Nicolás Maduro, portando tapabocas, saluda a un grupo de médicos. Foto: Prensa Presidencia de Venezuela.

Por Geraldina Colotti – abril 12 de 2020

El 11 de abril de 2002, un golpe de Estado liderado por la CIA y llevado a cabo por la oligarquía venezolana, las jerarquías eclesiásticas y los grandes medios privados depuso al presidente Hugo Chávez, elegido en 1998 con una gran mayoría de votos. Sin embargo, el gobierno títere encabezado por Pedro Carmona Estanga, jefe de Fedecámaras, solo duró 48 horas: tiempo suficiente para suspender todas las garantías constitucionales y proceder con una dura represión.

A pesar del silencio ensordecedor de los grandes medios privados, el poder popular organizado desafió las armas de los golpistas y trajo al presidente legítimo de regreso a Miraflores. Bajaron a la calle todos esos sectores del pueblo, de la izquierda radical y de los militares progresistas que habían enviado al ático la estructura de poder de la Cuarta República, a la que pertenecía Carmona Estanga y a la que se habían aliado las confederaciones sindicales, traicionando los intereses de los trabajadores.

A partir de ahí, el proceso bolivariano acuñó el siguiente eslogan: ‘A cada 11 le sigue su 13’, una frase con la que se recuerda este hecho cada año y se trae a la memoria cada uno de los ataques que la Revolución Bolivariana ha logrado derrotar o esquivar, refinando así sus armas para renovar la relación entre el aumento de la conciencia de clase y el aumento del consenso.

De ataques y de trampas, la Revolución Bolivariana ha tenido que esquivar muchos, de varios niveles y de varios tipos, tanto internamente como a nivel internacional. Tanto es así que se ha convertido en un verdadero laboratorio, cuyas enseñanzas trascienden el continente latinoamericano e indican a todos los pueblos que deciden ser libres los costos que deben asumir si tienen la intención de proceder con reformas estructurales del sistema capitalista.

Estos ataques se han intensificado desde la muerte de Chávez y la victoria electoral de Nicolás Maduro. Ahora, en el apogeo de un cerco económico, financiero, político y diplomático, acompañado de numerosos intentos de desestabilización interna, Estados Unidos ha puesto una recompensa sobre la cabeza de Maduro y de los principales líderes del gobierno bolivariano. Trump desempolvó la ‘fórmula Noriega‘, aludiendo a la invasión de Panamá en diciembre de 1989, y muchos ahora se preguntan si un ataque similar hacia Venezuela es inminente.

Entrevistado por los medios internacionales, el viejo Carmona Estanga, hoy economista en Colombia, dijo que el socialismo bolivariano es un concentrado de todos los males del mundo y que Trump ha hecho muy bien en adoptar medidas ‘nunca antes vistas’. Señaló que “aquí en Colombia hay un dicho: ‘Se sienten pasos de animal grande’”. Por lo tanto, se avecina un gran peligro del que Carmona y su golpistas esperan mucho.

Para desviar la atención del fracaso de sus políticas públicas, deflagradas con la COVID-19, ¿podría el ‘vaquero del Pentágono’ enviar tropas a Venezuela? No es que no lo haya intentado, tratando de usar tanto a Brasil como a Colombia, pero el realismo de esas fuerzas armadas que, incluso en el Brasil de Bolsonaro y en la Colombia de Duque, evalúa concretamente los costos de una guerra subsidiaria –los Estados Unidos evitan hacer invasiones por tierra desde la derrota en Vietnam– hasta ahora lo ha evitado.

Quienes leyeron la política más allá del envío de comunicados de prensa desde la administración de los Estados Unidos notaron cómo, a pesar de que Colombia sea ‘el Israel de América Latina’, esa negativa recibió como respuesta una extraña bofetada del Pentágono: según Trump y sus voceros, el gobierno de Duque ha fallado en su política frente al narcotráfico.

