Marzo 22 de 2010
A pesar de los tradicionales vicios electorales colombianos, el domingo 14 de marzo se llevaron a cabo, tal vez, las elecciones legislativas más polémicas de la historia reciente, no sólo por los increíbles retrasos en la entrega de los resultados definitivos por parte de la Registraduría Nacional del Estado Civil, que más de una semana después sólo ha confirmado el escrutinio del 94% de los votos, sino por la nueva conformación del Congreso, que deja tres triunfadores indiscutibles: el fraude, la parapolítica y el uribismo.
Hoy, habiendo pasado toda una semana desde la realización de las elecciones que el gobierno calificó de ser “las más tranquilas de la historia” y tras ver como las denuncias sobre fraude realizadas con anterioridad a los comicios, como las contenidas en el reporte de la Misión de Observación Electoral (MOE), se multiplicaron a miles durante y después del proceso, los nombres de ganadores y perdedores de la jornada parecen ser claros para el grueso de la opinión pública.
Y es que a pesar de todo lo que se ha llegado a hablar sobre las astutas maniobras que los parapolíticos han realizado desde la reclusión para ubicar en las curules del Legislativo a sus testaferros políticos, a sus apadrinados y apadrinadas, en su mayoría agrupados en el Partido de Integración Nacional (PIN) –el cuarto en votación–, también debe contarse con la influencia de las mafias y sus jugosos capitales económicos y políticos en los procesos electorales realizados en todo el territorio nacional y en los logros de todos los partidos de la coalición de gobierno.
Un Legislativo a la medida
Con esto, la victoria de Uribe ha sido indiscutible: su electorado y las maquinarias que le apoyan han ratificado su confianza hacia él y hacia los partidos que participan de su proyecto, destacándose como gran conquistador del Congreso aquel que Juan Manuel Santos inventó hace cuatro años para ser el aparato político de la reelección presidencial, el Partido de la U, fortalecido para imponer al ex ministro en reemplazo de su jefe.
La maquinaria de la U, aceitada por el velado guiño del mandatario –exaltado al extremo para desarrollar toda su campaña, especialmente en las cuñas de televisión que han provocado el anuncio de una investigación de parte del Consejo Nacional Electoral–, logró captar gran parte del electorado que apoyó a Uribe Vélez en las pasadas elecciones y consiguió una ventaja difícil de igualar sobre los demás partidos, a pesar de que 16 de sus 28 nuevos senadores ni siquiera alcancen el 2% del total de la votación del partido y hayan sido empujados a sus escaños por los 479.682 votos que fueron marcados sólo con la imagen de la U y sin ningún candidato en particular.
Pero no sólo la ‘unidad’ de las maquinarias de los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, que durante los ocho años de Uribe en el poder fueron a parar en la U fueron las grandes beneficiadas con los discretos guiños presidenciales. La base social del Partido Conservador, cuyo crecimiento inusitado va de la mano de la difusión que las ideas de la extrema derecha católica en el país durante la era de la ‘seguridad democrática’, alcanzó el segundo lugar en las votaciones –con 2’298.748 sufragios y 22 curules en el Senado– y deja claro que el uribismo tendrá un aliado vital en los próximos cuatro años en el partido que tendrá a Noemí Sanín como candidata presidencial.
La ideología conservadora, más que su fuerza política, pareciera avanzar a pasos agigantados y sigue expresándose en una agenda política que encierra el fundamentalismo religioso, un concepto de familia que disfraza un machismo radical, el rechazo a la diversidad de opciones sexuales y el impulso a la homofobia, un falso patriotismo que exacerba el sentimiento nacional para promover incluso agresiones hacia los pueblos vecinos y una política interna de guerra a todo costo contra la insurgencia, que hace imposible un acuerdo de paz con las guerrillas, poniendo por encima la necesidad de la guerra de exterminio. Es como si los lemas de la próxima campaña presidencial se pudieran resumir en decir ‘queremos hacer lo mismo, aunque nos toque con un presidente diferente’.
Se trata de la misma receta que Uribe supo utilizar y que ninguno de los partidos de extrema derecha, incluido el del ahora opositor Germán Vargas Lleras, se atreve a cuestionar, pues sigue otorgándoles valiosas ganancias: de contarse como un cuerpo unido, por defender un programa común y tener separaciones de cacicazgos políticos más que de ideología, a la U, el Partido Conservador, PIN y Cambio Radical les correspondería el control del 67% del Senado, según los resultados que hasta el momento ha entregado la Registraduría.
¿Gobernando gracias al Congreso?
Es un hecho que Uribe tendrá que entregar el poder el próximo 7 de agosto. Impedido por el fallo de la Corte Constitucional sobre el referendo a aspirar a un tercer periodo, el presidente y sus aliados entre las clases dominantes están buscando la manera de evitar que se rompa la continuidad del proyecto que los une en torno a Álvaro Uribe Vélez, lo que les obliga a dar un giro en su táctica y, por ello, el avasallador triunfo en las urnas de sus fuerzas parlamentarias del pasado 14 de marzo se convierte en una excelente oportunidad.
De este modo, y esto es algo de lo que no se ha discutido mucho, Uribe no sólo se posicionará ahora como el modelo a seguir por el futuro presidente, sea quien sea, sino que de seguro será la mayor figura mediática del próximo cuatrenio y un obligado ‘consejero’ para el próximo mandatario de Colombia. Finalmente, el futuro ‘primer desempleado de la nación’ logrará perpetuarse en el poder y fortalecerse como líder político único, usando el Congreso como su principal herramienta.
El control del Legislativo le permitirá a Uribe, al no contar su modelo con una oposición a considerar en las elecciones presidenciales de mayo –ni siquiera por parte de Gustavo Petro, cuyas maniobras al interior del Polo Democrático Alternativo dejaron a su partido en tal debilidad que no se puede mostrar como una verdadera alternativa de cambio para el país–, mantenerse como el poder detrás del poder durante el próximo cuatrenio, a pesar de no encabezar el Ejecutivo.
Sin embargo, las rupturas entre las clases dominantes ya se hacen sentir, lo que hace incierto el futuro del país y de los planes de quienes se mantienen con Uribe. Sin su presencia en el poder, es previsible que muchas contradicciones se profundicen y que varios de los planes que han caracterizado los últimos ocho años de gobierno terminen por entrabarse. Mucho más preocupante resulta para los dueños del país un levantamiento social ante la crisis económica en la que han sumido al pueblo colombiano –una opción que descartan de momento, dada la dispersión de las fuerzas sociales que buscan el cambio, y que han demostrado estar dispuestos a reprimir a como dé lugar–, o una crisis de gobernabilidad por las crecientes violaciones a los derechos humanos y por el creciente autoritarismo en el país, cosa que no pueden permitirse.
Profundizar el control político del Estado se vuelve hoy el factor fundamental en los planes futuros de esta alianza de grandes terratenientes, banqueros, ciertos agroindustriales, narcotraficantes, mineros, viejos ‘cacaos’, paramilitares, decenas de multinacionales y los capitales de las potencias, particularmente EEUU, que sostienen a Uribe en el poder. Entre ellos existen diferencias, pero su objetivo los lleva a buscar mecanismos que, como el control del Legislativo, les permitan continuar cosechando éxitos mientras puedan, como lo han logrado durante los ocho años de presidencia de Uribe Vélez, el imbatible ganador de la jornada. Al fin y al cabo, saben muy bien que su poder no durará para siempre.
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Nota: Por motivo de los conteos regionales pendientes, hemos preferido no incluir de momento en este análisis los resultados de la Cámara de Representantes.
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