Por: Carlos A. Crespo C.
Se dejan atrás las armas, se dejan atrás una cantidad inimaginable de víctimas de los conflictos que la guerra no pudo resolver y se dejan atrás también los territorios que hasta ahora han sido ocupados y controlados por la guerrilla de las FARC, y a todo esto se suman los anuncios del inicio de las conversaciones con el ELN. También vuelven a la vida ciudadana muchos que solo han conocido la guerra como proyecto de existencia y se acerca un reto gigante para el pueblo, manipulado en sus conciencias por el interés de los belicistas.
Los otros territorios
Por muchos años, casi los años que ha durado la guerra, fueron vastas zonas las que no contaron con la soberanía del Estado, que eran dominadas por las fuerzas irregulares de las guerrillas y donde estas eran vistas como autoridad y ley reconocida, en detrimento de un Estado desconocido o al cual solo se veía a través de la televisión. Un ente lejano que no daba respuestas ni soluciones, y que dejó a los habitantes de esos territorios en medio de todos los fuegos, legales o ilegales.
En este contexto, resulta interesante que en los actuales diálogos de paz no se negocie el modelo económico, actitud mezquina del Estado al ser su premisa fundamental y un asunto aceptado por los grupos insurgentes.
Los territorios controlados por el Estado, en el contexto de un sistema capitalista y neoliberal, son vistos principalmente como fuente de recursos económicos. Todo lo existente en ellos es susceptible de venta, renta, préstamo, explotación o aprovechamiento y es el gobierno quien, a libre arbitrio, dispone de lo que allí se encuentra, no siempre con el acuerdo o para beneficio de quien se supone es realmente el Estado, o sea el pueblo.
Las comunidades que conforman el pueblo y que habitan esos territorios son quienes realmente tienen el derecho de usufructuar estos recursos que dan sustento a las necesidades de los seres vivos. Esta afirmación tiene dos acotaciones.
La primera, que los animales no humanos, de acuerdo al enfoque antiespecista, no deben ser considerados recursos, en tanto no son propiedad de nadie más que de ellos mismos. En este sentido, como habitantes de los territorios los animales no humanos también tienen derecho a usufructuar los recursos del territorio de acuerdo a sus necesidades y, de hecho, a contar con sus propios territorios.
La otra acotación tiene que ver con la inevitable sostenibilidad que exigen estos tiempos. Los recursos, en tanto perecederos, deben ser usados con mesura, garantizando la posibilidad de acceso para todos los seres sintientes, incluidas las generaciones futuras.
Con o sin guerra, los animales han sido víctimas del desplazamiento y la violencia en sus territorios. Ejemplo de ello ha sido el asesinato de dos ojos de anteojos por parte de campesinos en este inicio de año, hecho en el que también estuvo implicado un concejal. Muertes causadas a animales por coexistir en territorios que los humanos hemos invadido.
Definitivamente la guerra ha pauperizado las condiciones de vida de todos. Durante los desplazamientos las personas no solo se dirigieron a las grandes urbes sino a otros lugares donde los humanos no deberíamos tener asiento permanente, como los páramos. En estos sitios se ha estado forjando un conflicto entre estos humanos y los animales habitantes originarios de estas zonas.
Asimismo, el conflicto deja una cantidad de preguntas, generalmente sin respuesta. ¿Cuántos animales y de cuántas especies han sido desplazados de sus territorios? ¿Cuáles son las cifras de animales asesinados en bombardeos o por efecto de las minas quiebrapatas? ¿Cuántos animales, usados como carne de cañón, han explotado a cambio de los combatientes humanos? ¿Cuántos animales han sido usados como práctica de tiro, para desensibilizar a los actores del conflicto frente a la muerte y la tortura, o como insumo para la producción de armas?
Las guerrillas han sido participes de negocios que contribuyen a la degradación ambiental, como el cultivo extensivo de la hoja de coca, que hace que la seguridad alimentaria de los campesinos sea sustituida por unas efímeras bonanzas, en tanto las ganancias verdaderas no quedan en sus bolsillos. Esto, claro, sin hablar de la criminalización y estigmatización de esa planta tradicional. También son relevantes tanto su participación en la explotación minera del coltán, entre otros minerales, como las terribles catástrofes ambientales que dejan los atentados a oleoductos. A pesar de ello, su presencia también ha permitido que amplias extensiones permanezcan vírgenes, preservando los ecosistemas y manteniendo lejana la frontera agropecuaria o la ‘locomotora’ minero energética, pilar del gobierno del presidente Santos.
Sin embargo, y a pesar de la destrucción que deja la guerra, entre otras la de la naturaleza, también es cierto que el control que han tenido hasta ahora las guerrillas sobre importantes extensiones de territorio ha tenido como efecto una gran limitación para que las grandes multinacionales con permiso del Estado, en el nivel macro, y los grupos de colonos, en lo micro, exploten ciertos recursos y destruyan el ambiente.
No obstante, los cambios que han traído consigo las negociaciones de paz han dejado a los seres vivos en estos territorios en una creciente desprotección. Un ejemplo de ello es el de la atelopus farci, una rana de color olivo descubierta hace unos 30 años y que debe su particular nombre a su estrecha relación con las FARC, en tanto que existió camuflándose en zonas controladas por esa guerrilla y se extinguió cuando esa guerrilla perdió el control de los territorios por encima de los 2000 msnm donde habitaba el anfibio comedor de insectos investigado por el biólogo estadounidense John Douglas Lynch. Otro ejemplo es el del mono araña café ateles hybridus, para quien la baja en la intensidad del conflicto significó un aumento en los cultivos de palma aceitera, disminuyendo el bosque nativo donde vive.
