Sin olvido. Foto: Plaxy Victoria.
La cuestión de la memoria histórica es de suma importancia para el movimiento popular.
Sin olvido. Foto: Plaxy Victoria.
Sin olvido. Foto: Plaxy Victoria.

Por: Gearóid Ó Loingsigh – septiembre 11 de 2017

La cuestión de la memoria histórica es de suma importancia y no solo porque Colombia se encuentra en medio de un proceso de paz donde tenemos que hablar del conflicto y se plantean confesiones en el marco de la Jurisdicción Especial para la Paz sino porque es importante en sí misma para el movimiento popular.

La memoria histórica es la narración de lo que ocurrió y de por qué sucedió. Debe abordar los intereses en juego, los actores en el conflicto, sus propuestas para la sociedad. No basta con que se elabore un listado de muertos o torturados, pues eso solo puede decirnos cuántos murieron. Tampoco basta con un listado de verdugos, pues eso solo nos dice quiénes apretaron el gatillo o despedazaron a inermes campesinos con sus motosierras. Nada nos puede decir del porqué, de quiénes dieron las órdenes ni, mucho menos, de quiénes son los beneficiaros.

La memoria histórica es actual, no del pasado. Por eso, nos debe decir quiénes han sido los beneficiarios del conflicto. Todavía tienen tierras y poder político, y pudieron cambiar la legislación laboral, social y económica del país, y esas leyes están vigentes. La memoria no es un asunto del pasado.

Eso parece obvio, pero en Colombia no lo es. En la actualidad no hablamos de la memoria histórica en toda su complejidad. El Centro Nacional de Memoria Histórica ha producido muchos informes sobre diversos aspectos del conflicto, algunos mejores que otros, pero ha sido criticado por su falta de crítica al Estado. Una excepción es el informe sobre las masacres de Segovia y Remedios, donde se responsabiliza claramente a los militares por su papel. Pero, como se dijo, no se trata de tener un listado de hechos y verdugos sino de esclarecer la responsabilidad estatal por una estrategia contrainsurgente basada en la violación sistemática de los derechos humanos.

Érase una vez que decir que el paramilitarismo era una estrategia estatal no era controvertido. Todas las ONG de derechos humanos, los dirigentes sindicales, de grupos de izquierda y hasta alguno que otro liberal desubicado responsabilizaban directamente al Estado. Señalaban su origen en la legislación que legalizaba las estructuras paramilitares, desde el Decreto 3398 de 1965 y la Ley 48 de 1968 hasta las Convivir y los soldados campesinos de Uribe Vélez. A su vez, citaban el primer informe de Amnistía Internacional en 1980 sobre las violaciones de derechos humanos en Colombia y hablaban de los consejos verbales de guerra realizados durante el gobierno de Turbay, la retoma del Palacio de Justicia, el genocidio político cometido contra organizaciones como la Unión Patriótica y A Luchar, masacres como la de Trujillo y conmemoraban a abogados como Eduardo Umaña Mendoza o cómicos como Jaime Garzón.

No es que nieguen estos asuntos hoy en día, sino que simplemente no están tan presentes en el discurso. La historia y la memoria del conflicto comienza, para muchos, el 7 de agosto de 2002, cuando Uribe Vélez asciende a la presidencia, y de vez en cuando miran a su época como gobernador de Antioquia. Parece que el principal arquitecto del conflicto colombiano es un hombre que tenía apenas 12 años cuando las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se alzaron en armas en 1964.

 

El mito de Uribe

No puede haber ninguna duda respecto al sanguinario papel de Uribe Vélez en la guerra en Colombia, pero tampoco podemos ignorar que él es apenas uno de los muchos personajes sangrientos que han ocupado la presidencia.