Ahora, Trump ha enviado una flota armada a la que Holanda y Gran Bretaña se han unido en la operación militar más impresionante de la región en treinta años. Oficialmente, se trata de maniobras contra el narcotráfico frente a las costas mexicana y venezolana. Ciertamente, este es un paso más hacia ese bloqueo naval que, por el nivel actual de ‘sanciones’ contra Venezuela, tiene como objetivo evitar la llegada de suministros en medio de una pandemia.

Mientras tanto, el golpe de Estado que ese bloqueo ha solicitado y sigue exigiendo intoxica la información internacional con imágenes sobre la escasez de gasolina en un país que posee las primeras reservas de petróleo del mundo. Guaidó y sus compinches no dicen que, precisamente, la presencia de los Estados Unidos y las presiones criminales sobre las empresas que comercian con Venezuela han impedido desde hace mucho tiempo el envío directo de los productos que sirven para refinar el petróleo venezolano, después de haber incautado las refinerías existentes en los Estados Unidos y en Colombia.

Aún más criminal aparece la actitud subordinada de la Unión Europea que, después de seguir las nuevas medidas de Trump contra Venezuela, ahora habla hipócritamente de un nuevo envío de ‘ayuda humanitaria’. La naturaleza del sistema de poder que guía la Unión Europea es evidente en la lucha de todos contra todos que vemos desatada en estos días de pandemia.

Por el contrario, a raíz de lo que ha hecho Cuba y, en primer lugar, China, la pequeña Venezuela está dando pruebas heroicas de solidaridad y eficiencia. Al adoptar una ‘cuarentena social radical’, es el único país latinoamericano, después de Cuba, que contiene efectivamente el virus. Esto ha sido posible a través de una política de pesquisa masiva casa por casa, de máxima ayuda a los sectores populares y de despliegue de la experiencia acumulada a lo largo de los años de guerra asimétrica y sabotaje de todo tipo.

A diferencia de los gobiernos europeos, el bolivariano no es, de hecho, rehén de industriales y banqueros, y ha podido organizarse a tiempo. También abrió las puertas a todos los ciudadanos que habían abandonado el país por varias razones, especialmente como víctimas de la propaganda de guerra contra el gobierno bolivariano.

Por lo contrario, ni el líder golpista venezolano ni sus padrinos latinoamericanos pusieron un centavo de todo el dinero que han recibido de los Estados Unidos con fines desestabilizadores para ayudar a aquellos venezolanos a los cuales habían prometido puentes de oro y a quienes reservaron en su lugar solo miseria y xenofobia.

Recientemente, Maduro hizo un llamamiento a la humanidad de los gobernantes estadounidenses para que suspendan las sanciones, incluso, solo por un momento para que la aerolínea Conviasa pueda ir y recuperar a los venezolanos que desean regresar de ese país , pues la compañía solo tiene el ‘permiso’ de ir hasta México. Para la ocasión, un Airbus de Conviasa ya está equipado con cabinas de aislamiento con oxígeno y puede transportar a 12 pasajeros a la vez, mientras que en la frontera se revisa y se alimenta a todos los que llegan a pie desde los países vecinos de América Latina, y si son positivo al coronavirus se ponen en cuarentena. De esa manera, un grupo de paramilitares también intentó ingresar, atraído por el tamaño de la recompensa por la cabeza de Maduro.

Mientras tanto, la derecha venezolana está tratando de aprovechar la situación. Los “dinosaurios de la Iglesia Católica”, como los llamó el párroco progresista Numa Molina, también salen al campo. Desafiando las reglas de cuarentena, el cardenal Porras llevó a cabo funciones religiosas y procesiones para la Semana Santa. Ante esto, Maduro recordó que “Cristo no vino a la tierra en la forma de un oligarca sino de pobre entre los pobres y de revolucionario”.

A los líderes golpistas de hoy, que tienen las mismas caras que los líderes golpistas de 2002 con algunas nuevas incorporaciones, el pueblo venezolano opone la ‘furia bolivariana’, advirtiendo a los invasores que podrían terminar como en Vietnam. En alerta en las casas, el chavismo se prepara para celebrar un nuevo abril de victoria, esta vez contra el coronavirus y el ‘coronagringos’.

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