Por: Christian Peñuela – febrero 12 de 2015
Curiosamente, cuando llegué a trabajar a Buenaventura sonaron tres particulares canciones mientras me transportaba por la ciudad: la primera, la inmortal canción “Buenaventura y caney” del grupo Niche; la segunda, un currulao hipnótico y encantador, del cual nunca había escuchado su marimba en mi vida ni sabía su nombre; y, la tercera, una canción infernal de Marc Anthony que repetían una y otra vez en las emisoras locales. De ésta última sí espero no acordarme nunca de su nombre. Desafortunadamente artistas como estos viene acallando cada vez más al currulao, a la chirimía y a la salsa, que tanto le han aportado el ‘paso y son’ al Pacífico, en las parrillas de programación de la radio.
Desde el momento en que pisé sus tierras, como bogotano asoleado y demasiado traspirado, me abordó la música con su percusión, las diferentes variedades de comidas de mar y los tragos tradicionales, hechos a partir de hierbas ancestrales y que le hacen preguntarse a uno sobre otra medicina posible. Fueron estos tragos los que me hicieron pensar sobre la riqueza del Pacífico y de sus pueblos, porque hasta el mismo aire embriagaba a cualquier santurrón con su afrodisiaca cultura.
Entre las grúas portuarias, los containers, las mulas y las frutas –y su representante principal: el chontaduro–; entre un clima húmedo pero cálido, entre el marisco y la espesa naturaleza alrededor de la ciudad me pude dar cuenta de que hay lugares que, a pesar del asfalto, la imposición del puerto y la urbanización, se rehúsan a renunciar a sus orígenes de selvas de gran valor ambiental. Entre las tierras fértiles que rodean a Buenaventura, el saber ancestral de su pueblo y el poder de su gastronomía hay un sinnúmero de micro realidades, memorias, rostros y huellas africanas que retumban con una percusión latente, a pesar de los pitos y de los megáfonos aturdidores con los que los voceadores de fiestas de reguetón recorren las calles a cualquier hora del día para anunciar la próxima farra.
Recuerdo que mucha gente del interior del país me decía que la ciudad ‘huele a feo’ y que tal vez Leonor González Mina ‘la Negra Grande de Colombia’ estaba drogada cuando cantaba “Mi Buenaventura”, esa magnífica canción de Petronio Álvarez, por decir que allí “se aspira siempre la brisa pura” y negar con sus bellos versos y rimas la contaminación y las basuras de una ciudad mal planificada y organizada. En esas palabras, siempre veía yo esas formas despectivas y racistas comunes entre los mestizos que, por desconocimiento, acusan al negro de bárbaro y escandaloso. Yo, en cambio, trataba de ser un mestizo distinto y percibía al llegar la persistencia de un pueblo negro que se resiste a desaparecer.
Poco sabe Buenaventura de su memoria. En esas costas hubo un proceso colonial tardío y allí, al parecer, se asentaron hace varios siglos los principales campos de libertad y emancipación del Pacífico, al estilo de los palenques del norte del país que son los únicos que recuerda una historia oficial que se ha encargado de rescatar la memoria de la costa atlántica y chocoana, pero que ha descuidado la del Pacífico vallecaucano, caucano y nariñense.
En “mi Negraventura”, como decía una gran amiga, en todo momento hay una ambivalencia entre el humor de la gente y el temor que imprimen las armas en la ciudad, entre muchas otras ironías. Recuerdo que muchos líderes y lideresas me decían que el acueducto de Buenaventura data de los años cuarenta y que, a todas cuentas, no soporta el crecimiento desmedido de una ciudad que no ofrece el mínimo vital de agua para sus habitantes, mientras los buques de carga gozan del privilegio de un acueducto exclusivo, manejado por una empresa privada, gracias a la magia de los TLC y de una Alianza del Pacífico que de nada tiene de pacífica.
A todas estas, ¿cómo es posible que las comunidades de Buenaventura sufran tanto con el suministro de agua durante todos estos años, a pesar de que cuenta con nueve cuencas hidrográficas y permanentes lluvias en todo el año? ¿Será que en Buenaventura se va a presentar la misma Guerra del Agua vivida en la Bolivia de la primera década del siglo XXI? ¿Será que el sindicato de trabajadores del acueducto en Buenaventura cuenta con garantías para luchar por el tan preciado recurso no renovable para su gente?
