Por: Julio Cortés – octubre 29 de 2009
Bajo el discurso de la modernización y el desarrollo, se consolida en Bogotá una estrategia de control social donde impera la exclusión, el desplazamiento urbano y la miseria para las mayorías. En una ciudad como Bogotá, la rentabilidad del suelo y la disputa por la apropiación del espacio público es un asunto de interés y preocupación para muchos.
Todas las clases y sectores sociales consideran que el espacio público les pertenece y cada quien defiende su derecho a utilizarlo, según su motivación o necesidad. Existen circunstancias que contribuyen a esta realidad, por esto, es imprescindible comprender las razones de fenómenos que han desbordado el control institucional: la pobreza y el desempleo han generado que miles de vendedores ambulantes, comerciantes y demás personas encuentren en las calles, esquinas, y semáforos un espacio útil para rebuscarse unos pesos y poder cumplir con los gastos que demanda la subsistencia de sus hogares.
Por otra parte, existe una gran cantidad de mendigos, habitantes de calle y otros actores quienes viven de la limosna, el reciclaje, la delincuencia, la prostitución y demás oficios informales. Estos hombres, mujeres y niños utilizan la calle como único espacio posible para la realización de actividades tan diversas como el trabajo, la limentación, el consumo de drogas, el reposo y la satisfacción de necesidades fisiológicas, pues éste es su espacio de relación con el mundo. No obstante, ante este panorama el Estado ha acudido en muchos casos a las limpiezas sociales como mecanismo de eliminación de esta población vulnerable, con la pretensión de ocultar esta imagen de la ciudad y deshacerse de las problemáticas sociales.
Además de lo dicho, un fenómeno que causa gran preocupación es el desolador panorama de los desplazados que llegan a Bogotá, producto de la guerra que padecen campos y pueblos de tantas regiones del país. Aquí no encuentran ninguna atención institucional digna y se enfrentan a la indolencia de la ciudadanía, profundizando las problemáticas urbanas de miseria y violencia. También se suman otros actores al conflicto, como son los desmovilizados, a quienes nadie parece querer tener en su barrio, como se ha visto con varias protestas en Bogotá por la llegada de sus albergues temporales. Esta población suele reincidir en la delincuencia, ante la ineficacia de una política estatal capaz de enfrentar la complejidad de estos procesos.
Como puede notarse, la ciudad presenta serios conflictos sociales, producto de la falta de voluntad política para resolver los problemas estructurales, y, mientras esto sucede, las élites en el poder manipulan y confunden a la ciudadanía con discursos que hablan de ‘desarrollo y seguridad‘, como si en realidad se avanzara hacia el progreso y la paz, pero lo cierto es que, en la práctica, aumentan la miseria y las desigualdades, la exclusión y el desempleo, la explotación, el atraso, la corrupción y, a la larga, se agrava el conflicto social y armado que desangra a Colombia.
La estrategia diseñada para la Bogotá de los próximos treinta años, el “Plan de Ordenamiento Zonal del Centro” –o simplemente “Plan Centro”–, al mismo tiempo que ’embellece’ la ciudad, pretendiendo la recuperación del espacio público y la promoción del turismo, introduce normatividades y reordenamientos del territorio que afectan negativamente vastos sectores de la población capitalina. Por ejemplo, ese reordenamiento territorial en marcha ocasionó el desplazamiento de comunidades de antiguos barrios como el Santa Inés (El Cartucho), San Bernardo, San Martín y La Candelaria.
Otros de los planes inconsultos han repercutido en lo que tiene que ver con la “Operación Nuevo Usme”, el desalojo de los vendedores ambulantes de la carrera séptima y otros sectores de la capital, además de la privatización de avenidas y del transporte público con el Transmilenio, la privatización de la red de hospitales del centro de Bogotá –Materno Infantil, Cancerológico, Inmunológico, Dermatológico Federico Lleras, San Juan de Dios, Santa Clara– y la privatización de parques. De esta manera, la ciudad se ha convertido en mercancía, así mismo cada uno de los derechos y bienes ciudadanos.