Después del primer año del gobierno de Uribe, una coalición de ONG de derechos humanos publicó “El embrujo autoritario”, donde describieron sus políticas en los siguientes términos:

Se observa una profundización drástica de las políticas adoptadas por gobiernos anteriores […] el gobierno del presidente Uribe no plantea grandes cambios frente a las tendencias de la década de los 90 y de su antecesor Pastrana, por el contrario, las refuerza y aplica de manera aún más drástica, acorde con la profundización del modelo neoliberal.

Aunque el documento habla más de los derechos económicos sociales y culturales, cuando aborda el tema de la represión no nos deja ninguna duda de que se profundizan tendencias y políticas ya existentes. Con el tiempo, el discurso respecto a Uribe cambiaría, sobre todo durante las elecciones presidenciales donde se presenta a Santos como un angelito distinto al hampón de Uribe. Nada más lejos de la verdad.

 

Las Convivir

Uno de los temas donde más se reescribe la historia del país es el de las Convivir. Uribe es presentado como el hombre que nos dio las Convivir, cuando en realidad él aplicaba una legislación redactada por otros.

Las Convivir cobran vigencia legal bajo el Decreto 356 de 1994, firmado por el entonces presidente César Gaviria y su ministro de defensa, Rafael Pardo. Cuando Samper llega a la Presidencia, unos meses después, nada hizo para revocarlo y lo promulgó en septiembre de ese año.

Así las cosas, Uribe era senador cuando se promulgó dicho decreto y no llegó a ser gobernador de Antioquia hasta 1995, cuando empieza a aplicar la política emitida por el gobierno de Samper. Claro, él es quien más implementó y defendió las Convivir, pero poco o nada tuvo que ver con la norma que legalizó ese tipo de estructura paramilitar.

Pero existe un problema a la hora de explicar los orígenes de las Convivir. Hay que recordar al país que los verdugos son muchos, abundan y los encontramos en todas partes: Rafael Pardo es hoy en día el ministro para el Posconflicto y un hombre de paz, dicen. Hablar de la historia de las Convivir es poner en duda las bondades de ese representante de la oligarquía. Samper se reinventó como defensor de los derechos humanos hace mucho rato y este año lo invitaron a dirigir un discurso a los delegados al congreso del Partido Comunista Colombiano, cuyo periódico presentó la intervención del expresidente como un pronunciamiento en favor de la unidad. El discurso de Samper es desconcertante, no tanto por su sorprendente contenido sino porque no lo criticaron. En cuanto a su contenido, parece una obra de comedia al mejor estilo de su sobrino Daniel Samper.

Nosotros avanzamos con los acuerdos de La Habana por la vía democrática y pacífica lo que no pudimos avanzar en tres décadas. Pero se debe cumplir, si no nos vamos a quedar en la paz de los sepulcros que es la que la oligarquía quiere.  Tenemos que construir un edificio que se llame democracia y nunca más se solucionen las diferencias políticas con la violencia […] Necesitamos que los candidatos materialicen la voluntad de proteger la paz y los diálogos, y decantar una sola candidatura a la presidencia en una consulta en favor de la que pase a la segunda vuelta o gane en primera. Si no hay una convergencia de los que están a favor de la paz, vamos a tener dos enemigos de la paz compitiendo en la segunda vuelta por la presidencia. Debemos organizarnos para la paz. Es como entregarle el manejo del banco de sangre a Drácula si la derecha enemiga de la paz llega a segunda vuelta. Como liberal digo que aquí no es un tema de partidos. Bienvenidos a todos los que quieran sostener la paz de Colombia. Este es un problema entre quienes están por la paz y por la guerra, lo demás es paja.

En esta comedia Samper habla como si no fuera él un representante de la oligarquía colombiana, como si sus antepasados no aparecieran por doquier en la historia del país, como si él mismo nunca hubiera decretado un estado de conmoción interior y como si su gobierno fuera un periodo de democracia. Además, propone unidad con el PCC y otras fuerzas. ¿Quién quiere una alianza con el padre de las Convivir? Nadie, ¿cierto? Si hablamos de las Convivir y su verdadera historia, si señalamos que los arquitectos de las Convivir son Gaviria, Pardo y Samper, y que Uribe fue inicialmente un discípulo de ellos, el alumno convertido en maestro, pero a fin de cuentas el alumno, la unidad que proponen no se puede hacer.

