El pasado viernes los estudiantes de la Universidad Nacional volvieron a pintar al Che en el lugar donde lo homenajearon los hermanos Sanjuán en 1981. Foto: Lorena Cantor.
Borrar al Che no es sólo borrar una imagen sino borrar una historia, la historia de los hermanos Sanjuán y de sus compañeros desaparecidos por el Estado.
El pasado viernes los estudiantes de la Universidad Nacional volvieron a pintar al Che en el lugar donde lo homenajearon los hermanos Sanjuán en 1981. Foto: Lorena Cantor.
El pasado viernes los estudiantes de la Universidad Nacional volvieron a pintar al Che en el lugar donde lo homenajearon los hermanos Sanjuán en 1981. Foto: Lorena Cantor.

Por: Zaida Niño – octubre 27 de 2016

Nos quejamos continuamente de que el país no tiene memoria, nos sentamos desde las bases académicas para criticar a la sociedad porque se deja manipular, nos arropamos en una increíble modestia por ser parte de la Universidad Nacional para criticar al pueblo porque olvida su pasado y no construye desde su historia. Pero, la verdad, en la Universidad Nacional también hemos olvidado nuestro pasado, nuestros relatos de memoria se encuentran en libros que a nadie le interesa leer. Cuando de ella nos hablan, en las aulas no escuchamos, no nos preocupamos por entender. La verdad es que como comunidad universitaria tenemos el mismo mal que ataca al país y a la sociedad: la pérdida de memoria.

Los hechos acaecidos en la Universidad Nacional respecto a la manera en que fue borrada la imagen del Che de la plaza más representativa de la institución son ejemplo de esa pérdida de memoria y de identidad. ¿Cuántos egresados no tienen en su dosier una foto con el emblemático mural atrás? ¿Cuántos estudiantes no sueñan con la misma foto al momento de su graduación? La verdad es que la Plaza Che se ha convertido en un espacio que ha construido una identidad en el campus de la ciudad universitaria.

Más allá de eso, ¿cuánta gente se pregunta hoy por el momento en que la plaza dejó de llamarse Plaza Central o Plaza Santander para empezar a llamarse Plaza Che? ¿Se han preguntado a quién se le ocurrió dibujar a Ernesto Guevara en ese espacio? No, porque, como bien lo dice uno de los lemas de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes), en este país de los desaparecidos no se habla.

Esa pérdida de la memoria está en consonancia con el cambio de paradigmas y hasta de la población que llega hoy a la Universidad Nacional. Muchos se creyeron el cuento del fin del socialismo y arropados con las vestiduras teóricas del posmodernismo, los pilosos y privilegiados estudiantes empezaron a analizar la sociedad desde una falsa superioridad. Ahora, en lugar de estar luchando, como los estudiantes de ayer por presupuesto, por la dignificación de la labor docente, el mantenimiento a los edificios y el aumento de cupos para los sectores populares, son muchos quienes están demostrando que son inferiores a quienes les antecedieron.

Por el contrario, el grupo que encabezó la acción que eliminó al revolucionario argentino del muro más recordado de la universidad más importante del país esgrime como argumento en defensa de su idea de democracia un sondeo de opinión en Internet en el que no participó ni el 10% de la comunidad universitaria y que desconoció a los egresados y a los pensionados. Así es como un grupo decide si una imagen tiene o no derecho de permanecer en un espacio en el que ha figurado desde mucho antes de que sus integrantes nacieran.

En dicha consulta, el 75% de ese escaso 10% dijo que la imagen del Che debía ser borrada. Esto demuestra eso de que la Universidad Nacional no es sino una versión a escala de Colombia, un país donde una minoría participó recientemente en un plebiscito para tomar en sus manos las riendas del mañana, mientras a la mayoría no le importó tomarse el tiempo para pensar en el futuro, dejando que otros decidieran por ellos y, lo peor, permitiendo que los discursos de guerra se impusieran por un estrecho margen sobre una apuesta de paz que, aunque incompleta, lograba que el campo y las víctimas tuviesen nuevas y mejores oportunidades, todo gracias a una campaña que, para envidia de Goebbles, fue la quintaesencia de la propaganda engañosa, la manipulación, la mentira, el desconocimiento y el engaño.

Entonces, cuando uno piensa en la universidad, surge el interrogante de si esa consulta existió o no, de si no sería pura manipulación, de por qué no nos enteramos todos. Si en verdad existió, ¿quienes votaron por borrar al Che fueron informados o al menos eran conocedores de la historia de la plaza? ¿Saben al menos qué tienen que ver esa plaza y esa imagen con los desaparecidos?

Pues bien, tanto como si la famosa consulta existió como si no, tanto para los que participaron en esa votación de la que nadie se enteró como para los que no, tanto para los que votaron ‘sí’ como para los que votaron ‘no’, tanto para quienes reivindican la memoria como para quienes la han perdido o no les interesa construirla, los promotores de borrar la imagen, igual que los defensores del ‘no’ en el plebiscito, no informaron, no comunicaron, no hablaron desde la verdad sino desde lo emocional, sin entender de razones históricas y sin entender el pasado.

