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Haití no tuvo la oportunidad de anunciar su propia tragedia al mundo - Foto: Simone Bruno

Por: Silvana Melo – abril 15 de 2011

El violento sacudón de la tierra en Japón fue vorazmente consumido en directo por televidentes e internautas de todo el planeta. La tragedia de la gente abolió las fronteras y la relación espacio – tiempo en la difusión del desastre, pero golpea en todo el planeta proporcionalmente al nivel de desarrollo de la tierra victimizada.

La fantasía científica del aleteo de una mariposa que provoca una catástrofe del otro lado del mundo se puede retocar según la energía que condense esa mariposa, su nivel proteico, su calidad de nutrición, su poderío económico y el territorio donde le tocó aletear. La liberación de energía de su aleteo hasta hacerse viento en el mundo dependerá del poder, de la influencia tecnológica, de quién toma las decisiones, del abandono que sufrió cuando era crisálida, del privilegio de sus alas.

No había videocámaras diminutas ni Blackberrys a mano de los haitianos cuando, en enero de 2010, se les movió el piso del mundo y su poquito país se vino abajo sobre sus piernas y sus cabezas. Cuando se sacudió el suelo, las chapas y el ladrillaje flojo de sus casas, sólo pensaron en tirarse al piso y mordieron la tierra sospechando que sólo comerían de su derrumbe: poco más de diez millones de habitantes en el país más desgraciado de América, un setenta por ciento en la más extrema de las pobrezas.

El terremoto de enero en Haití tuvo una magnitud de 6,9 grados en la escala de Richter y mató al tres por ciento de su población: 300.000 que hervían en las calles desoladas, diseminando semillas de muerte interminable –tifus, dengue, cólera, desnutrición– y siguen muriéndose hoy, cuando ya desaparecieron de las pantallas planetarias.

Japón tiene 130 millones de hombres y mujeres y casi el ochenta por ciento está conectado a las herramientas tecnológicas que ellos mismos crearon, perfeccionaron y convirtieron en minúsculos y poderosísimos instrumentos de comunicación de la imagen. Cuando les tembló el piso a los pies, con magnitud de 8,9 grados en la misma escala, y las sólidas paredes se sacudieron como papel y el agua se llevaba los barcos y los trenes con una energía imparable, huyeron, cámara en mano y transmitieron al mundo en vivo el ardor de la tragedia, el Apocalipsis colectivo difundido desde la individualidad del Iphone, el horror de que lo que temblaba era el corazón tecnológico del planeta, la energía nuclear que los pone en pie y que los acecha desde hace seis décadas y media, la bolsa de Tokio y el aleteo de una mariposa descollante que se proyecta en todos los rincones del globo.

Si sus muertos llegan a diez mil, el doble de los confirmados hoy, Japón habrá perdido el 0,08 % de su población después de un terremoto un 22,47% más potente que el del paupérrimo país del centro de América. La mariposa haitiana, en su aleteo desnutrido, no pudo sostener su propia imagen de cataclismo humano en los leds de un mundo que tiene otras preocupaciones, no provocó ni una mísera tormenta de verano en las puertas de las centrales bancarias globales. La misma cadena de noticias que acató la orden de no difundir las imágenes de la gente destrozada por el derrumbre de las torres gemelas tomó fotografías de otros terremotos para reemplazar la invisible tragedia de los pobres.¿Quién podría reconocer las hecatombes si no existían haitianos cibernéticos que aportaran el video clip de su propia muerte?

La guerra se transmite en directo cuando la filman los conquistadores y los muertos no se muestran si socavan la fortaleza el imperio. La tragedia humana se sufre en Youtube y se twittea en 140 caracteres si las víctimas pertenecen al mosaico privilegiado de la tierra y llevan filmadoras o Blackberrys en el bolsillo con la misma levedad de un sacapuntas.

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* Publicado originalmente por la Agencia Pelota de Trapo.

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