"Toros sí, toreros no". Foto: Art DiNo.
Yo no estoy seguro de que por el simple hecho de que a un puñado de escritores, columnistas y artistas le gusten las corridas de toros signifique que este espectáculo de sangre derramada violentamente en la arena sea una actividad artística o bella.
"Toros sí, toreros no". Foto: Art DiNo.
“Toros sí, toreros no”. Foto: Art DiNo.

Por: Fernán Medrano – enero 30 de 2018

Yo no estoy seguro de que por el simple hecho de que a un puñado de escritores, columnistas y artistas le gusten las corridas de toros signifique que este espectáculo de sangre derramada violentamente en la arena sea una actividad artística o bella. Y, puesto que el arte contribuye a elevar el espíritu, la condición más profunda del ser humano, por eso yo no logro entender cómo es posible que sea bello y, por ende, ennoblezca el espíritu humano el deporte de torturar y luego matar toros con el fin de arrancarle los aplausos a un público sediento de sangre, gente aficionada al juego macabro, a la monstruosa crueldad animal, al sadismo deportivo, a una práctica que, a todas luces, no deja de ser un show abominable y bestial.

A mi modo de ver y entender las cosas, la tortura de un animal -de cualquier especie- es de mal gusto, extravagante y burda, además de antiestética. Los más reconocidos hinchas de las corridas de toros sostienen que los astados reciben cuidado y tratamiento de forma esmerada, son criados con pulcritud de la mejor sanidad y gozan de buena salud, es decir, son estimados y mantenidos como si fueran verdaderas mascotas. Sin embargo, se necesita poseer sentimientos demasiado bajos como para que uno entregue su mascota en sacrificio lúdico y espectacular. Yo lo juzgo en su justo valor de ser un acto vil.

Se dice y hasta se escribe con frecuencia que las corridas de toros son el arte de lidiar toros, de la hermosura del combate, del sentido o significado del juego, del sacrificio y de la fiesta. Criar a un animal con tanto amor para que uno mismo u otra persona vestida con un traje ridículo se divierta y divierta a los espectadores, torturándolo y luego matándolo, díganme: ¿eso es arte? ¿es arte la maldad? ¿acaso el arte envilece al artista que lo practica, lo ennoblece o ninguna de las anteriores cosas hace? ¿No les parece que, en verdad, esta práctica es una aberración, digo más, una perversión, una infamia?

No obstante, lo que los eruditos de la tauromaquia han dado en llamar la lucha entre el toro y el torero es un enfrentamiento desigual, porque en dicha faena siempre resulta favorecido el torero, él es el eterno ganador. Además, no nos digamos mentiras: las corridas de toros son para eso, para que el toro se canse de tanto correr, agotarlo, torturarlo y enseguida matarlo. No hay otro fin. Insisto, hay un solo objetivo y es macabro. La tauromaquia se trata de eso, de que el toro sea el que resulte muerto. De hecho, el otro nombre del torero es el de ‘matador’.

Los argumentos de los amigos y defensores de las corridas de toros pueden ser muy rebuscados y pueden hacer todo tipo de malabares lingüísticos para justificar y defender dichos espectáculos, pero estas no van a dejar ser una fiesta ‘brava’, es decir, llena de sangre y maltrato animal, y en la que se degradan todos los presentes, incluso el torero. Por eso, afirmo sin dudar: desgraciada la bestia humana que maltrata a un animal.

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