Pues bien, la Plaza Central de la Universidad Nacional era un espacio vedado para los estudiantes y sagrado para las directivas. A su centro se elevaba la estatua de Francisco de Paula Santander. No era la plaza de los estudiantes sino un sitio que resultaba ajeno para ellos, pues no pudieron decidir poner al prócer allí sino que lo hizo la administración de la universidad, usando para ello recursos que debieron ser invertidos en aulas y laboratorios.

Por esto, los estudiantes, que venían desde hace mucho planeando resignificarla, hacerla propia, removieron la estatua en 1978 y en 1981 la Plaza Central Santander empezó a llamarse Che, cuando los hermanos Humberto y Alfredo Sanjuán, estudiantes de antropología uno y de arquitectura el otro, luego de meses de trabajo con bocetos y usando plantillas en cartón piedra se aventuraron a dibujar al Che y ganaron así la plaza para los estudiantes, para el debate, para un ‘picadito’ de futbol, para la olla comunitaria, para la conversa y para la libertad.

Los hermanos Sanjuán eran estudiantes críticos, profundamente comprometidos y soñadores que, meses después, cuando corría ya el año 1982 fueron desaparecidos por el F-2, antiguo servicio de inteligencia de la Policía comandando por el coronel (r) Nacil Yanine Díaz. De la misma forma que ellos, otros nueve estudiantes de diferentes carreras de las universidades Nacional y Distrital, y dos trabajadores jamás volvieron a sus hogares. Su caso es conocido como el del Colectivo 82, la primera desaparición masiva de personas registrada en la historia del país. Eran jóvenes críticos y soñadores, aunque muchos estudiantes de la Universidad Nacional de hoy ni siquiera conozcan sus nombres.

Sus familiares han caminado desde entonces por la ciudad entera buscándolos y así se fueron encontrando: compartían un mismo dolor y un mismo drama. Se juntaron y se organizaron, dando vida a Asfaddes por iniciativa de la familia Sanjuán que hoy, 34 años después, sigue buscando a Humberto y a Alfredo porque, como repiten sin desfallecer, “vivos se los llevaron y vivos los queremos”.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya ha dicho frente al caso del Colectivo 82 que el Estado es el responsable del crimen y, en este mismo sentido, la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia han indicado que estos jóvenes nada tuvieron que ver con el secuestro y asesinato de los hijos del narcotraficante José Jáder Álvarez, justificación que varios de los implicados en estas desapariciones forzadas han argüido ante la justicia, y que las injustas acusaciones en contra de las víctimas provenían de Yanine Díaz, quien ha sido señalado como el principal responsable de este crimen y nunca ha dicho qué paso con los estudiantes.

Conocedores de esa historia de la universidad y del papel de los hermanos Sanjuán, en octubre de 2002 organizamos un partido de fútbol en la Plaza Che, con olla comunitaria incluida. Nos opusimos a quienes ese día querían desvirtuar la memoria y, reivindicando el ejercicio de los Sanjuán, dibujamos al Che sobre los adoquines: era un retrato enorme del revolucionario argentino que no quedó para nuestros registros, pero que sí se convirtió en postal y en portada de libro para las directivas, que en su momento entendieron mejor que muchos estudiantes de hoy la importancia de la Plaza Che como lugar de memoria.

Borrar al Che no es sólo borrar una imagen sino borrar una historia, la historia de los Sanjuán y de sus compañeros desaparecidos por el Estado. Borrar al Che es borrar todo vestigio de lo que hicieron por la universidad esos jóvenes estudiantes. Desgraciadamente, al estar desaparecidos no hay nadie que hable por ellos y pareciera que ya no le importan a nadie más que a su dolida familia y a los que tercamente nos resistimos al olvido. Cuando caminaba por la plaza y veía al Che, más que al personaje histórico veía la mano de Humberto y Alfredo Sanjuán dibujándolo. No conocí a los Sanjuán, no eran de mi familia, no estudié con ellos, no tomamos tinto juntos en el ‘Wimpy’ ni fuimos a las mismas clases, pero para mí todos los desaparecidos de este país son como mis hermanos.

Cuando caminaba por la Plaza Che pensaba que los desaparecedores no pudieron borrar todo vestigio de los Sanjuán, que allí estaba rondando su espíritu. Ahora, con lo ocurrido tengo el mismo sinsabor que sentí cuando ganó el ‘no’ en el plebiscito y pienso que tenemos que hacer memoria, que el reto es recordar a Edilbrando Joya, Pedro Pablo Salas, los hermanos Orlando y Edgar García, Rodolfo Espitia, Rafael Prada, Gustavo Campos, los desaparecidos del 82 que eran hijos de nuestra Universidad Nacional.

Es necesario asumir el reto, desafiar la censura que pretende sigilosamente borrarlos de nuestros recuerdos y luchar por nuestra memoria para que no gane el olvido y así lograr que los nombres de nuestros desaparecidos dejen de estar en la tierra de los olvidados.

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* Trabajadora Social de la Universidad Nacional e investigadora en temas de memoria y derechos humanos.

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