Paz para los animales
El primer punto de la negociación del gobierno colombiano con las FARC sobre política de desarrollo agrario integral habla de mejoramiento de las condiciones de la población rural, reactivación del campo, distribución de la tierra y eliminación de la pobreza, todos elementos muy importantes. Lastimosamente, lo acordado queda incompleto por su sesgo antropocéntrico, pues solo se menciona tangencialmente la preservación de las zonas hasta ahora protegidas por la presencia guerrillera, viendo estos territorios más bien como una oportunidad de aprovechamiento, con toda seguridad no tanto para el beneficio de los campesinos sino para la llegada de inversión extranjera.
Lo cierto es que con o sin guerra, con o sin negociaciones, el gobierno ha venido haciendo una feria con los recursos de los territorios, dejando muchas veces sin sustento a sus actuales habitantes humanos e impidiendo que se refuercen los por ahora utópicos proyectos de preservación y conservación de recursos para los otros animales o para las generaciones futuras. Este no es para nada un escenario para un territorio de paz, más bien es todo lo contrario.
Sólo para citar un ejemplo que ganó una importante visibilidad recientemente, la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) autorizó hace algunas semanas a la multinacional Hupecol para explotar petróleo en las inmediaciones del paradisiaco Caño Cristales, ubicado en la serranía de La Macarena, un histórico bastión de las FARC. Por fortuna, gracias a la enorme presión social que este caso ha concitado, la licencia ha sido suspendida temporalmente, a pesar de las irresponsables delaraciones del presidente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, donde destaca las ventajas que la paz traería para la extracción de hidrocarburos.
Los animales y los acuerdos de La Habana
Se acerca el denominado ‘posconflicto’ y, tal y como hace tres años una parte del movimiento animalista le expresó en una misiva a los grupos de negociadores de La Habana, los animales deben ser tenidos en cuenta si es que se quiere un acercamiento real al concepto de paz. Una paz sin este elemento seguirá siendo una paz incompleta, pues los animales también han sido y son víctimas.
Así como se requiere construir territorios de paz que den cuenta de la justicia social con equidad, con protección de la vida e integridad de pobladores originarios y reincorporados para evitar repetir las dolorosas experiencias vividas en el pasado, también es necesario tener en cuenta que en Colombia no habitamos solo los humanos.
En este sentido, es importante resaltar que cuando, en el numeral cuatro del acuerdo sobre política agraria de la negociación entre el Gobierno Nacional y las FARC en La Habana, se habla del sistema especial de seguridad alimentaria y nutricional, del fortalecimiento de mercados locales, del manejo adecuado de alimentos y de los programas contra el hambre, aquellos no tienen por qué estar ligados a la explotación de los animales.
Al respecto, hay que decir que no son inmodificables los planes de negocio para la población vulnerable, donde invariablemente se encuentran los galpones de gallinas y los chiqueros para cerdos. Estos pueden ser replanteados a través de alternativas rentables, sustentables, colaborativas, solidarias y, sobre todo, éticas y que estén al tenor de los nuevos parámetros del biocentrismo y de los llamados de la Organización de las Naciones para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para que los Estados promuevan formas de alimentación sostenibles, especialmente la vegana.
De otro lado, en guerrilla y gobierno han adelantado discusiones sobre el punto del fin del conflicto, llegando a un “Acuerdo sobre limpieza y descontaminación del territorio de la presencia de minas antipersona” para cuya aplicación no es necesario poner ‘en átomos volando’ a numerosas víctimas animales sino implementar la tecnología necesaria para un desminado seguro y eficiente.
Es necesario que se extiendan por todo el país territorios de paz, pero venciendo el especismo antropocéntrico y teniendo en cuenta que para que los mismos existan no necesariamente tienen que contar con la presencia humana.
Por esto, resulta perentorio no repetir la experiencia de animales hoy desaparecidos como la ranita atelopus farci, reestructurar la ruta del jaguar, volver a poblar los páramos y bosques de osos de anteojos y que el cóndor de los andes vuelva a alzarse imponente sin un fusil apuntando a su cuerpo. Necesitamos mantener el agua pura fluyendo para que continúe existiendo la posibilidad de vida, misma que el petróleo o los metales de las minas reducen. Debemos comprender que en los territorios de los no humanos somos nosotros los invasores. ¿Estarán el Estado y la sociedad en capacidad de mantener esos territorios despejados de la mano destructora humana?
En resumen, es imprescindible crear por lo menos dos tipos de territorios de paz, si es que queremos un fin de la guerra que no discrimine con base en la especie. Una para aquellos seres que no han tenido contacto mayor con los humanos y cuyo entorno natural necesita ser protegido de la degradación del resto de lugares del país. Estos son los territorios que el humano debe despejar totalmente para preservar y conservar. Pero también construir territorios de paz donde se convive no solo entre humanos sino entre especies, donde todos y todas merecen y tienen derecho a ser respetados en su esencia, su vida e integridad, desarrollando sus capacidades de manera plena y siguiendo la vida que desean llevar sin ningún tipo de coerción.
Todos tenemos responsabilidad en la construcción de la paz. Debemos afirmar que territorios de paz podemos ser cada una y cada uno de nosotros, más cuando hablamos de nuestra relación con los animales no humanos. Rememorando el bello ensayo de Hakim Bey “La zona temporalmente autónoma”, la voluntad libre y decidida a crear un mundo más justo e igualitario para todos está en nuestras manos, aquí y ahora, eludiendo la estructura formal de la educación y el sistema especista.
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* Activista antiespecista, psicólogo, candidato a magíster en Bioética, integrante de Resistencia Natural (REN) y de la Red Internacional Antitauromaquia.
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