Las transformaciones urbanísticas del centro de Bogotá están ligadas a intereses económicos en torno al mercado de la tierra, los cuales generan enormes ganancias para unos pocos propietarios. La compra de lotes baratos por parte de particulares, como algunas universidades privadas, que luego los venden a los bancos o otros intermediarios, para convertirlos en centros comerciales, apartamentos estrato cinco y seis, hoteles cinco estrellas, centros financieros, bingos, casinos y, en algunos casos, sitios de prostitución de alto costo –como La Piscina y El Castillo–, refleja las ganancias que representa este gran negocio.
El Plan Centro busca convertir a la capital de Colombia en un puerto seco dentro del contexto mundial, debido a su posición geoestratégica que le facilita el mercado internacional en poco tiempo con Europa, Asia, África y los Estados Unidos. La construcción y ampliación de las carreteras Bogotá a Girardot, el túnel de La Línea, y de allí al Pacífico (Buenaventura) tienen que ver con la urgencia de ampliar los mercados, las exportaciones e importaciones que exige el TLC. Igualmente, este Plan requiere obras como la remodelación del aeropuerto El Dorado, las nuevas terminales de transporte, así como de una campaña mediática liderada por el mismo presidente Uribe exaltando la política de ‘seguridad democrática’ y sus beneficios en el sector del turismo y en la confianza inversionista para hacer negocios en nuestro país.
El Plan Centro obedece a un modelo de ciudad que defiende una extraña lógica respecto a la imagen y la estética de ciudad, pues no importa que el paisaje de vidrio y concreto tape los cerros y que las vías recién construidas estén invadidas de cemento destrozado, como se ha visto con el Transmilenio. Semejantes incoherencias demuestran que la acumulación de riqueza parece tener mucho más valor e importancia que la vida y la dignidad del ser humano. Es, en síntesis, la supremacía del lucro sobre el bienestar social, la predominancia del interés particular sobre el interés colectivo.
Pero cumplir esas metas implica convertir a Bogotá en un lugar de ‘seguridad’, más que en un lugar seguro para todos, por lo tanto, hay que garantizar un estricto control policial que proteja el capital nacional, transnacional y sus instalaciones. También queda claro que el aumento de la Fuerza Pública y de medidas represivas, como los toques de queda, la intimidación a través de panfletos y la acción paramilitar en barrios y universidades, pretenden garantizar el ‘orden’ que requiere la nueva capital. Por lo tanto, resulta indispensable preguntarse qué ocurrirá con la población excluida y marginada de este proceso de ‘modernización’ y qué pasará con aquellos que no aguanten el ritmo de vida de esta elitización de la nueva ciudad. Seguramente, toda esta población será considerada un estorbo y un problema social que habrá que expulsar de donde sea necesario, quizás tendrán que irse a vivir a la periferia, pues los principios capitalistas de rentabilidad no son negociables en absoluto.
Como resultado de esta compleja situación social, tenemos una población que se debate entre la resistencia, el escepticismo, la desesperación, el resentimiento, la delincuencia y la violencia. No es posible que en un país como Colombia, en donde abunda la pobreza y el desempleo, la Policía y la Ley persigan al vendedor ambulante como si éste fuera un delincuente, mientras, por otro lado, se favorece a los grandes monopolios, almacenes de cadena y a los ricos, quienes aumentan sus fortunas vertiginosamente y se apropian sin pudor del espacio público.
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Finalmente, se puede decir que el Plan Centro de Bogotá es un proyecto que se intenta reproducir como modelo para otras ciudades, ya que éste no es ajeno a la lógica del modelo neoliberal y a sus connotaciones en un mundo globalizado. Por lo tanto, es urgente y necesario que se conozca el trasfondo de dicho Plan, con el fin de que la sociedad civil defienda sus derechos y no se deje confundir con falsas expectativas.
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