que la única forma de curarlo es buscando una planta sagrada de nombre yakruna y que deben buscarla en el sitio donde su pueblo habita.
Así se inicia la aventura relatada en la película de Ciro Guerra “El abrazo de la serpiente”. Es una extraordinaria historia que se desarrolla principalmente en los ríos amazónicos, atravesando increíbles paisajes y lugares de enorme belleza. El film es presentado en blanco y negro en su mayor parte y, así, resalta de una forma impresionante la integración del ser humano con la naturaleza, los ritmos y movimientos del agua, la lluvia, la exuberancia de la selva y todo el entorno natural que se muestra en medio de un viaje épico en canoa por briosos caudales y hermosos parajes.
Pero la historia se complementa con una narración paralela, simultánea, continua y discontinua, con elementos y figuras que asemejamos a lo que describe la ‘complejidad no lineal’. 40 años después de ese primer encuentro entre el chamán, el explorador Theodor y su guía y amigo Manduka, otro investigador de las plantas, el etnobotánico americano Evans, apoyándose y guiado por los libros publicados en Alemania después de la muerte de Van Martius, va en búsqueda de Karamakate y de la yakruna.
Él cree, de acuerdo a las conclusiones que dejó escritas el aventurero alemán, que esa planta sagrada tiene la cualidad de purificar el caucho y convertirlo en un material que, por sus características físicas, podría ser fundamental para ganar la II Guerra Mundial.
Es en ese marco que se narra la historia personal de Karamakate. Se muestra en su contacto y confrontación con los dos científicos ‘blancos’; la visión ‘en vivo y en directo’ de un representante de los indios, de su cosmovisión, de sus propios conflictos internos y de su evolución mental. No se idealiza a nadie, ni al indio ni al blanco ni a la selva. Se retrata al chamán en su relación y dinámica con su extinto pueblo y el sufrimiento por haberse convertido en un chullachaqui, que es una especie de ‘alma análoga’, un cascarón vacío de ser humano, privado de emociones y recuerdos, un ser alienado.
De igual manera se muestran en la película los estragos causados por la colonización cauchera, las violaciones y distorsiones criminales causadas por los ‘hermanos’ capuchinos, los curas, que en su labor de evangelización cristiana prohíben a los ‘naturales’ hablar en su propia lengua y pensar como indígenas. Las miserias de las religiones punitivas, desconocidas por los indígenas amazónicos, son mostradas con una crudeza sorprendente.
La clave de la historia consiste en que Karamakate, en la tarea de buscar la planta sagrada yakruna va descubriendo lo que Manduka ya había entendido de tiempo atrás: que la salvación de la selva, o sea, de toda la naturaleza y el mundo, incluyendo del ser humano mismo, no podía realizarse sin lograr que el hombre blanco comprendiera la integración absoluta que existe entre la naturaleza y el hombre.
Así, va llegando a la conclusión de que la resistencia india podía adquirir nuevas formas en las que ya el hombre blanco no sería su enemigo, como él identificó a Van Martius antes de su muerte –la boa depredadora–, sino que el objetivo se podría conseguir ‘haciendo soñar’ al blanco, que así se convertiría en agente de salvación de la humanidad entera.
Ese aprendizaje de Karamakate pasa por el momento en que el chamán se niega a entregarle la yakruna a Van Martius. Quema la planta frente a los ojos del explorador y lo deja morir. Pero, 40 años después, frente al botánico Evans, a pesar de la codicia y del espíritu utilitarista occidental mostrado por el norteamericano, decide preparar un brebaje con la planta sagrada para ‘hacer soñar’ al extranjero blanco, no sin antes tener una confrontación mortal con él.
De esa forma se va llegando al emocionante desenlace de la historia de Karamakate. Él derrota su propio chullachaqui. Recuerda su pasado lleno de sabiduría ancestral indígena y realiza un gesto de inmensa humanidad. Logra que Evans sueñe, que se identifique con el jaguar americano, que reciba el abrazo de la serpiente, que vea con sus ojos salvajes la inmensidad de la selva y del universo, y que logre comprender la inmensa responsabilidad que tenemos los humanos frente a la naturaleza, que es parte de la salvación de nosotros mismos.
En esa parte final también se muestra cómo Van Martius, aún sin consumir la bebida de yakruna, en el filo o umbral de la muerte, logra también soñar, breve y levemente, con el jaguar. Allí, en ese sueño conjunto y unificador de Theodor y Evans, sale a relucir la visión integradora de la tierra, el cosmos, el universo. Se muestra la conexión entre la forma como los indígenas americanos veían el cielo, las estrellas, las constelaciones, las galaxias. Las figuras y los colores vivos de las culturas amerindias se muestran en su nitidez y similitud con las fotografías más avanzadas del universo cósmico realzadas por la NASA.
En esta película, que es toda una obra de arte, se puede apreciar vívidamente la confrontación y, a la vez, el encuentro, por un lado, entre el pensamiento mágico de los pueblos ancestrales americanos, mostrado y estudiado entre otros por Carlos Castaneda (“Las enseñanzas de Don Juan”); y, por el otro, el pensamiento lógico racional del mundo occidental heredero de los griegos, pero desviado hacia el determinismo por la racionalidad judeocristiana.
Algunos comentaristas reducen el contenido de la película a una denuncia, hecha con voz propia por los indios, de las violaciones, vejaciones, arrasamiento y exterminio sufrido por los pueblos amazónicos a manos de los diferentes tipos de colonizadores. Eso es cierto, pero es mucho más: se trata de la reivindicación de la sabiduría ancestral indígena, la vigencia de su visión ecológica que era fruto de su interrelación natural con la selva. Pero, además, es un mensaje directo a la sociedad en el sentido de aprovechar ese conocimiento mágico, holístico, cósmico e integral, para diseñar un pensamiento avanzado que nos permita enfrentar el reto de garantizar la supervivencia humana frente al enorme y criminal deterioro ambiental causado por el sistema capitalista, depredador y despiadado.
Al final del film ocurre algo maravilloso. Evans le comparte casualmente al chamán la música de “La Creación” de Haydn y, entonces, Karamakate entiende perfectamente que los blancos también son capaces de soñar, cambiando por ello su actitud. Ciro Guerra, el director, explica esa escena diciendo que:
Subraya que el arte es un camino y, aunque en nuestra sociedad lo veamos como un entretenimiento, es algo mucho más profundo. Los indígenas lo reconocen muy bien y el arte occidental les genera mucho respeto, porque sienten que allí también hay una voz.
Las ciencias de la complejidad avanzan hoy en día en esa dirección. Por ello, diría que esta es una película hecha con una visión ‘cuántica’. Es el primer film realizado por un colombiano que alcanza una dimensión universal y de gran proyección hacia el futuro.
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.
Excelente análisis Fernando! saludos desde cordoba, arg