Por: Pedro Echeverría V. – noviembre 9 de 2012
La competencia económica de China en el mundo está poniendo en aprietos a países como Japón, Alemania y los EE.UU. Hoy, la China capitalista parece estarse volviendo más peligrosa para el mundo capitalista imperial que la China revolucionaria de Mao Tse-Tung de los años sesenta y setenta. Los EE.UU. hace mucho que la colocaron en el llamado ‘Eje del Mal’, junto a Irán, Iraq, Libia, Venezuela y demás. Pero China ya no es más aquella nación que con las armas apoyó a Vietnam y demás países asiáticos ante la invasión y amenazas yanquis: ahora, con sus casi 1.500 millones de habitantes, se metió en serio a la ‘competencia económica y a la coexistencia pacífica’ en producción y consumo, y está desplazando del segundo lugar a muchos países del mundo.
¿Qué pasó en aquella China de Mao Tse-Tung que, en 1949, proclamó la construcción del socialismo, teniendo como base las comunas campesinas y una ideología de moralidad comunista y de camaradería? ¿Por qué a partir de 1978 inició un cambio totalmente radical para construir una sociedad que llaman de ‘modernización capitalista’, que se ha puesto en el camino para superar en este campo a Europa y a los EE.UU.? La sorpresa para quienes vivimos con intensidad el llamado debate chino soviético y la Revolución Cultural de los sesenta rebasa fronteras e ideologías. ¿Cómo un país de 1.400 millones de habitantes, que defendió ideológicamente y con las armas su modelo de socialismo, haya tomado un rumbo diferente a la muerte de Mao, en 1976?
A algunos de los que durante décadas hemos escrito sobre los asuntos del socialismo, acerca del marxismo y sus interpretadores, así como sobre las llamadas revoluciones socialistas –sobre todo con una visión occidentalizada–, nos causa dificultad entender lo que está pasando en China. Entendimos mucho más acerca de las revoluciones rusa y cubana, de sus dificultades para construir su propuesta socialista y también de su resistencia a caer nuevamente en este capitalismo salvaje que buscaron destruir, quizá porque tuvimos más información. Pero ese radical cambio de rumbo de los chinos de un modelo socialista con la transformación de las antiguas comunas campesinas y populares a otro modelo de sociedad capitalista, ahora metido a la competencia mundial, es casi inexplicable.
Y, al parecer, el partido dirigente se sigue llamando comunista, se sigue hablando de la construcción de la República Popular China y, aunque el grupo gobernante desde 1978 pertenece a la corriente de pensamiento reformista de Deng Xiaoping, dicen que ‘China sigue siendo China socialista, persiste en el marxismo leninismo y el pensamiento de Mao Tse-Tung’. Señalan que ‘los méritos del presidente Mao constituyen el aspecto principal y sus errores el secundario’. Cuando se inician estos cambios radicales en China gobernaba la URSS Brezhnev, en los EE.UU. Cárter y en la iglesia llegaba al papado Juan Pablo II. Sin embargo, los giros en ese gigantesco país parecen obedecer a cuestiones internas, a la línea de Deng que venía desde 1966.
Dice Emilio Marín que “Desde los años 80 en adelante, es el avance económico en China. Primero basado en la atracción de inversiones extranjeras y la exportación industrial, aprovechando el tipo de cambio y los salarios menores a los de los grandes países, y desde 2009 promoviendo más su mercado interno y buscando integrar al interior profundo, el gigante ha mostrado buenos músculos. Su economía creció al 10% anual y aunque este año bajará al 7%, ha pegado un salto impresionante, mucho más en comparación con la crisis intermitente que hace crujir las economías estadunidense, europea y japonesa desde 2007-2008. Ya superó a Japón como número 2 del mundo y abrió interrogantes sobre cuándo pasaría la línea del número 1, EU.UU. Unos economistas vaticinaron que ese fenómeno será en 2015, otros en 2020 y los más escépticos arriesgaron 2030″.
En China se ha incrementado el PIB alrededor de un 8% como promedio anual desde 1997, con tasas que han superado el 9% desde 2003. Adicionalmente, se ha expandido en la industria y las exportaciones. Su alta tecnología –semiconductores, automóviles y ordenadores– mantiene uno de los primer lugares y es el primer fabricante mundial de artículos textiles, calzado, productos electrónicos de consumo –teléfonos celulares, reproductores de DVD, televisores, etc.–, muebles y juguetes. También ha elevado su producción de carbón, cobre, aluminio, acero y cemento, convirtiéndose esta nación asiática en el primer productor mundial en esos renglones. Además, con ese número de habitantes es uno de los primeros grandes consumidores de artículos. El Japón parece uno de los beneficiados por su economía.
Los yanquis, al mismo tiempo que buscan llenar de bases militares todo el mundo y que amenazan con intervenciones y golpes de Estado a varios países, se cuida de manera exagerada de China porque, paso a paso, le va ganando mercados y presencia política. Mientras algunos países de América Latina, Asia y África salen a las calles a protestar contra la explotación y el saqueo de que son víctimas por la intervención de los EE.UU., la China –ahora gobernada con las ideas de Den Xiaoping– va desplazando el dominio yanqui en el campo de la economía. De todas maneras, es importante reflexionar con profundidad ese radical cambio que se sufrió en China para entender lo que está sucediendo hoy en el mundo. Ahora no es un problema de práctica política sino de reflexión seria.
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