Me recuerdo viendo los dibujos que hicieron unos niños en Barrancabermeja como parte de un trabajo pedagógico sobre los derechos humanos. Un niño dibujó dos calaveras hablando y una le dice a la otra: “¿a usted lo mató una bala de despedida de Samper o una de bienvenida de Pastrana?”. El niño lo tenía más claro que las ONG y la izquierda actual.

Así, llevamos casi una década cambiando de enfoque: donde antes hablábamos de la oligarquía, hoy hablamos de Uribe; donde antes hablábamos del Partido Liberal, hoy hablamos de Uribe y su actual formación política, el Centro Democrático. No hay duda de que Uribe hizo lo que hizo, pero no fue el único y no lo hizo solito tampoco.

 

El mito de los falsos positivos

El de los falsos positivos, es decir los asesinatos despiadados de jóvenes a manos del Ejército para presentarlos como guerrilleros caídos en combate, fue uno de los grandes escándalos del gobierno de Uribe. Uribe lo hizo, no hay dudas, pero no fue el primero ni lo hizo solito.

Los falsos positivos son de vieja data. Siempre han formado parte de la estrategia del Estado, pero bajo el régimen de Uribe aumentaron de forma dramática. Su ministro de Defensa, es decir, quien pagaba a los soldados las recompensas especiales por cada supuesto guerrillero capturado o dado de baja en combate, era nadie más ni nadie menos que el actual presidente, Juan Manuel Santos.

De nuevo, se encuentra otro problema. Si no le echan toda la culpa a Uribe, tendrán que explicar por qué hacen una alianza con el fiel servidor de Uribe. Santos, como Samper es otro oligarca y tiene un largo prontuario, y hay que llamarlo así porque Santos es tan criminal como Uribe. Bien, ambos son gente decente o ambos son criminales, pues gobernaron juntos.

 

Otros criminales

La lista de violadores de los derechos humanos es larga. Básicamente no hay ni un solo presidente del país que tenga un expediente limpio. También hay una larga lista de militares y no solo los que prosperaron bajo Uribe sino generales como Manuel José Bonett, comandante de la III División durante la Masacre de Trujillo, o Harold Bedoya, quien hizo parte del grupo paramilitar Alianza Americana Anticomunista, conocida como Triple A, ambos ascendidos por Gaviria y por Samper.

La memoria que nos proponen no es histórica. En mis conferencias me he encontrado con jóvenes que desconocen muchos aspectos del conflicto y echan toda la culpa a Uribe sin saber que Uribe fue, según el momento, alumno, discípulo, aliado y maestro de todos los adalides de la paz y que no hizo nada que no hicieran ellos también. Lo único que distingue a Uribe de los demás son sus sobradamente conocidas relaciones con narcotraficantes y su desfachatez a la hora de hacer lo que hizo.

Se dijo al principio que la memoria histórica es más que un listado de verdugos, pero parece que en Colombia nos hace falta comenzar por hacer eso, pues se echa por tierra la larga historia y trabajo de las organizaciones defensoras de derechos humanos y sociales en documentar las actuaciones del Estado.

No hay ninguna organización ni personaje político que desconozca el papel de los demás verdugos ni, tampoco, quien niegue los crímenes de los demás políticos y militares. Por el momento, nadie niega nada abiertamente sino que hay quienes trabajan como si el pasado fuera un país muy lejano y como si no tuviese importancia la trayectoria de personajes como Samper. Lo más triste es que las nuevas generaciones reciben una historia que omite los grandes crímenes de la oligarquía porque hay sectores que proponen una alianza con esos mismos criminales.

Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.