Y es que hay que recordar que Buenaventura ha sido una ciudad construida por la lucha de miles de personas que han andado y desandado el país y, especialmente, de las comunidades negras provenientes de zonas rurales de sus nueve cuencas hidrográficas. Personajes como el teólogo de la liberación Gerardo Valencia Cano, tan recordado por los bonaverenses, y otros más alzaron calles, avenidas y puentes con nombres de afros, fauna y flora de la naturaleza. Fueron ellos quienes hicieron posible construir esta ciudad, sin importar que existiera o no apoyo del Estado.
Esto no ha impedido que, desde hace varios años, al puerto se lo vayan devorando las armas, el hierro y las flotas navieras, por aquello que llaman los expertos la ‘geopolítica global imperial’. La expansión del principal puerto del país –que cuenta con el apoyo incondicional de las flotas navieras internacionales, como la China Shipping, Maersk, Hanjin Shipping, Hamburg Sud, Elequip y Evergreen–, junto con el crecimiento de la Sociedad Portuaria Regional de Buenaventura, la construcción de nuevos muelles, como el TC-Buen de origen español, no es un asunto nuevo. Se trata de la suma de desigualdades originadas en los intereses de los doce multimillonarios dueños del puerto por hacer crecer unas fortunas que han amasado depredando los territorios costeros y cambiado los árboles y las casas de las comunas por contenedores de mercancía para todo un país y el mundo, despojando y dejando en la miseria a las gentes que por generaciones han habitado allí o han sido adoptadas por una Buenaventura que siempre les ha ofrecido refugio.
Es la expansión portuaria, junto con la turística que se va construyendo en los malecones, la expresión máxima del despojo de tierras en los barrios de bajamar y en las demás comunidades al interior de la ciudad, debido a los intereses de las multinacionales y a la motivación del poder local de convertir la ciudad en destino turístico, como bien se rumoraba, a partir de las labores que ha desempeñado con dedicación la Oficina Asesora de Planeación y Ordenamiento Territorial, en cuya sede se exhibe una foto con una Buenaventura llena de malecones y turistas en lugar de todos los barrios de bajamar de las comunas que rodean al centro. A pesar de ello, existen playas como La Bocana, La Barra, Piangua Grande y Piangüita, que han mantenido por años proyectos de ecoturismo comunitario y que, con un profundo respeto por la naturaleza, aún resisten a la industrialización a gran escala de cadenas hoteleras que quieren asentar sus bases allí.
Esta situación sólo ha sido posible gracias a la militarización de la vida cotidiana de la ciudad. Al terror que siembran los grupos paramilitares sucesores del Bloque Calima de las AUC, con el nombre de Urabeños y Rastrojos, se suma su confrontación con la guerrilla y una respuesta institucional basada en poner a centenares de infantes de marina, soldados y policías a patrullar las calles con todo su armamento, lo que sólo aumenta el temor entre la población, mientras los bonaverenses siguen sufriendo el genocidio cultural en su contra. Y es que en Buenaventura, a punta de fusil y amenazas, se limita hasta la pesca artesanal y a las comunidades afrodescendientes se le impone una cruel prohibición de sus prácticas tradicionales y ancestrales que llega al extremo de gravar con ‘multas’ al plátano, base de la dieta del Pacífico; de vetar los arrullos, los chigualos y los cantos de las mujeres; y de trazar fronteras invisibles entre barrios.
Conflictos de todo tipo tienen y tendrán muchas explicaciones para esta ciudad. Para ser más precisos, no se puede decir que todo lo que ocurre en Buenaventura haya empezado con el escándalo de Foncolpuertos ni mucho menos con el dominio del narcotráfico sobre la ciudad puerto, como lo quieren hacer ver algunos medios de comunicación. Sin embargo, la militarización al servicio de la ambición de unos empresarios nacionales y transnacionales, que no piensan en sus consecuencias medioambientales y culturales por su sed de acumulación y despojo, sigue y seguirá estando al centro de esta tragedia a gran escala
Aún así, la ‘Negraventura’ seguirá siendo el lugar donde se rumora que hay presencia de los orishás que no desamparan a su gente. Buenaventura sigue con con sed de libertad y de soberanía para que el Pacífico no siga más en deuda con su pasado. En últimas, esa ciudad es la muestra más cruda de la persistencia de un pueblo que, de seguro, no se dejará vencer y que cuenta con la naturaleza y la memoria de su lado.
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ve este editorial sobre buenaventura quedo espectacular, gracias por sacar de frente las problematicas de nuestra ciudad ya que somos acechados cada dia por los multimillonarios que quieren cambiar a la ciudad a punta de armas y dinero y dejando la ciudad en pobreza cada dia mas…